Publicado en: El Espectador
Por: Andrés Hoyos
Donald Trump es el síntoma, no la enfermedad. Su muy alta votación, así haya perdido por un margen de 200.000 votos en cuatro estados que ganó en 2016, ratifica la crisis del liberalismo filosófico en el mundo y muy en particular en Estados Unidos. Mucha gente no le camina a sus premisas.
Un hecho es contundente: más de 71 millones de personas, sobre todo hombres blancos mayores de 50 años, votaron por Trump, ocho millones más que en 2016. No me propongo parcelar esta inmensa cantidad de gente en porciones exactas, pero quitando los conservadores a ultranza, los miembros disciplinados de partido y los atraídos en forma temporal, hay al menos 50 millones con una visión muy problemática del mundo: son racistas —así no lo asuman explícitamente—, sexistas y xenófobos o les da igual votar por un candidato con estas características. Son una minoría, aunque una minoría muy grande. Si semejante avalancha y los cuatro años que duró Trump en el poder no asustan a los liberales, uno no sabe qué lo hará.
La mayoría que favoreció a Biden, en cambio, resultó demasiado pequeña, así esté conformada por 76 millones de votantes. No alcanzó ni siquiera para sacar una ventaja clara en el Senado —allí las cuentas podrían terminar 50/50—, además de que perdieron puestos en la Cámara de Representantes. ¿Qué sucede? Sucede que en algunas materias el Partido Demócrata es demasiado radical, por ejemplo, en su corrección política, mientras que en otras es de una timidez paralizante, digamos en reconocer y atacar la regresiva distribución del ingreso o en proponer e implantar un sistema universal de salud.
Los resultados de las últimas décadas, al menos desde la era de Reagan, no admiten mucha duda: hay menos pobres en Estados Unidos, pero los ricos se han hecho inmensamente más ricos al tiempo que las clases medias progresan a paso de tortuga y a veces hasta pierden terreno. Hace décadas que el liberalismo filosófico no propone programas realmente atractivos para su antigua base, la clase obrera, o para la gente del común. Un detalle nada más: se baten como leones por los derechos de minorías muy pequeñas, mientras más o menos ignoran a las mayorías, que así quedan expuestas a que venga un evangélico o un demagogo y arrase.
Yo no creo que el problema sea de medios, es decir de los vehículos para comunicar las ideas, sino de las ideas en sí. Repito un tema contencioso en materia ideológica: una cosa es proponer derechos muy amplios y variados, y otra, centrarse en los de las pequeñas minorías, desdeñando a las mayorías. Por una vez hay que querellarse con la intelligentsia vinculada al liberalismo, sobre todo la académica. Son ellos quienes tienen las prioridades patas arriba. Una de las cosas que caracterizan al populismo de derecha es la desconfianza en los expertos. Por algo será.
No dudo que mucha gente no se fíe del Estado, entre otras porque no tiene tradición de recibir verdaderos beneficios de su parte. Veo ahí una obviedad a futuro: que el Estado provea una cantidad limitada pero sólida de servicios y, por ejemplo, que reduzca la desigualdad dando dinero a la gente por la vía de una renta básica universal. En fin, que no se meta en todo pero que donde sí se meta sea audaz y eficaz. Estos caminos están marcados hace tiempo por algunos países europeos y no tienen por qué asimilarse al socialismo, que tanta desconfianza genera entre los republicanos gringos.
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