Lou Brock y Miguel Cabrera, dos tipos alegres – Mari Montes

Izq: Miguel Cabrera. Fotografía de Duane Burleson | GETTY IMAGES NORTH AMERICA | Getty Images via AFP; Der: Lou Brock. Fotografía de DOUG BENC | GETTY IMAGES NORTH AMERICA | Getty Images via AFP

Publicado en: Prodavinci

Por: Mari Montes

«Los números difícilmente pueden contar la historia completa de Louis Clark Brock. No pueden contarte el entusiasmo que poseía, el entusiasmo por el juego, la emoción que generaba, la alegría de verlo. Si no lo has visto jugar, te has perdido una de las grandes alegrías del béisbol”.  Phil Pepe, New York Daily News, 1979.

Esas líneas que dibujan el béisbol de Lou Brock, podrían describir también el juego de Miguel Cabrera, quien lo dejó atrás la noche del lunes 23 de mayo, cuando disparó dos imparables (3.023 y 3.024) para quedarse sólo en el puesto 28 de la lista de los hiteadores más fecundos de la historia de las Grandes Ligas.

En 1999, cuando Brock estaba como instructor en los entrenamientos de Primavera de los Cardenales, presencié una entrevista que le hizo el periodista Rubén Mijares en el Roger Dean Stadium en Jupiter, Florida.  El veterano reportero y comentarista, centró la conversación en el robo de bases, la gran herramienta que aún en este tiempo identifica al inmortal jugador de San Luis.

Para Brock, robar base era una combinación de velocidad, habilidad para iniciar la carrera, inteligencia, instinto y conocimiento del lanzador. Para Brock, esta última era la más importante. Tiempo después, conversando con Luis Aparicio sobre el robo de bases, recordé esta explicación de Brock cuando el zuliano, poseedor de 9 títulos consecutivos como líder estafador, récord que se mantiene intacto, me dijo esta frase clave: “Las bases se le roban al lanzador”. Ambos están en el Salón de la Fama y la herramienta de robar almohadillas fue determinante en sus trayectorias y en lo que aportaron al béisbol.

En un artículo biográfico publicado por la Sociedad Americana de Investigación del Béisbol, Dave Williams cuenta: Cuando escuchó que Maury Wills tenía un pequeño libro negro en el que anotaba las idiosincrasias de los lanzadores, le preguntó a Wills si podía compartir con él algunas de sus notas. Como era de esperar, Wills no quiso compartir la información que había registrado minuciosamente con un jugador de un equipo contrario, así que Brock  compró una cámara de 8 mm a finales de 1964 y comenzó a grabar a los lanzadores de la liga para estudiar sus movimientos. El lanzador de los Dodgers, Don Drysdale, le preguntó un día a Brock qué estaba haciendo con la cámara y él respondió que estaba grabando películas caseras. ‘No quiero estar en tus malditas películas, Brock’, le respondió Drysdale y, fiel a su naturaleza, le dio un bolazo cuando lo enfrentó. Los resultados fueron inmediatos. Brock comenzó a fijar los hábitos y contracciones de los lanzadores al ver sus películas y mejoró su técnica, convirtiéndose en el principal ladrón de bases de la Liga Nacional. A partir de 1966 lideró la Liga Nacional en bases robadas durante los siguientes nueve años. Tuvo un buen comienzo en 1965 y estaba bateando .315 en mayo, antes de que un lanzamiento de Sandy Koufax le rompiera el omóplato. Brock sabía que Koufax no era experto en fildear toques de bola, por lo que en su primer turno al bate se embasó tocando y luego robó dos bases antes de anotar. Koufax lo perforó en la espalda en el próximo turno, causándole la lesión en el omóplato.”

Más adelante admitió que tardó en recuperarse por miedo. Superó este miedo enfrentándose a él: ‘Me obligué a hacerlo. Incluso cerré los ojos y entré en un slump. Luego conecté algunos hits y te das cuenta de que ya lo superaste’” destaca Williams.

Volviendo a aquella entrevista que le hizo Rubén Mijares, Brock también destacaba un intangible del robo de bases: la ansiedad que provoca en la defensa y en el lanzador, tener en base a un corredor con esa habilidad.

