El norte y el sur de un único planeta – Andrés Hoyos

Publicado en: El Espectador

Por: Andrés Hoyos

Andrés Hoyos

Las relaciones norte/sur tienen de vieja data un lado macabro. Sí, los del sur (occidente) somos como somos porque fuimos colonizados por europeos. Muchos no se sienten cómodos – y sus argumentos tienen peso – con la fantasía de un continente sin influencia europea, pero asimismo abundan los discursos que echan la culpa de cuanto mal al colonialismo. Sea de ello lo que fuere, el diagnóstico del calentamiento global nos está obligando a una perspectiva inusitada apenas 20 años atrás: asumir lo global como local. Dicho de otro modo, los gases de efecto invernadero que se emiten en Estados Unidos o en China cambian el clima en Colombia y en cualquier parte del mundo. La atmósfera del planeta es una sola, al igual que sus océanos.

Esta realidad implica que tenemos que reformular las relaciones Norte/Sur, empezando por la comprensión del mundo globalizado. Hoy a un europeo no le da lo mismo que Bolsonaro haga algo o no lo haga con la selva amazónica, mientras que a un colombiano o a un brasileño no puede darle igual si un holandés o un alemán se animan a intervenir en la salud del clima y para ello – elemento crucial – están dispuestos a meterse la mano al rico bolsillo.

Las ideas filantrópicas son viejas, como lo es su escasa utilidad. Hace 20 años a los países del primer mundo les bastaba con hacer un esfuerzo a veces simbólico, gastar cantidades moderadas de dinero y después lavarse las manos si, por ejemplo, la malaria no era derrotada. Su mensaje era: lo intentamos pero no se pudo. De malas. Hoy todo eso está cambiando. Los incendios en el Amazonas brasileño, para seguir con el ejemplo reciente más notorio – aunque vaya que han sido objeto de mucho fariseísmo farandulero –, afectan y afectarán la calidad de vida del primer mundo, les guste o no. Y vaya que no les gusta.

Se dice que los efectos, ante todo futuros, del cambio climático serán más dañinos en los países pobres. Tal vez sea cierto, pues la capacidad de invertir para mitigarlos es menor aquí. Sin embargo, los huracanes de potencia creciente o los altos niveles del agua que se coman un trozo de Miami o malogren viejas conquistas de Holanda contra el mar son un asunto muy serio. No es de vida o muerte, como aseguran por ahí los apocalípticos, aunque sí muy costoso. Este último adjetivo es la clave, pues si se estima que el potencial aumento del nivel de las aguas y demás daños planetarios le van a costar al primer mundo tres, cuatro o cinco trillones (cifra en inglés) de dólares, ¿no es más inteligente invertir la mitad o un tercio de esa suma ya para proteger de verdad las selvas tropicales o implantar modelos de reforestación potentes aquí de suerte que los costos allá sean mucho menores?

Es preciso dejar la cháchara nerviosa y decantar un puñado de temas cruciales que sí pueden detener el cambio climático o, al menos, mitigarlo de veras. Están los sistemas de generación de energía, el manejo de la flora en los océanos, los índices de natalidad, los hábitos alimenticios y de consumo, y otros pocos, si bien todos los datos indican que los árboles y la cobertura forestal son centrales en esta batalla. Y no es por llover sobre mojado, pero la ganadería extensiva es de lejos el peor pecado de los trópicos, para el cual existe una cura que progresa a un ritmo exasperantemente lento: la ganadería silvopastoril. Al menos yo no pienso dejar de lado mi obsesión con ese tema.

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