Publicado en: El Espectador
Por: Andrés Hoyos
Por definición, las columnas son un espacio de opinión. ¿Pero qué pasa con ellas? A veces se puede calibrar el efecto que tiene alguna y debo decir que es rara la que le merece a uno muchas palmaditas en la espalda y sobre la que concluye que dio, si no en el blanco, al menos en algún blanco. Más normal es recibir ataques, críticas, reproches.
Tendría yo que ser un iluso de siete suelas si pensara que es posible convencer a la gente de algo con una columna o incluso con un ensayo más largo. La gente suele tener opiniones formadas sobre los temas de interés, las cuales son el acumulado de años de roces, y no se deja mover del pedestal con facilidad. ¿Entonces para qué sirve el ejercicio de opinar si usted descarta de entrada la posibilidad de avanzar su punto de vista, estimado columnista? Bueno, sirve para poner a circular ideas que, así no ganen adeptos de golpe y porrazo, sí exigen al menos ser tenidas en cuenta, aunque solo sea para después echarlas a la caneca. La gente con frecuencia vive cómoda en medio de sus contradicciones y no le gusta que se las sacudan o pongan en evidencia.
Tomemos un ejemplo. En este espacio yo he sostenido repetidamente que la guerra contra las drogas, según la ejerce el Estado colombiano sobre todo cuando está en manos de la derecha, como ahora, es un desatino monumental. Pues bien, la opinión pública es prohibicionista en su amplia mayoría. Sin embargo, cuando se les pregunta si no les parece dramático que haya tantos asesinatos de líderes sociales, lo más normal es que le reviren a uno con mucha fuerza, considerándolo tibio, si no cómplice. Este es uno de esos territorios de los círculos cuadrados, porque si alguien quiere que bajen e incluso desaparezcan los horrendos asesinatos de líderes sociales, es preciso que acompañe su deseo y ayude a fomentar un cambio en la guerra contra las drogas por la simple razón de que son los mafiosos de todo tipo los que pagan el sueldo de los sicarios que asesinan líderes. Solo reduciendo el flujo de dinero disponible para pagar por matar se puede afectar esta actividad.
Abundan por ahí las convicciones de base contradictoria. Otro ejemplo: las varias ías no solo no sirven para combatir la corrupción, sino que al final de cuentas la fomentan. ¿Por qué? Porque al hacerles la vida a cuadritos a muchos funcionarios probos los alejan de la función pública, dejando el camino libre a quienes, por saber manipular incluso a un fiscal o a un procurador, roban y se lucran con más tranquilidad. Los problemas sí que existen, pero no se solucionan en las ías. Piénselo, querido lector escéptico, ¿cuál fue el último exfiscal general, exprocurador o excontralor elegido presidente de Colombia? Desde que está vigente la Constitución de 1991, ninguno. Esto sin duda significa que los electores no consideran que las ías sean un trampolín legítimo para los altos cargos del Ejecutivo, en especial la Presidencia, y les ahorro los ejemplos porque no tengo espacio.
En el ejercicio de opinar, lo que importa no es qué piensa usted —al fin y al cabo uno encuentra por ahí opiniones para todos los gustos, algunas originales, muchas gastadas y falsificadas por la experiencia—, sino por qué piensa lo que piensa, es decir, de qué manera sustenta su opinión y cuál de las muchas opciones de justificarla escoge, porque suelen ser numerosas, como lo son las que la contradicen.
En fin, yo sigo aquí de pararrayos.
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