Publicado en: El País
Por: Irene Vallejo
La posibilidad de una nueva vida nos aguarda en cualquier esquina, sin estrépito. Todo instante es un principio
Sumergido en las nieblas y las nieves, el mundo parece estos días un cuaderno en blanco. Al escribir los primeros renglones del año, conjugamos los verbos en el futuro perfecto de las promesas y expectativas. Entre todos los comienzos posibles, la tradición europea eligió el 1 de enero, pero en otras latitudes esa fecha es una más en la hilera de los días. Los antiguos romanos, apegados aún a los ciclos de la naturaleza, iniciaban su calendario el 15 de marzo, vinculando la celebración con el renacer exuberante de la primavera. En esa fecha, nombraban a sus dos cónsules, los magistrados más poderosos de la República. Aquel orden originario resuena hoy en nuestros meses de septiembre, octubre, noviembre y diciembre, en alusión al lugar séptimo, octavo, noveno y décimo que ocupaban en el periplo anual. Todo cambió a mediados del siglo II a. C., cuando Roma lanzó una campaña militar contra Segeda, situada junto al actual pueblo zaragozano de Mara, un ataque que conduciría al famoso cerco de Numancia. Como las guerras se libraban al acabar el invierno, decidieron adelantar la elección consular, de modo que las legiones tuvieran semanas suficientes para viajar hasta la lejana Celtiberia y no malgastasen ni una soleada jornada de buen tiempo sin darse a la feroz matanza. A raíz de aquella guerra en Hispania, enero inaugura el año.
Este tránsito es solo una convención, una noche entre otras, pero posee un hondo simbolismo en nuestra imaginación. Es momento de balances: en el gozne anual afloran los recuerdos, los remordimientos y los buenos propósitos. Con renovada ilusión, anhelamos una vida mejor, un renacimiento que entierre en el pasado todo lo triste y sombrío. Nos prometemos hacer ejercicio, iniciar dietas, abandonar malas costumbres, aprender idiomas. Casi siempre desfallecemos pronto; nos gusta más soñar los cambios que hacerlos realidad. El escritor Italo Svevo describió con humor esta espiral de planes y aplazamientos en su novela La conciencia de Zeno. Un médico prohíbe fumar a Zeno, aquejado de una grave bronquitis. El protagonista decide obedecer, pero, angustiado, se consiente un cigarrillo final, que consume con la solemnidad de las promesas y las despedidas. Así descubre que el cigarrillo más intenso es siempre el último, pues con él saborea un mañana de superación, fuerza y salud. Durante toda su vida, cada principio de año, cada fecha señalada, se propone dejar el tabaco, sin jamás lograrlo ni dejar de intentarlo. Tras décadas de últimas caladas, comprenderá que es más adicto a la esperanza que a la nicotina.
Una hebra de humo teje las historias de la película Smoke, escrita por Paul Auster. En el estanco de Auggie Wren, encrucijada de amistades y conversaciones, un novelista se confiesa incapaz de escribir tras la repentina muerte de su mujer. The New York Times le ha encargado un cuento de Navidad, pero su mente está vacía. Para distraerle de su pena, Auggie le revela su proyecto secreto. Todos los días, a las ocho de la mañana, fotografía la misma esquina de Brooklyn. En la trastienda, gruesos álbumes almacenan miles de instantáneas: la crónica de su rincón. El escritor ojea distraído ese altar de la repetición. No lo entenderás, dice Auggie, si no vas más despacio: “Todas son iguales, pero cada una es distinta. Hay luz de verano y de otoño, mañanas laborables y festivas, a veces la misma gente y a veces distinta, los desconocidos se convierten en habituales y luego desaparecen. La Tierra gira alrededor del Sol, que cada día la ilumina desde un ángulo diferente”. Al detenerse en cada imagen, descubre retratos azarosos de los vecinos del barrio, sus gestos, su cansancio, su alegría, incluso una emocionante foto de su añorada esposa. A través de la cámara, Auggie retrata los matices, las pequeñas variaciones cotidianas. Ha aprendido a mirar a los demás, a escucharlos, a prestarles tiempo y atención. Sabe que la posibilidad de una nueva vida nos aguarda en cualquier esquina, sin estrépito. Al final, todo instante es un principio; y lo importante, lo que nos cambia, pesa menos que el humo.