Publicado en: Prodavinci
Por: Mari Montes
Esto que te voy a decir no cabe en un tuit y sería un hilo muy largo.
Íbamos camino a Júpiter hablando de ti, de lo que significas en nuestras vidas y que no te hemos dicho, de cómo estás presente, de cómo siempre vivimos cosas que nos hacen recordarte y pensar en lo que hemos aprendido de ti, leyéndote, escuchándote o conversando contigo, del privilegio inmenso de ser tus amigos.
Te recordamos porque íbamos camino a Júpiter, para ver debutar a JJ Bleday, el prospecto que firmaron los Marlins en el pasado Draft estudiantil, y compartíamos lo importante que es estar presentes en estos momentos cuando cubrimos un equipo con el esmero que merecen sus aficionados y nuestros lectores y seguidores en redes sociales.
En el Roger Dean Stadium volvimos a mencionarte, porque varias veces coincidimos en ese parque, en nuestros recorridos de primavera, cuando aún no existían estas herramientas tecnológicas de las que hoy disponemos.
Escribías a mano tus crónicas para El Nacional. Hacías las entrevistas a los jugadores venezolanos, mostrabas sus logros e indagabas en sus próximas metas, resaltabas cualidades y comentabas lo que debían ajustar para mantenerse en la exigencia de las Grandes Ligas. Lo hacías a mano porque no era práctico viajar con una máquina de escribir y cuando comenzaron a aparecer los note books ya te habías acostumbrado a hacerlo de esa forma. La verdad estoy segura de que lo disfrutabas más contando esas historias literalmente de tu puño y letra. Enviabas por fax el trabajo y al día siguiente todos podían leerte y enterarse de lo que iban haciendo los jugadores venezolanos presentes en los entrenamientos de primavera. Eran hojas de letras script perfectas que no necesitaban líneas porque escribías derechito, a doble espacio y sin tachaduras.
Los dos Daniel y Santiago –fue un viaje familiar– escuchaban fascinados esa historia, y cómo en cada lectura, por las respuestas que obtenías con tus preguntas, se encontraba uno con una cátedra de periodismo para el deleite de todos.
Eso es así y nunca te he dado las gracias por lo que generosamente me has enseñado. Como desde la primera vez que nos vimos en un terreno de beisbol.
Primer día para mí entre las rayas de cal, profesionalmente hablando, y me dijiste, casi atajándome en la zona de foul, cerca del círculo de espera: “A partir de ahora el beisbol va a cambiar para ti. Desde la tribuna el juego es otro, arriba ves a los jugadores como súper hombres, ahora sabrás que son mortales, como todos, humanos normales y corrientes, unos mejores que otros, con virtudes y defectos. Vas a entender mejor las decisiones de los managers, tendrás que estudiar las reglas. Ya el beisbol no será igual para ti, disfrútalo, bienvenida”. No es posible olvidar aquellas palabras, cada vez que bajo al campo y otra vez desde el palco, reitero cada una de ellas. No te lo había dicho.
Creo que muchos de los maestros que encontramos en la vida no nos dieron lecciones con un pizarrón desde un aula de clases, tú eres para mí uno de ellos.
Leerte es un aprendizaje que incluye, además de la redacción, cómo abordar una entrevista, reglas del juego y del reto que significa estar al más alto nivel. Oírte es aprender a analizar el beisbol con una extraña combinación de objetividad y pasión.
En las transmisiones de radio, cuando deliberadamente dejas de comentar para que escuchemos los sonidos del béisbol, nos dices lo que vale el silencio.
Contigo toda Venezuela siguió la carrera de Andrés Galarraga, desde que era el novato “Andrés Soler”, desde sus primeros batazos, incluyendo la emocionante campaña de 1993, cuando logró el título de bateo en una sola pierna.
La dimensión de Sandy Koufax no sería igual para la afición beisbolera venezolana sin tus escritos, sin “Sandy Koufax y yo” y sin “El último encuentro”. Sin cada crónica sobre uno de los mejores lanzadores de toda la historia.
Contigo aprendí, como dice el bolero, que en un box score hay mucho mas que números, que de una hoja de esas se puede hacer un libro, que hay que dedicarse a buscar con esmero todo lo que nos dicen, y releerlas, porque son como esos lanzadores que esconden la pelota, “truco” que comienza dentro del guante del pitcher y termina en la mascota del receptor.
Inolvidable el día que los Rojos de Cincinnati retiraron el número de David Concepción. Daniel, mi esposo, se había acreditado como fotógrafo para apoyarme en la cobertura, así que estábamos los tres en la sala de prensa del Great American Ball Park cuando uno a uno fueron entrando los miembros de “Maquinaria Roja”. Nos emocionamos, estaban ahí nuestras “barajitas”, y cada uno tomó la palabra para destacar el juego de nuestro paisano. Entonces, luego de la intervención de Johnny Bench, me dijiste al oído: “Mira sus manos, mira el tamaño de sus dedos. Es célebre una foto suya de sus tiempos de catcher, sosteniendo siete pelotas”. A los pocos minutos le pedí que me dejara posar mi mano derecha sobre la suya y de nuevo Bench, por el recuerdo y por lo pequeña que se veía mi mano sobre la de él, me hizo sentir niña que ligaba sus batazos contra los Medias Rojas.
Nunca pierdes la oportunidad de enseñar, siempre tienes la generosidad de desprenderte de tus conocimientos. No sé si te das cuenta, porque lo haces de manera inevitable.
Podría seguir hasta siempre enumerando todo lo que hemos aprendido de ti, al menos en esta familia. Y ya sé que mis nietos que no han nacido tendrán entre sus herencias las lecciones que aprendimos contigo.
¡Muchas gracias Humberto Acosta! ¡Gracias por todo, gracias por tanto!
¡Cuánta razón tenías, el béisbol no es igual para mí, pero no sólo por lo que me dijiste en El Universitario, sino porque te he tenido a ti como un amigo que es además un maestro!
¿Ves que no cabía en un tuit?
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