Publicado en: El Independiente
Por: Thays Peñalver
Venezuela es a fecha de hoy, cuando se cumplen seis meses de la proclamación de Juan Guaidó como presidente encargado, un Estado fallido. Al finalizar este año la economía venezolana habrá perdido el 80% de su valor y las cifras económicas habrán retrocedido 30 años. Las clases sociales simplemente han desaparecido, siendo sustituidas por dos clases de individuos: un 20% que recibe algún ingreso en dólares desde el exterior y el 80% que deambula en las calles, como si fueran zombis.
Bastaría con leer las demoledoras cifras del informe de la ONU sobre la situación de los Derechos Humanos en Venezuela, para entender de que se trata vivir en un Estado fallido. Es el panorama más aterrador jamás esbozado en alguno de sus informes sobre América Latina: Venezuela se equipara con naciones como Sudán, y más asombroso aún, es que el informe ha sido suscrito por una de las campeonas olímpicas del socialismo latinoamericano: Michelle Bachelet. Pero nadie sabe qué es peor: si leer en el informe en el que la misma FAO que entregó un premio a Chávez ahora reporta casi cuatro millones de venezolanos desnutridos, o la respuesta gubernamental de que el 80% de las familias, depende de una precaria caja de la beneficencia, para poder seguir con vida.
Pero, como bien reza el informe, con lo que ganan las familias apenas da para “adquirir aproximadamente cuatro días de comida por mes” y por eso los entrevistados por la Comisión solo “comían una vez, o como mucho dos veces”, y lo que reciben de la beneficencia pública, es “bajo en proteínas y vitaminas, y alto en grasas, azucares y carbohidratos. Los artículos de una caja no alcanzan para cubrir las necesidades alimenticias semanales de una familia” (2018), mientras que sencillamente “no cubre las necesidades nutricionales” (2019). Pero además, considera la Comisión que se trata de un mecanismo de “propaganda y control político” (2018) pues “monitorean la actividad política de las personas beneficiarias” (2019), no sin antes alertar que en ocasiones algunas mujeres beneficiadas “se vieron forzadas a intercambiar comida por sexo” (punto 15).
Esa es, sin duda, una de las realidades más aterradoras, manifestadas por Bachelet en su informe. El 80% de los venezolanos son tan pobres que están unificados en un carné de beneficencia que les proporciona una comida al día, pero bajo un control y monitoreo de la actividad política de los beneficiarios. Los encargados de supervisar este procedimiento son los mismos elementos que hay que disolver, pues son usados, en palabras del informe, “como instrumento para infundir miedo a la población y mantener el control social”.
Cualquier lector le preguntaría a Josep Borrell, ministro español de Asuntos Exteriroes y designado Alto Representante de Política Exterior y de Seguridad de la UE: ¿Cómo acudirán a unas elecciones, cuando el 80% de las familias están hambrientas y el único alimento que reciben lo da el régimen y, según lo que sostiene el informe de la ONU, están controladas o amenazadas por grupos acusados de causar miles de muertes?
Y es a su vez una parte importante del acertijo endiablado que tiene la oposición que resolver, con una comunidad internacional tan o más candorosa que algunos políticos locales, porque en el mejor de los casos, ya es difícil asistir a unas negociaciones con una pistola en la cabeza, y parece que cuando exclaman que “los venezolanos son los que tienen que encontrar la salida a su crisis”, lo que pareciera que realmente quieren decir es que les importa un comino el caso venezolano.
Por eso, el mayor problema que tiene que resolver el acertijo venezolano es la ingenuidad de quienes tratan de resolver la crisis. Porque un segundo problema que ha sido tratado igualmente de manera simplista es precisamente el brutal sistema dictatorial. Tanto los estadounidenses como la oposición acaban de darse cuenta de que “la partida de Maduro es completamente insuficiente”, porque tras el llamado mundial y los continuos emplazamientos de Juan Guaidó a los militares, el régimen permanece intacto.