Era un jugador cerebral, pensaba el béisbol y pensaba en béisbol. Conocer la táctica de Wills le hizo desarrollar la suya. En 1974, robó 118 bases para demoler el récord anterior, en poder de Maury Wills desde 1962, cuando robó 104; vale resaltar que coleccionó 938 estafadas, relegando a Ty Cobb al segundo lugar con 892.  El 1ero de mayo de 1991, Rickey Henderson se apoderó del primer puesto al estafar la base 939. Es líder histórico con 1.406 en su cuenta definitiva.

 

Lou Brock. 1974. Fotógrafo desconocido | Wikimedia

Si bien su audacia para robar bases es uno de las cualidades más resaltantes de Brock, basta con ver sus números en la época que jugó para comprobar que fue uno de los peloteros más completos de su generación y de todos los tiempos. Por eso fue elegido para el Salón de la Fama de Cooperstown en 1985, en su primera aparición en la boleta, convirtiéndose en el vigésimo jugador escogido en su primer año de postulación.

En 1965, comenzó una racha de 12 temporadas en las que promedió 65 robos y 99 carreras anotadas. Clave para que los Cardenales alcanzaran banderines consecutivos de la Liga Nacional en 1967 y 1968 y para el  título de la Serie Mundial de 1967. Bateó .439 en los dos Clásicos de Otoño, que incluyeron un récord de 13 hits en la Serie Mundial de 1968 y 12 en 1967.

La historia de vida de Lou Brock se parece a la de muchos hombres afroamericanos del Sur que tuvieron que lidiar con la pobreza y la discriminación racial.

Cuenta Dave Williams en su investigación: Louis Clark Brock nació el 18 de junio de 1939 en El Dorado, Arkansas, hijo de Paralee y Maud Brock. Para Paralee (su madre),  fue el segundo de sus tres matrimonios y Louis fue uno de los nueve hijos que tuvo. Poco después de la llegada de Louis, la familia se mudó a Collinston, Luisiana, una ciudad mestiza de 300 habitantes. El área era muy pobre y la escuela a la que asistía Lou tenía solo un maestro y no tenía agua corriente.”

Era muy pequeño cuando Maud Brock los abandonó, así que no hubo un padre en los recuerdos de la infancia de Lou, quien debió enfrentar la inseguridad de ser pobre y negro en el Sur. Según Williams: “Le tomó varios años superar la vergüenza de su color de piel y tener que viajar en autobús varias millas pasando por las escuelas blancas hasta la escuela negra. Incluso a una edad temprana, era muy consciente de su entorno. Veía la gran cantidad de desempleados y casas viejas y deterioradas, y se quedaba despierto por la noche preguntándose cómo evitaría un destino similar.  Resultó que la respuesta era el béisbol.”

Ahora, la historia que sigue parece un cuento de película infantil de beisbol. El béisbol le llegó como un “castigo”.

Williams detalla: “Enviado a la biblioteca en cuarto grado por escupir en el piso del patio, se le dio la tarea de investigar las carreras de Joe DiMaggio, Stan Musial, Don Newcombe y Jackie Robinson; el joven Brock se iluminó no solo por los logros de estos grandes peloteros, sino también por el dinero que ganaban”.

En la escuela no se jugaba béisbol, pero si softball, así comenzó el recorrido de Lou Brock en la pelota.

Estudiando en la secundaria, fue reclutado por un equipo callejero, de esos que juegan en terrenos como en la película “The Sandlot”, pero mejor organizado, con mánager y entrenador.

Lou ganó experiencia y jugó después en el equipo de la escuela secundaria donde según cuenta la historia,  bateó al menos .350 cada año, con promedio de .535 en su temporada senior. Sin embargo no había becas deportivas esperándolo después de graduarse. Recibió una beca académica de la Universidad del Sur para negros, donde estudió matemáticas, pero la transición a la universidad no fue fácil y perdió la beca porque no mantuvo sus calificaciones en un nivel aceptable. Explica Williams que “Le gustaba la escuela y, como no quería volver a casa, hizo una prueba para el equipo de béisbol con la esperanza de obtener una beca deportiva.  Esto también resultó difícil al principio, ya que asistió a la práctica todos los días durante cuatro semanas y solo bateó unos cuantos elevados. Frustrado y decidido a hacerse notar, un día corrió tras cada fly hasta que se desmayó. Cuando volvió en sí, los entrenadores le permitieron batear cinco pelotas. Las llevó todas por encima de la cerca del jardín derecho y aseguró su lugar en el equipo”.

