Publicado en: El Espectador
Por: Andrés Hoyos
Mario Arrubla, quien murió en diciembre a la edad de 84 años en Massachusetts, donde llevaba décadas viviendo, fue uno de los primeros en diagnosticar el error armado. Teórico de izquierda brillante y de gran prestigio, Mario lanzó en los años 60 en compañía de otro paisa como él, Estanislao Zuleta, el Partido de la Revolución Socialista. A poco andar, el PRS se empezó a llenar de gente que prefería la lucha armada a otras formas de acción, de modo que Mario y sus amigos lo disolvieron. Un cuasi contemporáneo, Camilo Torres, decía: “Hay que pasar del carnaval a la revolución”, y entró al Eln. Fue dado de baja en la vereda de Patio Cemento en 1966, víctima del error armado. Así Camilo dilapidó una prometedora condición de líder, mientras que Arrubla y Zuleta abdicaron a su manera de sus liderazgos políticos, regresando a la condición de intelectuales, escritores y editores por el resto de sus vidas.
Una cosa es tener ideas, incluso radicales, y otra matar soldados y policías y después secuestrar y masacrar a todo tipo de personas por cuenta de ellas. Ya el gran cantante/poeta anarquista francés Georges Brassens sugería que sí se puede morir por las ideas, pero de muerte lenta, porque de lo contrario se corre el riesgo de morir por ideas “que no son válidas al día siguiente”. Ya se sabe que la historia suele arrojar muchas a la caneca de la basura, como en 1989 descartó sin dolor las que le costaron la vida a Camilo.
Fue un error armado del M-19 – que no nació el 19 de abril de 1970, sino en la década anterior como estructura urbana de las Farc, con gente entrenada en la URSS – secuestrar a Martha Nieves, hermana del clan Ochoa del Cartel de Medellín, pues eso llevó a Pablo Escobar y a sus secuaces a lanzar el MAS, tras lo cual la derecha radical asumió su versión del error armado en formato paramilitar.
Pasaron los años y los muertos fueron cayendo por miles. Aquí y allá hubo procesos de paz parciales, los cuales siempre empezaban con esperanzas e índices de éxito, dada la supuesta popularidad de los guerrilleros, esperanzas que después se desvanecieron. Un par de ejemplos bastarán: el M-19 sacó más del 30% de los votos para la Constituyente, pero a los pocos años había desaparecido como partido político – quedan activos un par de sus antiguos dirigentes –, mientras que el temor a la potencia electoral de las Farc se disolvió como un Alka-Seltzer en 2018.
Es difícil entender desde el futuro por qué se discutió tan poco sobre el papel de la violencia en la política colombiana. Algunos grupos, dígase el MOIR, nunca optaron por ella, pero no lideraron el debate sobre su inconveniencia. Cierto sí era que la frase de Marx, según la cual la violencia es “la partera de la historia”, hizo escuela en todo el continente y también que se falsificaron con éxito los resultados dizque fenomenales de los regímenes revolucionarios, por ejemplo el cubano, sin que a los periodistas les importara un bledo que una casta se estuviera perpetuando en el poder, fenómeno con una tradición nefasta en el mundo.
Todavía hoy flota aquí o allá la idea de que es mejor la revolución que el reformismo y todavía hay quien elogie las satrapías de Venezuela y Nicaragua. Si bien cada vez pierden más terreno las soluciones drásticas y radicales, de izquierda y de derecha. En fin, tal vez un día terminemos de madurar en esra materia y dejemos de caer en el error armado. Ojalá.
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