Por: Mari Montes
En el Museo de los Yankees, en las entrañas del Yankee Stadium, dos esculturas están separadas por una delicada lámina de acrílico transparente que emula la estela imaginaria que dibuja una pelota en su recorrido, desde que sale de la mano del pitcher hasta que llega a la mascota del catcher, sobre la cual aparecen reproducidas las firmas de los “Bombarderos” de un día memorable: Hank Bauer, Joe Collins, Mickey Mantle, Yogi Berra, Enos Masacre, Billy Martin, Jim McDougald, Andy Carey, Don Larsen y Casey Stengel.
La obra recuerda el Juego Perfecto del 8 de octubre de 1956, el único ocurrido hasta ahora en la historia del Clásico de Otoño. Aunque no hay que olvidar que hubo otro, tan solo al año siguiente, pero en Pequeñas Ligas, también en Serie Mundial, protagonizado por los jovencitos campeones de Monterrey y cuya historia quedó magníficamente contada en la película “El Juego Perfecto”.
Es un juego en el que nadie se embasa, ningún pelotero se instala en primera, nadie recibe un boleto y hay errores en la defensa, al contrario, siempre ocurren jugadas prodigiosas, increíbles, impensables, extraordinarias.
En cualquier categoría es una hazaña muy encumbrada, difícil, deben ejecutarse las jugadas de rutina y las de feria y aunque la joya se acredita al lanzador, el hombre que tiene el control de los envíos y que debe evitar que los bateadores hagan su trabajo, la confección de un Juego Perfecto es cosa de todo el equipo.
El 8 de octubre de 1956, sesenta y dos mil quinientos diecinueve aficionados se instalaron en el Yankee Stadium para presenciar el quinto juego de la Serie Mundial. Era el último año de los Dodgers de Brooklyn en Nueva York antes de trasladarse a Los Ángeles y la última serie para Jackie Robinson, quien luego se retiró.
Iban a pasar cosas importantes, pero nadie sospechaba aquella tarde fresca, cuando comenzaron a llenarse las sillas del Yankee Stadium, que Don Larsen un lanzador no muy consistente, en su cuarto año en las Mayores, recordado hasta entonces por haber liderado la lista de derrotas en 1954, cuando jugaba con los Orioles de Baltimore, protagonizaría una de las épicas inigualables del beisbol.
Había terminado la temporada con 11 y 5 y hasta esa noche era un lanzador común y corriente. Sin ningún brillo.
Los Dodgers habían ganado el título en la temporada anterior, precisamente a costillas de los Yankees, en la recordada Serie Mundial en la que Jackie Robinson se robó el home. Hasta morir Yogi Berra insistió en el error en la sentencia, pero la historia cuenta que Jackie llegó quieto.
Era la oportunidad de los Bombarderos del Bronx tomar la ventaja en la serie empatada a dos.
Los árbitros se dispusieron en el terreno luego de recibir las alineaciones de manos de Walter Alston y Casey Stengel. El umpire principal era Babe Pinelli, en primera base Hank Soar, en segunda Dusty Boggess, en tercera Larry Napp, Tom Gorman en el jardín izquierdo y en el derecho Ed Runge.
Los Dodgers se presentaron en este orden: Jim Gilliam, segunda base, Pee Wee Reese short stop, Duke Snider jardinero central, Jackie Robinson tercera base, Gil Hodges en la inicial, Sandy Amoros jardinero izquierdo, Carl Furillo jardinero derecho, Roy Campanella receptor y Sal Magie, lanzador.
En dos horas y seis minutos, con tan solo 97 pitcheos, Don Larsen dominó a una alienación de letal artillería. Ese tiempo bastó para dejar de ser un pitcher del montón, para inscribirse en la historia como el único que hasta ahora ha logrado un Juego Perfecto en una Serie Mundial de Grandes Ligas.
En el cuarto inning Mickey Mantle inauguró la pizarra con cuandrangular solitario ante Sal Magie, quien hizo un buen trabajo ante la toletería de los del Bronx, a quienes solo permitió 5 imparables.
La segunda carrera llegó en el sexto gracias a batazo de Hank Bauer que impulsó a Andy Carey. Larsen ponchó a 7 incluyendo a Dale Mitchell, último bateador, emergente por Sal Magie.
En el box score consta que no hubo balks, wildpitches o errores.
Después de que el principal Babe Pinelli cantara el ponche de Mitchell, el pequeño Yogi Berra, aún con la careta puesta, se lanzó sobre Larsen a horcajadas, para celebrar la perfección. Luego vino el resto de los Yankees y el estadio estalló en alegría.
Mickey Mantle, quien además del HR hizo una gran jugada para impedir que picara una pelota bateada por Gil Hodges, dijo después que aquel juego era el más importante en el que estuvo en toda su carrera.
En una entrevista para el cronista venezolano René Rincón, Yogi Berra dijo sonriente: “Don Larsen me lanzó todo lo que le pedí”. Aunque siempre suena como un “yogismo”. La verdad es que el trabajo para concretar una hazaña de tantos quilates es posible en combinación con el receptor. Ademas de la defensa y como decía Cy Young “suerte”.
El manager Casey Stengel confesó: ” Nunca en un juego tuve tantos asistentes. Todos desde el dugout le gritaban a los jugadores donde debían ubicarse”.
Para Don Larsen es una historia que siempre le emociona contar. Una vez le preguntaron si no estaba cansado de hablar de la historia del Juego Perfecto en la Serie Mundial de 1956 y él respondió: “No ¿Por que tendría que cansarme?”.
Igual nos pasa a quienes indagamos en ese juego en el que los duendes del béisbol comandaron un encuentro mágico, aquel otoño en Nueva York.