Publicado en: El País
Por: Alonso Moleiro
Ni siquiera la tendencia al alza del precio del petróleo frena el deterioro económico del país latinoamericano
Venezuela acumula cuatro años de una recesión económica que ya trae consigo los elementos de una auténtica depresión. Una bancarrota comparable a la vivida hace poco por Grecia, aunque con otros componentes y varios añadidos. Las autoridades se niegan a ofrecer los datos formales de las cuentas del país, pero algunas firmas especializadas calculan que, en 2017, el desplome alcanzó cotas de economía de guerra, con una contracción del PIB del 14%. Todo parece indicar que será el mismo escenario de 2018.
Cuatro años de nefasta gestión económica han reducido el tamaño de la economía venezolana un 35%. Algunos observadores, como Asdrúbal Oliveros, de la firma Ecoanalítica, cifran el déficit fiscal en el 17% del PIB y la inflación en el 2.700% el año pasado. La actual crisis, inédita en la historia venezolana, es toda una rareza en un petroestado e inscribe su nombre en la historia de los grandes naufragios sociales de América Latina en los últimos 50 años.
El hundimiento de la economía no ha estado exactamente propiciado por un desplome de los precios petroleros. A la fecha, la cesta de crudos venezolanos ronda los 60 dólares el barril, una cifra que en cualquier otro momento habría sido considerada óptima por cualquier ministro de Economía.
Oliveros opina que ni siquiera una nación en guerra como Siria puede mostrar tales cifras de deterioro. “Esta es la primera vez que el sector externo no influye en los vaivenes de la economía del país. La depresión nacional va a tener, sobre todo, graves consecuencias sociales, que probablemente no hemos visto del todo. Los empresarios están golpeados, pero pueden resistir la tormenta. Muchos tienen ahorrados dólares en el exterior para protegerse”.
Petróleos de Venezuela (PDVSA), el recurso natural del país ante cualquier contingencia y ahora casi única fuente de ingresos, atraviesa un grave desorden funcional y monetario que se traslada milimétricamente a la economía. El año pasado, según Ecoanalítica, la petrolera redujo su producción en 300.000 barriles diarios, cifra que puede sobrepasar los 700.000 barriles durante los cinco años de Gobierno de Nicolás Maduro.
Es uno de los muchos desatinos que han dado pie al torbellino venezolano. Las fuentes consultadas no dudan en señalar que son consecuencia de la profundización del sesgo ideológico en la economía. El modelo de desarrollo chavista está diseñado para colocar un hermético grillete sobre todas las variables de la producción y la formación de los precios, mientras el Estado ha asumido la toma de los sectores productivos y destina un importante esfuerzo organizativo y político a crear circuitos comunales y organizaciones colectivizadas absolutamente disfuncionales.
Dólar negro
El sector privado vive constreñido entre la total intervención del Estado en la economía y las sanciones impuestas por la comunidad internacional. Los aumentos de sueldos son compulsivos, y frecuentes los operativos unilaterales para intentar, sin éxito, bajar los precios.
A ello se suma un panorama cambiario anárquico, dominado por los intereses creados y la corrupción. En el país existe una tasa de cambio oficial, calculada en 10 bolívares por dólar, y un dólar negro, que el Gobierno no reconoce oficialmente, pero que alimenta todo el circuito económico nacional, y que ronda los 120.000 bolívares por dólar.
Aunque los responsables del Gobierno consideran al dólar paralelo como enemigo, no son pocos los miembros del régimen manchados por la especulación. Muy especialmente, los funcionarios oficiales y miembros de las Fuerzas Armadas facultados para otorgar licencias de importación y administrar divisas de acuerdo a la paridad oficial, se supone que para atender las demandas de desarrollo nacional. Muchos de ellos obtienen luego jugosas ganancias con la reventa de productos y con negocios ilícitos usando la enorme brecha del diferencial cambiario.
El Gobierno de Maduro ha decidido asumir el control total de las importaciones y los puertos, y se han vuelto comunes los casos de sobrefacturación en las aduanas. En varias ocasiones, cargamentos de comida y medicamentos se han echado a perder en los puertos, producto del retardo burocrático y el apuro ante el pago de coimas (sobornos). El índice de desabastecimiento rara vez ha bajado del 50% durante el lustro de Maduro.
Venezuela registró, desde 1940 hasta 1980, las tasas de crecimiento económico más altas del mundo. Sus ingresos petroleros la mantenían a salvo de los huracanes inflacionarios y el desabastecimiento fue apenas puntual.
“Las primeras grietas comenzaron a verse hacia 2009, cuando el chavismo se decidió a profundizar su modelo, año en el que comenzó un proceso selectivo de control en las divisas, se eliminaron las fórmulas alternativas para comercializar con el dólar y se hizo crónico el desabastecimiento. Se hicieron inocultables luego de 2012, cuando Hugo Chávez gana por tercera las elecciones presidenciales y se concreta un boom importador gigantesco, con fines electorales”, afirma Oliveros.
Orlando Ochoa, economista y académico especializado en finanzas y petróleo, ubica el origen del maremoto actual en 2007, año de la segunda victoria electoral de Chávez, cuando comienza la agresiva toma de activos del sector privado, la hostilidad hacia los inversores y los gastos sociales ingentes para controlar electoralmente a las masas. “La crisis venezolana tiene dos grandes causas: el dogmatismo ideológico, que se niega a interpretar la economía, y el gasto público desbordado para soportar programas sociales con el objeto de ganar votos”, señala.
Ochoa afirma que las distorsiones logran afianzarse gracias a la naturaleza del propio Maduro, un dirigente con un desconocimiento de la economía y que se ha ido rodeando de los cuadros más radicales del chavismo. En parte para conseguir un nicho político que le otorgue fortaleza en las pugnas internas. Luis Salas y Pascualina Curcio, y el economista español Alfredo Serrano Mancilla son sus principales asideros.
“Lo peor de todo es que, con un programa económico sensato y responsable, que por supuesto requerirá ayuda internacional, algunos de los males venezolanos podrían desaparecer en apenas meses”, afirma Ochoa. La llegada del año electoral y la situación límite que vive Maduro podrían agravar las cosas: para 2018, la inflación en el país podría alcanzar, según Oliveros, la estratosférica cota del 7.000%. Una cifra que podría incluso duplicarse, en opinión de Ochoa, si no se toman decisiones urgentes.