Artículo publicado el 22/08/2014 en prodavinci.com
http://prodavinci.com/blogs/yordano-tiene-cancer-y-quiere-vivir-en-venezuela-por-willy-mckey/
“No es sólo un dolor: son tantos.
No es sólo una voz: son muchas.
Y al final tendrán que oírlas”
Cuando Yordano Di Marzo, el músico que descifró a Caracas, estalló en llanto en la pantalla de uno de los canales de noticias más vistos por la diáspora latinoamericana, era obvio que lo que le dolía era enorme. Cuando se le rompió el aire, su voz se quedó en una inefable asfixia que se desesperaba buscando explicaciones. “A mí eso me…” y las lágrimas con dos golpes en el pecho confesados por un micrófono que luego se vuelven un silencio que cualquiera comprende.
[Sólo una enfermedad me parece más feroz que ese accidente biográfico que es el cáncer. Se llama Síndrome de Riley-Day. Es hereditario y sus síntomas se manifiestan desde que la persona que la padece nace. Con el tiempo, sólo empeoran. El síndrome hace que las personas que lo heredan simplemente no sientan ningún dolor]
El dolor de Yordano apareció justo después de agradecer la ayuda que recibió de personas que no sabían que ese remedio que donaban o ayudaban a conseguir era para él. La enfermedad permite que, en una mutación por dolor, deje de ser el genio de la canción. Se convierte en Giordano Di Marzo, paciente oncológico venezolano, abuelo de Silvana, papá de Camila, de Adela, de Isabela, hermano de Evio. Es otro de los cientos de miles de venezolanos a quienes una realidad cruel les impide ejercer el inalienable derecho de pelearse la vida en su propia casa.
httpv://youtu.be/Qb5U7ZkLj6k
[Delante de la televisión, en palabras del poeta cubano Virgilio Piñera, nos descubrimos en la maldita circunstancia de la asfixia por todas partes. Pero en alguna parte del mismo país hay personas que, aparentemente, han heredado la incapacidad de sentir dolor. Vuelvo a pensar en el Síndrome de Riley-Day. Esa insensibilidad hace que quienes lo padecen no perciban si son mutilados, torturados, heridos. También deben ser incapaces de quejarse]
Cuando Yordano menciona a quienes a través de las redes sociales lo ayudaron sin saber que se trataba de él, de Yordano, cuando menciona a la doctora Érika Montero, al Centro Médico Docente La Trinidad, al Centro Oncológico de El Llanito o al doctor Sergio Girard, traza su propia cartografía de la supervivencia. Cada paciente oncológico tiene la suya, sus recorridos, sus nombres. Pero en el mismo mapa donde la Academia Nacional de Medicina se pronuncia sobre la catastrófica crisis humanitaria en salud, la Defensora del Pueblo califica de desproporcionada la petición de la Asociación Venezolana de Clínicas y Hospitales y otros gremios de declarar una emergencia por la escasez de medicinas e insumos sanitarios.
[Esta mañana, en una farmacia en Caracas, había una cola de 23 personas. Destacaban tres cabezas más blancas y más viejas que las del maestro. Las tres eran madres de pacientes oncológicos menores de 40 años de edad. En esa manera de resolver en la que se ha convertido el organigrama familiar, ellas son las únicas que tienen el tiempo para estar en una cola que les promete algún medicamento si tienen la paciencia suficiente. Hablan de sus hijos y les duele]
En alguna ocasión Yordano pudo llegar a Bogotá y comprar las medicinas que le hacían falta, pero cuando habla en CNN lo hace por quienes no pueden hacerlo. Lo ha vivido. La guitarra puesta en reposo porque una canción puede esperar, a diferencia de una dosis de Vidaza. Toda la ayuda que ha recibido ha estado amparada en la misma timidez del muchacho que en 1984 replanteó el pop venezolano sin pedir una fanfarria a cambio. La noticia de la crisis que aquí viven los pacientes oncológicos (quizás por falta de humo y de uniformes, pero no de vileza) no había aparecido con la misma fuerza que otras en la mediatización internacional de la palabra Venezuela. La violencia es más fácil de transmitir que la crueldad lenta, amenazante y terrible que sufren quienes son frenados por una equivocación tras otra: las de la política, las de la economía, las de la historia.
[Quien no se queja de lo que debe dolerle, ¿está enfermo o está muerto? ¿Estamos muertos?]
Eduardo Sánchez Rugeles, escritor venezolano y pesimista militante, ha resumido en dos ideas la mejor descripción de Yordano que he leído: “un ferviente paladín de la esperanza, un entusiasta explorador de la brisa”. Una gira que lleva a Nueva York se convierte en un aspirado de médula para poder hacerse exámenes. La música, diría Cesar Miguel Rondón, no es más que un pretexto. Cientos de miles de venezolanos, Yordano entre ellos, están peleándose con el presente que les tocó en coincidencia con su enfermedad. No tiene tiempo que perder: están ocupados salvándose.
[¿Qué debemos hacer quienes tenemos la suerte de estar sanos? ¿Dónde poner todo este tiempo con el que la vida nos llena las manos? ¿Nunca va a poder conmovernos a todos algo que le pase a uno solo, o a tres señoras, o a toda la unidad de un hospital, por más feroz que esto sea? ¿Hasta cuándo podremos seguir fingiendo que no nos duele porque no nos toca? ¿Y cuándo va a tocarnos? ¿Cuándo terminará esta inédita epidemia del Síndrome de Riley-Day que nos está hundiendo en la abulia, en el silencio cómplice, en la mierda?]
Pero mientras esto pasa, maestro, háblenos de amor, de cosas de amor. Usted, que es de quienes hacen algo más que ruido.