Ahora bien, si yo apreciado lector, le digo a usted que un cabo colombiano, en dos días gana lo mismo que un general venezolano al mes, usted me dirá que hay algo raro. Si le explico que un alférez español, estudiando en la academia gana al mes el equivalente a seis años de sueldo de un capitán venezolano, pues lógicamente usted sacará la conclusión de que no viven precisamente de su sueldo. Y es exactamente eso lo que ocurre, un cabo argentino puede comprar cien kilos de ternera, mientras un general venezolano puede comprar apenas seis, un sargento colombiano podría hipotéticamente comprar un coche popular con un año de salario, mientras que un capitán venezolano necesitaría 80 años.
Bastaría con ver eso, para comprender que nadie en Venezuela vive de su sueldo y que hay un sistema creado mucho más complejo y que por ello no tiene sentido pararse con un megáfono a llamar candorosamente a los militares a conquistar la democracia. Y es, más por ingenuidad, que por malas prácticas, que la oposición venezolana llega a mitad de año casi desarticulada y con los venezolanos sumidos en una profunda desesperanza. La mayoría de sus políticos importantes está preso, asilados en embajadas o en el exilio, y nadie parece vislumbrar como salir del atolladero. Pero para lograr una verdadera solución, lo primero que tiene que acabarse es el trato ingenuo y casi infantil del problema venezolano.
Y entre las simplezas que se expresan desde el exterior está la excusa de que el problema no es el temible adversario que dibuja Bachelet en su informe, no es el poderoso monstruo que hay que enfrentar, alimentándose de un Estado fallido, sino que la oposición está “desunida”, pero ese no es el único motivo. En el caso de que eso importara realmente, ¿por qué lo está? Un ejemplo práctico de la ingenuidad se puede estudiar tras la filtración de las palabras del secretario de Estado de EEUU, Mike Pompeo, sobre lo “endiabladamente difícil” que es el acertijo de mantener a la oposición venezolana unida, lo que desvela la posición de los estadounidenses sobre Venezuela. Entre bromas, lo más importante que dijo claramente fue: “La partida de Maduro es importante y necesaria, pero completamente insuficiente”.
Si la filtración fue a propósito o no, importa poco. Es simplemente lo que piensa y representa exactamente la visual de lo que muchos creen en el exterior, pero en vez de concentrarse en el problema, sueltan cosas como: “La triste verdad es que muchos en la oposición están más interesados de verse como los Nelson Mandela, que en encontrar un camino pragmático hacia el futuro”, reza un artículo de The Washington Post, que fue leído por todos en el Congreso estadounidense.
Pero la verdad es que en Venezuela importan poco los Mandelas, pues la oposición venezolana sabe que no tiene más remedio que estar unida y las bases opositoras lo tienen más claro aún. Si mañana se celebraran elecciones presidenciales, Juan Guaidó alcanzaría el 80% de los votos. El problema es que la única división seria que enfrenta hoy realmente a la oposición es precisamente la impuesta desde el exterior.
Es “endiabladamente difícil” el acertijo porque la retorica incendiaria del presidente estadounidense creó un verdadero sisma en Venezuela con su discurso de “todas las opciones están sobre la mesa”, solo porque desde el exterior alguien ingenuamente pensó que el régimen chavista colapsaría con la simple mención de un tuit. Pero el resultado no solo hizo que se cohesionaran todas las facciones del régimen, sino que debilitó profundamente a la oposición dividiéndola entre quienes claman desesperados por una invasión salvadora y quienes saben que es más factible que venga una de Narnia.