En verdad logró hacerse notar. Aunque su primera temporada fue pobre en bateo, en su segundo año fue espectacular, bateó para promedio de .545 con 80 hits y 13 jonrones en solo 27 juegos. Southern, la Universidad de Baton Rouge, Luisiana, se convirtió en la primera universidad negra que ganó el campeonato NAIA al derrotar a la Universidad de Omaha, 10-2. Brock conectó un jonrón que rompió el empate, se fue de 5-2 con 3 carreras impulsadas en el juego de campeonato y fue incluido en el equipo de todos estrellas.

Despertó la curiosidad de Buck O’Neil, el veterano manager de las Ligas Negras y scout de los Cachorros. Aunque lo vieron los dos equipos de Chicago, fueron los Cachorros los que acordaron con él un bono de $30 mil. Fue enviado a la Liga de Novatos, donde bateó .387, y fue visto como un talento en bruto que aún necesitaba desarrollar los fundamentos. Los Cachorros valoraron sus progresos y lo invitaron al campamento de entrenamiento de primavera de las Grandes Ligas en 1961, sorprendió bateando .400. Ese año fue ascendido en septiembre y solo dio un hit en 11 turnos, apareció en la alineación de cuatro juegos.

La temporada siguiente fue floja ofensiva y defensivamente, bateó .263 en 123 juegos. En 1964 entró en una mala racha de bateo (.251 en 52 juegos) y fue cambiado a los Cardenales. Se dijo entonces que el canje favorecía a los Cubs, la verdad fue otra. El aire de San Luis le hizo bien, bateó .348 por el resto de la campaña, dejando promedio de .315. La historia que vino después, es la que lo convirtió en un inmortal.

Cuando comenzó la temporada de 1979, Brock estaba a 100 hits de los 3.000. El 13 de agosto estaba a dos hits de la mítica cifra. Jugaba en San Luis contra los Cachorros (porque así son los dioses del béisbol). Ante una multitud de 44.457 fanáticos, conectó el 2.999 a Dennis Lamp en el primer turno. En la cuarta entrada, de nuevo ante Lamp, conectó el imparable 3.000 para ser el miembro número 14 del selecto club.  Terminó el año con un promedio de .304 en 120 juegos y se retiró. El 9 de septiembre de 1979, los Cardinals lo honraron con el Día de Lou Brock en el Busch Stadium y retiraron su número 20.

Cuando murió, contó Ricardo Goldstein en The New York Times: “Una noche de 1948 estaba escuchando una transmisión de la estación de radio KMOX de St. Louis. Harry Caray estaba transmitiendo un juego entre los Cardenales y los Dodgers de Brooklyn de Jackie Robinson, el verano después de que Robinson rompiera la barrera del color de las Grandes Ligas, una época en la que, como dijo Brock, «Jim Crow era el rey».

(“’Jim Crow’ es el nombre que se le da al sistema de castas raciales que operó principalmente, pero no exclusivamente, en los estados fronterizos y del Sur, entre 1877 y mediados de la década de 1960. ‘Jim Crow’ fue más que una serie de leyes rígidas contra los negros. Era una forma de vida. Bajo ‘Jim Crow’, los afroamericanos fueron relegados al estatus de ciudadanos de segunda clase”. Según la definición de la Enciclopedia Británica).

“’Estaba buscando el dial de una vieja radio Philco cuando escuché sobre Robinson’- recordó Brock- ‘Sentí orgullo de estar vivo. El campo de béisbol era mi fantasía de lo que me ofrecía la vida a mí’”.

Brock murió a la edad de 81 años el 6 de septiembre de 2020.

Miguel Cabrera superó su cuenta de hits y nos hizo recordar a otro grande del juego.

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