Yulimar, una heroína solitaria – Ramón Navarro

Yulimar, una heroína solitaria - Ramón Navarro
Cortesía: Reuters

Publicado en: Olímpicas

Por: Ramón Navarro

La mejor saltadora de triple que ha habido en la historia del atletismo mundial (la más eficiente en su prueba, no la que más títulos dispone), experimenta una paradoja, que esperemos no altere su hasta ahora recorrido a estadios más plenos. Porque, en el fondo, del fondo de las cosas, sobresale un asunto que es la piedra angular de su estadía en este mundo: saltar más y más lejos. Lo disfruta y por eso vuela como vuela. Y, si eso supone marcas mundiales, olímpicas y todo el retablo de premios, lo mediático y el dinero que mueven las hazañas, contratos, bienvenido sea. Ella solo quiere saltar, y hacerlo con la envoltura épica que acompaña cada duelo. Aunque es su trabajo.

No obstante, Yulimar Rojas está sola. La heroína ha quedado con un reinado sin amenazas, instaurado a fuerza de pasión y disciplina. Como tenaz guerrera debe sentir eso. Tiene que intuirlo. Para una figura de su tamaño, no tener un contrincante a quien someter, en la medida de la sana competencia, podría congelarle los objetivos más ambiciosos, porque el oro olímpico y el récord mundial, de Tokio 2020, fueron apenas, un trámite. Su colosal manera de asumir las tareas de alto riesgo, convierten el resultado en un juego de niños. Ella está por encima del espectáculo.

La rivalidad es importante porque asegura entusiasmo y construye ese carácter contra el otro, que es distinto a los llamados del espíritu.  Tan importante como conocer tus límites, saber que dispones de una férrea voluntad, que tus estímulos internos están alineados, es saber que el otro también te define. No te delimita un llamado del Ciclo Olímpico, un Campeonato Mundial, una reunión de la Wanda Diamond League. No. Porque, cuando no hay un antagonista que te presione, seguro, inconscientemente, te serenarás y escribirás otra historia.

Cuando Rojas saltó 14,98m y obtuvo la plata en los Juegos Olímpicos de Río 2016, nada más emocionante que haber tomado esa cruzada como un aprendizaje. La colombiana Caterine Ibargüen lucía insuperable, pero jamás habría tirado con el rigor (15,17m) que lo hizo esa noche si no estuviera una jovencita de 19 años mordiéndole los talones. Una adolescente, que, por cierto, esa misma noche sentenció la estabilidad de la reina neogranadina, quien, en su prueba, fue intratable y dominó con fiereza por más de una década.

Para que tengamos una valoración del esfuerzo de Yulimar, conviene recordar que Caterine logró a los 32 años el primer oro olímpico del atletismo colombiano (se segunda medalla olímpica después de la plata de Londres 2012) y Yulimar alcanzó su oro olímpico a los 25 años. La comparación pone en evidencia; primero que estas almas iban a coincidir y, segundo, que una determinaría el derrotero de la otra.

Por eso la importancia de la rivalidad. El 2017 fue un año de definiciones, y de traspaso de poder. El sano enfrentamiento hizo que la naturaleza de una se impusiera sobre la otra. Y punto. En los Mundiales de Atletismo de Londres, de ese año, se dio el eclipse. No podía ser de otra manera. El evento apropiado y la rival apropiada. El zarpazo tenía que ser asimilado por la opinión pública. Si no pudo doblegarla en las Olimpiadas de Rio 2016, este Mundial le otorgaba esa oportunidad.

Yulimar, una heroína solitaria - Ramón Navarro
Cortesía: Maja Hitij / Getty

Yulimar, con un revoloteo de 14,91m, alcanzó el primer título mundial de atletismo para Venezuela, y evitó que Caterina (14,89m) consiguiera su tercer galardón mundial, consecutivo. Eso dos centímetros de diferencia eyectaron a la venezolana, y ratificaron la evidencia de que, sin una rivalidad de ese espesor, se dificultaba el asalto final. Las batallas Rojas-Ibargüen tienen un espacio reservado en la psique de los seguidores del atletismo.

Pero, si ese enfrentamiento ha sido ejemplar, de consideración y respeto hacia el rival, ya dijo Yulimar, refiriéndose a Caterine, apenas la destronó, “me ha enseñado sin hablar y sin darme consejos”, lo que vivió recientemente en Zúrich, última reunión del Wanda Diamond League, la convierte en un prodigio solitario, imponiendo su estilo, sin latentes inseguridades, con inquietudes y preocupaciones menores, si las hubiere. Reconfigurando el espacio. Marcando el terreno.

Las cinco rivales de esa jornada (Lafond, Minenko, Ricketts, Williams y Mamona) no revelaron absolutamente algún interés por aproximarse al fenómeno Yulimar. La razón es sencilla; no están dotadas del talento para conspirar. Así que la venezolana compitió sola, pero en compañía de unas sombras que despegaban y cubrían una distancia menor. Como si el aire les impidiera cruzar el umbral de los 15 metros.

La campeona mundial hizo un primer salto que desesperanzó a todas, incluyendo a la medallista olímpica de plata, Tokio 2020, la portuguesa Patricia Mamona. Es mejor sentarse y verla saltar. En ese esfuerzo voló hasta 15,27m, falló luego los siguientes tres saltos; en la quinta opción dejó 15,22m, y finalmente, se despidió con 15,48m y récord del meeting, que lo había establecido en su primer brinco.

Esa ausencia de adversarias no la hace deslucir, ni la simplifica. Su rol esencial, ahora, es asegurar ir más allá de lo realistamente alcanzable. Esta entendido que su agón, su contienda, será con ella misma. Sin competidoras capaces de instalar indecisiones en su entorno, sin ninguna figura en el panorama, no habrá, al menos en los próximos cinco o diez años, crisis en esta naciente monarquía.

 

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