Por otra parte, lo cierto es que Donald Trump no tiene “muchas opciones sobre la mesa”. Si bien es cierto que la economía privada estadounidense crece como nunca, también lo es que las finanzas publicas colapsan con un déficit que mantiene a un Gobierno Federal en perpetuo cierre. Trump no tiene siquiera para pagar sueldos, mucho menos para construir su muro, por lo que todos en el mundo, amigos y enemigos, saben que carece de fuerza para emprender una aventura militar importante. Tampoco tiene los votos ni siquiera en su propio partido y tiene que enfrentar una campaña electoral para preservar los estados, donde la sola idea de gastar más en aventuras militares, lo haría perder estrepitosamente.
Por eso, el discurso unificador de la opción de la guerra no sólo soldó a las facciones del régimen en pugna, que se agruparon para sobrevivir, sino que además los aprovisionó de un arsenal retorico interno y externo de magníficas excusas que, como en el caso cubano, todo lo malo es ocultado bajo la alfombra de las sanciones, mientras que sus aliados se han dispuesto también a socorrerlos por solidaridad automática.
El acertijo se complica aún más, pues desde el punto de vista estadounidense, luce que Venezuela solo es un hito importante para ganar las elecciones por el estado de Florida. Pero ha perdido toda importancia económica como nación, el petróleo venezolano ha sido eliminado del mercado estadounidense desde hace ya más de cinco meses, siendo sustituido por producción local ya que Estados Unidos superó los 12 millones de barriles y Venezuela ha sido barrida del mapa mundial de exportadores, sin que esto causara siquiera un aumento en los precios de la gasolina. El litro en Estados Unidos es ahora más asequible que el año pasado a esta fecha, y el barril es diez dólares más barato que antes de las sanciones económicas a Venezuela.
Y el panorama tampoco luce alentador con la Europa post Gadafi y Siria, debido a que, tras la realidad actual de los resultados de la Primavera Árabe, tiene clarísimo que no se involucrará más nunca en una aventura militar solo para sacar a un dictador. Para Europa hay un antes y un después de Libia, pues la antigua comarca del dictador es hoy un desastre, o como diría Barack Obama “un espectáculo de mi**da” en la mente de todos los políticos europeos. El pecado de ingenuidad fue quizás el más costoso de la historia europea, pues lanzaron miles de bombas hasta agotar los arsenales europeos y hoy es un drama humanitario de proporciones increíbles. Europa aprendió que cañonear cuesta billones, pero reconstruir y controlar el caos cuesta cien veces más. Así que bombardeó, pero no pudo controlar y reconstruir porque no tenía posibilidades de hacerlo.
Por lo tanto el discurso europeo post primaveras árabes sugiere una tendencia clara de que es preferible un buen dictador a un mal caos. Asunto que es hábilmente aprovechado por el régimen venezolano que aplaude a rabiar la Opción Borrell. De allí a que la dramática realidad venezolana choque contra la pared de dos retóricas antagónicas y falsas. Desde Estados Unidos solo pueden amenazar con portaaviones desde Twitter, mientras la izquierda europea opta por sacar de la manga al frigorífico de Oslo, donde siempre han enviado los problemas que nadie tiene la menor intención de solucionar.
Y de allí lo endiabladamente difícil de la solución al acertijo venezolano. Si Guaidó pide la intervención, lo mandan a callar los interventores, porque no hay portaaviones. Si no lo pide, es un cobarde, si va a Oslo, un traidor, y si no va, entonces los europeos sostienen que no quieren arreglar el problema. ¿La verdad detrás de todo? Es que a nadie parece interesarle. La oposición tiene que escoger entre convertir a Venezuela en la Ruanda del siglo pasado, o negociar con alguien que no se puede dar el lujo de negociar. Es decir escoger solo la rapidez con la que se llega a la hambruna.
Pero la Opción Borrell tiene una segunda particularidad igualmente catastrófica, pues lleva no solo a la pasividad europea, sino a abrir una caja de Pandora muy difícil de cerrar. Bajo ese terrible alegato que reza “De qué han servido en 50 años las sanciones a Cuba” no sólo se esconde el desconocimiento más terrible, sino el llamado a crear un nuevo orden latinoamericano que llama al fin de sus precarias democracias y el sueño latente de dictadores de todo cuño, oculto en la región.
