Publicado en: Prodavinci
Por: Mari Montes
Fue uno de los integrantes del equipo que en 1959 logró el Oro Panamericano en los juegos continentales celebrados en Chicago.
Tenía sólo 17 años cuando asumió la responsabilidad de ser uno de los brazos que contribuyó con la hazaña del campeonato, el lanzador que maniató a Puerto Rico en el Comiskey Park. Venezuela ganó con pizarra de 6 carreras por 2.
En aquellos días Venezuela disfrutaba los primeros pasos del recorrido por las años de la democracia, con Rómulo Betancourt en la presidencia de la República.
Inexplicablemente esa proeza no es recordada como deberíamos, porque significó un hito importante en la historia deportiva de nuestro país.
Luis Peñalver consiguió ganar dos veces, dejando efectividad de 1.62 con sólo cuatro carreras limpias en veintidós innings con dos tercios de labor.
Nació en Cumaná, estado Sucre, el 20 de noviembre de 1941. A los siete años su familia se mudó a Caracas, así que creció en El Guarataro, donde comenzó jugando pelota de calle hasta que fue reclutado por el Deportivo América, en el béisbol amateur.
Al regresar de Chicago fue firmado como profesional por el Oriente.
Cuenta José Antero Núñez en su libro 50 años de la hazaña, que Peñalver debutó en 1960 ponchando a Pompeyo Davalillo, una de las figuras de los Leones del Caracas, equipo al cual fue cambiado en la temporada 1962-1963, donde dejó escrita su mejor historia.
Para el Caracas es una sus leyendas imprescindibles a la hora del recuento de sus más encumbradas figuras. Uno de los lanzadores cuando se arma el equipo de todos los tiempos.
No pudo establecerse en las Grandes Ligas. Llegar y quedarse no ha sido fácil nunca y es posible que la situación del lanzador cumanés no le haya permitido tener la paciencia para esperar su oportunidad. No pudo seguir en las ligas menores, necesitaba un buen salario, así que terminó yéndose a México, como hicieron muchos en aquellos tiempos.
Cuando Peñalver probaba suerte para jugar en las Grandes Ligas, se establecía el dominicano y futuro miembro del Salón de la Fama de Cooperstown, Juan Marichal.
No le llegó el momento en las Mayores, no pudo demostrar sus capacidades en las Grandes Ligas, pero en nuestra pelota fue un lanzador que mereció el término “legendario”. Inteligente, dominante, mañoso. En veintitrés temporadas ganó ochenta y cuatro juegos, recorrió toda la ruta cuarenta y cinco veces, acumuló mil quinientos dieciséis innings y un tercio, ponchó a setecientos cuarenta y ocho y dejó efectividad de 3.13. Números fríos que dan una idea de por qué se ganó el derecho de estar en el Salón de la Fama del Béisbol Venezolano de manera irreprochable. Sólo él y José de la Trinidad “Carrao” Bracho estuvieron lanzando pelotas por tantas zafras desde los montículos de nuestros parques.
Levantaba tanto la pierna que parecía que iba a perder el equilibrio y lanzaba por encima del brazo, ese era el movimiento que uno imaginaba cuando escuchaba por radio la narración de Delio Amado León.
En el estadio siempre se oía el comentario de que tenía un estilo parecido al de Marichal. No se trataba de compararlo, tampoco era el mismo movimiento. Era una manera de elogiar su trabajo.
Los caraquistas sabíamos que con la pelota en su mano la posibilidad de ganar era más segura. Confirmábamos en él.
Cuando se retiró en los años ochenta, los de mi generación afirmábamos que había pitcheado toda nuestra vida.
Luis Peñalver hizo su debut con el uniforme del Oriente. Pero fue con el Caracas con el que alcanzó sus mejores números. También vistió otros uniformes incluido el del Magallanes, Águilas del Zulia, y se retiró con los Tigres de Aragua en la temporada 1982-1983.
Hace unos días cumplió setenta y ocho años y por ello nos sirvió de excusa para recordarlo en su dimensión de León eterno, es una de las leyendas que agrandan el ego caraquista.
Todavía se le ve por la caimanera de egresados ucevistas de los miércoles en el Universitario, dicen que con su repertorio de curvas, yoyos y serpentinas y que con todos ellos es capaz de ponchar, como si el tiempo no hubiera pasado.
Simpatiquísimo siempre, amigo y compañero de mi papá en la célebre caimanera, le dio a nuestro hijo Daniel un cuento que siempre nos gusta compartir. “El Chino” tendría unos once años, iba con su abuelo a los juegos de los miércoles y a veces lo ponían a quechar antes de la partida.
Un día llegó a la casa y nos dijo: “Hoy le estuve recibiendo a un señor mayor, amigo de mi abuelo, que fue pitcher profesional. ¡Levanta la pierna altísimo y después tira tremenda curva! Se llama Luis Peñalver”.
¿Habrá otra manera de describirlo?
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