Publicado en: El Espectador
Por: Andrés Hoyos
Hoy le robo el título a la celebrada canción de Rubén Blades para decir que algunas personas —no todas, claro— están donde están por decisiones personales.
Una idea clave, difícil por lo demás, es no ser víctima de las circunstancias, esto es, no verse forzado a A o B o C. Uno debe hacer lo que sea por voluntad propia. Por supuesto que nadie vive en un mundo vacío, pero raras son las vidas en las que todo viene obligado por la fatalidad, mandado por un dictador conocido o ignoto, público o privado.
Yo, por ejemplo, fácilmente podría estar viviendo en otro país desde hace décadas, incluso inmerso en otro idioma. Dado que hice el high school en Estados Unidos, el idioma bien podría ser el inglés, aunque también tuve opciones con el francés e incluso, estirando las cosas, con idiomas que no aprendí. Sin embargo, me quedé en Colombia. ¿Hasta el final de la vida? No es seguro. ¿Estaría mejor en otra parte haciendo otra cosa? Con frecuencia le he gastado tiempo a esa fantasía y, pese a tal cual oportunidad perdida, suelo concluir que no, si bien muchas cosas en mi vida distan de ser óptimas. Igual, se vive en el presente. La pregunta típica de las especulaciones vitales: ¿qué hubiera pasado si…? tiene su lado venenoso porque uno nunca sabe a ciencia cierta qué hubiera pasado si…
La idea no siempre es vivir en un país rico y próspero, pues si hay ventajas en uno emproblemado, diga usted Colombia, es que una persona siente que aquí puede hacer una diferencia, algo bastante más difícil en Holanda, Finlandia o Estados Unidos. Para dar un único ejemplo, en varios países desarrollados existen desde hace décadas revistas por el estilo de El Malpensante, mejores y mejor financiadas la mayoría, pero los medios intelectuales que existían en Colombia en 1996 eran muy insatisfactorios así que un grupo valioso de amigos y yo pudimos fundar nuestra revista. Y ahí está todavía.
Vivir en un sitio es una opción, no una obligación. De ahí, además, la necesidad de que cualquier país se esfuerce por volverse atractivo para sus habitantes. Venezuela, para citar un ejemplo actual y dramático, dejó de serlo y cerca de siete millones de paisanos de distintos orígenes se han ido o se están yendo. Colombia, claro, también ha exportado cantidades de gente en las últimas décadas, aunque no en la proporción de nuestro malhadado vecino. Los países cambian, muchas veces para peor. Ya cité un caso, así que no insistamos en tragedias ajenas. ¿Colombia está ahora peor que cuando yo entré a la edad adulta en los años 70? No, definitivamente no está peor, así su mejoría haya pasado por cantidad de recovecos y haya sido mucho más lenta de lo anhelado en las épocas de bárbaro optimismo.
Muy en particular los muy jóvenes deben ser objeto de decisiones importantes en el inmediato futuro. Nada viene prefijado con el nacimiento. Pienso en algunos niños y adolescentes cercanos a mí y entiendo que, dependiendo de si Colombia organiza o no su futuro de manera virtuosa, bien podrían terminar viviendo en otra parte. El viejo prejuicio que alguna vez albergué en contra de esta posibilidad hoy me parece pernicioso. Vida no hay sino una y por ninguna razón se debe forzar a alguien a escoger una única opción. Es obligación de un país y de su dirigencia volverlo atractivo para la gente. Nadie tiene que padecer por fuerza las tiranías de un Chávez o de un Fidel Castro. En tales casos lo mejor es emigrar. ¿Partir es morir un poco, como decía el poeta?
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