Publicado en: El Espectador
Por: Andrés Hoyos
Uno espera que el año que comienza sea diferente del desastroso 2020. Oigo voces internas y externas diciéndome: calma, bro, que podía haber sido peor. Bueno, sí, el planeta no fue impactado por un asteroide de aquellos que acabaron con los dinosaurios y ya vienen las vacunas para los sobrevivientes. Mil gracias.
Por cuenta del COVID-19, los profetas, tan desacertados por lo general, recuperaron su empleo. ¿Acertarán ahora? Lo dudo bastante. O sea, le pegarán a algún bosque pero a ningún árbol. Lo que sigue, por lo tanto, no está cuantificado de ningún modo y advierto que es sobre todo una especulación educada.
Como de costumbre, todo dependerá de qué tan rápido se vuelva uno a montar en la bicicleta, a trepar al caballo o a subir al carro después del aparatoso accidente, o si regala la cicla, vende el caballo o deja guardado el carro. Es decir que nos incumbe sobre todo la duración de la actual crisis.
Ciertos gastos que antes eran usuales han disminuido bastante. Esto, si los ingresos se mantienen, deja dinero a disposición. ¿En qué gastarlo? Uno no está acostumbrado a que lo virtual sea tan costoso, de modo que tendría que involucrar algo físico, tangible, así sea una larga y repetida clase de yoga o de culinaria. Somos rutinarios por naturaleza. Lo otro, desde luego, es ahorrar e invertir el excedente en algún portafolio. O sea, la economía tiene mucho que ver, aunque no es todo.
Todavía no se pueden saber los efectos reales de un año de aislamiento. Los que seguimos vivos vamos a tener la misma cantidad de tiempo que antes teníamos. Lo que sí es seguro es que nos lo gastaremos de una forma diferente, dependiendo incluso de la edad del parroquiano en cuestión. Se han dado aglomeraciones contagiosas en muchas partes. En unos meses, ya no habrá el mismo riesgo de contagio, de suerte que las multitudes serán mayores. ¿Pero menores que hasta 2019? Sí, aunque la proporción no es calculable. ¿Qué sustituirá lo que antes nos llevaba de arriba para abajo? Así al rompe uno diría que gastará más tiempo viendo televisión, sobre todo de ficción, leyendo libros y revistas, viendo páginas web, oyendo música, yendo a museos. Sin embargo, todas estas actividades tienen puntos de saturación. ¿Juegos digitales online? Vaya que esos aburren después de unas semanas.
Volverán unas reuniones sí y otras no. ¿Nos demostró la pandemia que las había inútiles? Por supuesto. ¿Nos demostraron las cuarentenas que las hubo insulsas e insatisfactorias online? También. Retomar los estudios es posible, si bien las clases exclusivamente virtuales se pueden volver aburridas muy rápido. Además, sufrirá el aspecto social de la educación. Solía pasar que la gente joven aprovechaba los estudios para conseguir novia/o y eso online dista de ser fácil. Claro, hay aplicaciones que ayudan a conectar espíritus afines, pero no creo que a las mayorías les atraigan estos amoríos artificiales.
Cabe por lo tanto imaginar a un parroquiano de los arriba citados al que le entren unas ganas invencibles de salir de su casa, por unas horas, unos días o temporadas más largas. ¿Adónde ir y a hacer qué? Lo mismo que antes, claro, con las necesarias variaciones. Así que el turismo se recuperará bastante. Lo otro es que habrá oportunidades de plantear nuevos negocios o nuevas actividades, lo que será beneficioso para las mayorías.
En fin, los dos sustantivos del título encarnan, grosso modo, las dos actitudes posibles.