La Opción Borrell puede conducir a un nuevo feudalismo decimonónico en las sociedades latinoamericanas, que tras el aval de la Unión Europea para que Venezuela se convierta en una Cuba haitiana, puede constituirse en el grito “Y por qué ellos y nosotros no”. Porque la realidad, es que detrás de esos supuestos socialismos lo único que se esconde son dictaduras caribeñas al mejor estilo de los Batistas y Pinochets del siglo pasado.
Por eso hay dos maneras de responder a la pregunta sobre de qué ha servido el aislamiento cubano. La primera es la obvia: las sanciones no han servido para que caiga el dictador, pero la segunda no tan obvia es que han servido para que la situación no sea tan grave. Detuvo los fusilamientos masivos y la necesidad de ser reconocidos mundialmente, los llevó a regímenes híbridos, mucho menos sanguinarios que cuando no estaban sancionados.
Es la misma respuesta que obtendríamos si preguntáramos de qué sirvió el aislamiento de Francisco Franco en Europa y de qué sirvieron las políticas de intervención posterior (Crespo MacLennan): ¿qué habría pasado si, en vez de las protestas severas por la represión, Franco hubiera sido incorporado y protegido por la Unión Europea, aunque fusilara a todo el mundo? ¿Qué le habría sucedido al PSOE si, en vez de ayudarlos y tratar de fortalecer la democracia española, se les hubiera obligado a acudir a Oslo a negociar con la dictadura? ¿Qué habría pasado si Europa hubiera dicho que con quien hay que hablar es con el franquismo porque, a fin de cuentas, es el que tenía el control y gobernaba España?
La respuesta siempre estará en el terreno de la adivinanza, pero la presión internacional y el aislamiento sirvió de mucho y llevó a la apertura, pues hace inviable el modelo económico y hasta el más sanguinario de los dictadores siente la necesidad imperiosa de negociar. Hace más costosa –no imposible- la represión, convierte a los regímenes en inviables, y una vez que sobreviene la crisis, obliga al cambio, aunque este sea tímido.
Por eso, lo que se debe entender tras la falsa pregunta sobre el mal servicio de las sanciones es qué habría pasado en Cuba, sin la vigilancia y la celosa atención de Europa. ¿Acaso no cedió varias veces Castro, solo con la finalidad de lavar su imagen? ¿Acaso Mugabe y Gadafi no se vieron obligados a negociar mejores condiciones durante las duras sanciones? En otras palabras, antes de preguntar de qué sirvieron, piense en cuántas vidas salvó y fusilamientos evitó. De allí que la Opción Borrell de enviar a Oslo a la oposición, sin aumentarle el costo al régimen, es, si se quiere, igualmente ingenua que los portaaviones de Twitter.
Por esa razón el acertijo de Guaidó es tan complicado de resolver. La oposición puede tener diferencias, pero la verdad es que cohabita lo más unida que puede en un Estado fallido, en el que nadie sobrevive con su sueldo y tiene que enfrentar a todo un complejo sistema dictatorial sin un verdadero, o más bien contundente, apoyo internacional, atrapada entre dos retóricas tan irrelevantes, como peligrosas porque nada hace más daño a la resolución de conflictos como el nuestro que las políticas cándidas de los grupos de poder.
A fin de cuentas, el acertijo de Guaidó no es lo endiablado, sino la respuesta a cómo negociar con todo un sistema que se hunde y no con un hombre. Pero eso sólo podrá ocurrir cuando todas las partes se quiten la careta, sea esta verdadera o falsa, y comiencen a resolver el problema de fondo.
Entender el problema venezolano pasa por la comprensión del informe Bachelet en toda su dimensión, pero lo primero que hay que hacer es querer resolver el acertijo y siento que en muchas partes, muy pocos quieren o les interesa resolverlo.