Publicado en: ABC
Por: Karina Sainz Borgo
Amputar la historia es la mejor forma de reescribirla. Cortada en pedacitos, se la lleva el viento y no queda rastro alguno que haga posible retomar el camino de vuelta a lo que ocurrió. El mundo sin pasado es puro presente, un tiempo gomoso que cada quien usa a su antojo. Es una variante de la vieja pasión por silenciar, una declinación del engaño.
El Ministerio de Educación quiere cambiar la forma en la que se enseña la historia de España en bachillerato. De acuerdo con el nuevo currículo, o al menos con su proyecto, los estudiantes se centrarán en la historia contemporánea y apenas se detendrán en los acontecimientos anteriores a la Constitución de 1812. En el mundo de
la ministra Alegría no existen, por ejemplo, el Quijote o Cervantes ni las independencias de América. Ni el caldero que devino en la ‘Pepa’, mucho menos los abanicos liberales ni la pólvora del XIX. ¿Quién entiende el ‘Fusilamientos de Torrijos’ así, quién?
Lo que antes era historia Antigua, Medieval y Moderna se transformaría, según este borrador, en unos órdenes temáticos descritos como Mediterráneo, Atlántico y Europa Continental. Ahí donde operaba el tiempo actúa ahora la elipsis. Los hechos convertidos en discurso, trocitos de algo que se lleva el viento, según quién sople. Se reescribe la historia, a veces por interés y otras por ignorancia. Pero se reescribe. La tragedia de Marx y su perpetua desgracia de la farsa.
Renunciar a gobernar no es lo mismo que destruir, y aunque lo primero podría desembocar en lo segundo, las formas importan. Acosar y sitiar al que piensa distinto (o al menos pide poder gozar del 25% de su derecho a la lengua); declinar al deber de representar a los que disienten; reescribir los hechos y querer usarlos al antojo de quien gobierna es el más rápido y peligroso de todos los senderos, el camino de cabras que se impone sobre las autovías.
George Steiner, para quien ningún aspecto de las humanidades podía existir fuera de una tradición milenaria, y para quien toda materia de conocimiento, todo saber, toda inteligencia, tenía la naturaleza de una obligación, e incluso de una decisión moral, entendió que nuestra experiencia del mundo era la sumatoria. No se comprende un tiempo a cachos, sino en el proceso continuo de pensar lo ocurrido y confrontarlo con el presente. Renunciar a lo complejo, trocear o descuartizar los hechos es una forma voluntaria de ceguera, una chapuza, una oscuridad, una amputación. Devorar las instituciones, desde dentro, a dentelladas, es la peor de las rutas. De ahí nadie regresa.