Publicado en: El Espectador
Por: Andrés Hoyos
Empecé esta columna el domingo 28 a mediodía bajo un parasol en un balneario de tierra templada. Estaba convencido de que se firmaría lo que se firmó esa noche cuando el cónclave de centro y centroizquierda se puso de acuerdo para seleccionar un solo candidato que salga de la consulta de marzo del año entrante. No había de otra. La alianza se llamará la Coalición Centro Esperanza (CCE). Se evitan así los errores que trajeron y traerán todo tipo de calamidades para Perú y Chile por haber dejado estos países las segundas vueltas en manos de los extremos. Por lo visto, los electores colombianos podrán escoger entre un aliado del actual Gobierno, muy seguramente no “el que diga Uribe” sino alguien un poco menos marcado —al menos yo no veo a Óscar Iván Zuluaga en el tarjetón de 1ª vuelta—, el que acabe de salir perfilado por la CCE y Petro, quien ha realizado una seguidilla de alianzas a cuál más exótica, como la que involucra al apodado “Luis XV”, cortesía de las maniobras y los odios inefables de César Gaviria, director veleta del mal llamado Partido Liberal. Su pupilo, el contralor Córdoba, ha desempeñado un papel funesto en esta elección. O sea, Álvaro Uribe no es el único expresidente que se jubila pronto.
De los cinco nombres que hoy figuran en la lista de la CCE, tres tienen opción de alzarse con la candidatura en marzo: Sergio Fajardo, Juan Manuel Galán y Alejandro Gaviria. Yo utilicé el orden alfabético por apellido, pero use el lector el orden que le convenga. El propio domingo ellos redactaron como parte central del acuerdo un “Decálogo del Centro Esperanza”, mediante el cual reafirman los principios que hacen indispensable esta opción. Ahí declaran con total claridad que son oposición al actual Gobierno, “que privilegia a los poderosos, que ha abandonado el camino de las reformas, que ha sido incapaz de lograr la reconciliación y frente al cual los colombianos se sienten abandonados”. Nada, pues, de continuismo, aunque también hay que decir que no proponen recurrir a una gran bola de demolición que en política con frecuencia solo logra que las paredes y los pisos les caigan encima a los agobiados ciudadanos. Asimismo se comprometen a desarrollar el Acuerdo de Paz, en particular el muy olvidado capítulo agrario. Otro énfasis que hacen es en la educación “pública, universal y gratuita”, con calidad, como no podía menos que proponer un grupo en el que participan grandes educadores.
Se perfilan, por lo tanto, las tres opciones arriba mencionadas para la 1ª vuelta de mayo de 2022. Suma importancia tendrá saber quién se apropia de las agendas de los debates que se avecinan, ahora que los líos procedimentales están casi todos resueltos, pese a que las listas para Congreso todavía se están definiendo. Muy en particular, los candidatos que quieran aumentar sus caudales deberán adelantar una masiva inscripción de cédulas nuevas, no sea que se vean rodeados de mucha gente que después no puede votar por ellos.
En fin, la suerte está echada y surge con fuerza la posibilidad de un camino de reformas eficaces, sin necesidad de recurrir a las guillotinas revolucionarias que fueron la maldición de una de las dos democracias fundadoras del fenómeno en Occidente. Como de costumbre, hay que decir, sin exagerar la esperanza, que Colombia requiere el cambio eficaz y potente, con dientes, pero sin fusiles ni amenazas de cárcel para los opositores.