Publicado en Alnavio
Por: Pedro Benítez
El cuadro hoy en Venezuela no tiene precedentes en América Latina. La aparente consolidación de un régimen unipersonal ocurre en medio de un proceso económico cada vez más caótico. El autoritarismo de Nicolás Maduro avanza en todos los frentes de manera implacable, al mismo tiempo que lo hace el caos económico.
Hace poco más de 11 meses el presidente Nicolás Maduro decretó el retiro del billete de 100 bolívares. Como la mayor parte de las transacciones en efectivo en Venezuela se realizaban por entonces en el papel moneda de esa denominación y la mayoría de la población pobre no está bancarizada, la medida provocó una conmoción nacional (con una ola de saqueos en el estado Bolívar, en la ribera sur del río Orinoco) y fue suspendida. Desde entonces el jefe de Estado venezolano ha ofrecido una y otra vez retirar de circulación el mencionado billete como una acción oficial para castigar a los contrabandistas que lo sacan fuera de las fronteras nacionales como parte de la “guerra económica”.
Maduro no sólo no ha logrado cumplir su propio decreto (el billete de 100 bolívares sigue pasando de mano en mano legalmente), sino que en menos de un año ha anunciado la puesta en circulación de otro pero de 100.000 bolívares, denominación inédita en Venezuela. Un símbolo de la espectacular depreciación que el bolívar fuerte, que entró en circulación en enero de 2008 a una tasa de 2,15 dólares, ha sufrido en menos de una década.
En Venezuela, cada vez entran nuevos signos monetarios de mayor denominación en menos tiempo. No hay que ser muy agudo para pensar que la causa de esto es la descomunal inflación, que según estimaciones no oficiales (el Banco Central de Venezuela, BCV, no suministra datos al respecto) fue de 50% en octubre. El presidente de este organismo acaba de ser reemplazado abruptamente sin la aprobación legislativa que prevé la Constitución.
Esas mismas fuentes han indicado que la tasa mensual de inflación fue 32% y 33% en agosto y septiembre pasados. Es decir, Venezuela está entrando técnicamente en un proceso hiperinflacionario. Esto luego de cuatro años donde el PIB del país se ha contraído en un tercio, algo similar a lo ocurrido durante la Gran Depresión en Estados Unidos.
A las dramáticas consecuencias sociales de este cuadro hay que sumarles las dificultades del gobierno de Maduro para honrar los compromisos de la abultada deuda pública externa. Si bien hasta ahora los ha cumplido, cada pago se realiza con todo tipo de rumores y dudas sobre la capacidad para hacerlos efectivos a tiempo. Estos pagos se han realizado por medio de enrevesadas maniobras financieras que incluyen la entrega o arriendo de activos públicos.
El más reciente de estos episodios ocurrió el viernes pasado cuando Maduro anunció el refinanciamiento de la deuda externa y designó al vicepresidente ejecutivo, Tareck El Aissami, como el encargado de entenderse con los acreedores. El Aissami es uno de los funcionarios venezolanos sujetos a sanciones por parte de Estados Unidos.
Y aun cuando esto último puede ser una maniobra para depreciar en los mercados el valor de la deuda venezolana, luego de lo cual China y Rusia podrían comprarla en buena parte para reforzar así su influencia en el país suramericano, no cabe duda de que Venezuela se está sumergiendo en un caos económico.
Puntillazo final a la AN
Pero al mismo tiempo el autoritarismo de Maduro avanza en todos los frentes de manera implacable. El pasado viernes el Tribunal Supremo de Justicias (TSJ) allanó la inmunidad del vicepresidente de la Asamblea Nacional (AN) y coordinador del partido Voluntad Popular, diputado Freddy Guevara, quien se ha refugiado en la Embajada de Chile en Caracas.
La Constitución de 1999 establece claramente que este tipo de procedimientos es exclusivo del propio cuerpo parlamentario, pero Venezuela está en una situación en la cual no hay apego a legalidad alguna sino a la voluntad de quien tiene el poder. Ese poder lo tiene Nicolás Maduro, quien está a punto de darle el puntillazo final a la AN de mayoría opositora.
Pero el avance de Maduro también ocurre dentro de su propio grupo, sacando del juego a críticos internos como Isaías Rodríguez, segundo vicepresidente de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC), que demandó a esta ocuparse de la economía en vez de la política. Rodríguez, sustituido apresuradamente de su cargo, fue Fiscal General de la República en la primera etapa de los años de poder de Hugo Chávez.
De modo que el cuadro hoy en Venezuela es paradójico: la aparente consolidación de un régimen unipersonal en medio de un proceso económico cada vez más caótico. Esto no tiene precedentes en América Latina, por lo menos desde los inicios del siglo XX a esta parte. E incluso en el convulso siglo XIX habría que escarbar mucho para encontrar otro caso similar.
Las dictaduras de derecha y los regímenes autoritarios latinoamericanos se consolidaron en el pasado cuando impusieron orden y progreso, y cuando uno de los dos empezaba a fallar la “legitimidad” supuesta entraba en crisis arrastrando consigo al sistema de turno. Sólo la Cuba castrista del Periodo Especial (1991-1999) sobrevivió a una debacle económica catastrófica. Pero en ese caso sin inflación.
Por otro parte, al régimen socialista cubano hay que reconocerle una capacidad de organización de la que carece su aliado venezolano. Así pues, el poder del madurismo parece solidificarse encima de las movedizas arenas de la economía. Ante los empobrecidos venezolanos, Maduro es un gigante con pies de barro.