Publicado en: Prodavinci
Por: Mari Montes
Era uno de esos días en los que recordaba especialmente a su abuelo. Los araguaneyes y bucares estaban en flor, así que se puso a contarlos, como hacía con él cuando regresaba por esa misma vía desde el colegio en su carro azul plata con radio de botones. Uno escogía el árbol nacional de flores amarillitas y el otro el impactante bucare con sus hojas naranja.
-Se encendieron los árboles, por eso tienes calor – le decía el viejo antes de comenzar el juego.
Como salió temprano de la oficina se fue hasta el pueblo de El Hatillo para comprar conservas de guayaba envueltas en hojas de plátano. Ya no quedan muchos lugares donde vendan dulces criollos.
Cuando era niño, El Hatillo era un pueblito al que iban a pasear los domingos para comer churros y otras chucherías y si era diciembre, como hacía frío, las acompañaban con chocolate caliente.
Antes El Hatillo quedaba como en las afueras de Caracas, pero con lo que creció la ciudad, ahora no parece tan lejos.
En la cena se dio cuenta de que sus hijos no conocían los dulces de guayaba, ni los coquitos, ni las melcochas. Quedaron fascinados con los sabores y se divirtieron estirando el caramelo.
Cuando a todos les dio sueño, se acostó en la hamaca del balcón y ahí se fue quedando dormido, recordando los disparates que le decía el abuelo cuando empezó a fallar su memoria. Los dulces criollos le hicieron evocar las miles de historias que él le contaba una, otra y otra vez y otra vez…
Entró en un almacén inmenso, interminable, con centenares de vitrinas y cajones infinitos.
Allí estaban las cosas que se pierden en este mundo, distribuidas en departamentos, como aquella vieja tienda caraqueña que quedaba cerca del estadio de beisbol.
Era como esa tienda, pero con cosas diferentes y no estaba la señora que vendía papitas en bolsas de celofán.
Había un área con juguetes que pierden los niños desordenados. Resultaba increíble cómo iban llegando cada segundo juegos de video y sus controles, audífonos y tabletas. En una vitrina especial, exhibidos como «juguetes en vías de extinción», había trenes, carritos, muñecas, la ropa de ellas, zapaticos, pedazos de pistas, soldaditos y bailarinas, trompos, yoyos, gurrufíos, perinolas, zarandas, metras y papagayos que se escaparon. Llaves para ruedas de patines, billetes de monopolio, palitos chinos y yaquis. Reinas y reyes, caballos briosos, alfiles, torres y peones de juegos de ajedrez. Exploradores con mapas, luchadores sin un brazo, astronautas fuera de órbita y niños de madera. Dados, fichas de ludo, barajas y barajitas. Lo que se pierde en medio del desorden se encontraba en ese lugar.
Muy cerca estaban creyones de todos los colores, tizas blancas y pastel, lápices con puntas afiladas para comenzar a escribir, borradores, sacapuntas para seguir escribiendo, juegos de geometría, compases, tijeras y cuadernos sin usar, de espiral y cosidos, con tapa dura y portadas con ilustraciones variadas, para niñas y varones.
Había una sección de deportes con pelotas de beisbol extraviadas en el sol, otras que se fueron de jonrón y algunas de foul. Balones de fútbol que volaron por encima del arco y algunas pelotas de básquet que se perdieron en un pase. Pelotas de tenis que se convirtieron en ace y nadie vio, las pequeñas y fuertes esferas de golf que cayeron en la trampa, unos balones de rugby que nunca se ensuciaron de pantano y se aburrieron de tanto esperar el juego.
En otra sala sólo había medias que se esfumaron en la secadora y se quedaron sin parejas. Las había de todos los colores y estampados. Limpias, muy limpias y tibias. Era un espacio muy grande, lleno de gavetas y gavetas de medias diferentes, de calcetines solitarios.
En el departamento para niñas aparecían adornitos para el cabello: peinetas, ganchitos, moñitos, cintillos, cintas y gomitas para hacer colas de caballo. Sortijas, pulseras, collares y pendientes solitarios cuyos pares se quedaron en un joyero.
Se mostraron los artículos para caballeros: taladros casi nuevos, martillos y gran variedad de herramientas, clavos y tornillos y lentes para soldar. Bolígrafos, pilas, cables para cargar baterías, encendedores, lupas, linternas, navajas, brújulas, controles de televisores, pañuelos, lentes para leer las letras que se empequeñecen cuando pasa el tiempo, y hasta extinguidores que, por fortuna, nadie necesitó. ¿Cómo alguien pierde algo tan grande como un extinguidor?
En otro piso de «cosas que se buscan con desesperación», había tickets de estacionamiento, llaves de puertas que volvieron a abrirse y de candados que quedaron cerrados, tuerquitas de patas de anteojos para poder leer buenas noticias, recibos de la tintorería de trajes a la medida, papelitos con números de teléfonos que nunca repicaron, manuales de instrucciones, hojas con tareas que las maestras jamás creyeron que fueron hechas; y relojes, montones de relojes de todo tipo, de gente que perdió el tiempo y nunca lo recuperó.
Otra área con «lo que no tiene valor» estaba llena de dinero de todas partes del mundo, bonos emitidos por algunos gobiernos, documentos que nadie leyó y teléfonos celulares, montones de ellos. Joyas como collares de perlas que se veían más lindas en el mar, cadenas y yuntas de oro, rubíes, esmeraldas, zafiros y relojes suizos muy costosos que daban la misma hora que todos los relojes. Parecía una caja fuerte.
Siguió caminando y llegó al piso superior del almacén, donde estaba lo que se siente, como la inspiración que a veces se extravía y no regresa, lecciones que no fueron aprendidas, melodías que no se escribieron en ningún pentagrama, poemas que no llegaron a su destino, buenas ideas que por no anotarse se perdieron, cartas de amor que jamás fueron entregadas, historias que merecían un libro, palabras que se dijeron por decirlas, y otras que quedaron con ganas de ser pronunciadas, promesas que no fueron ciertas y mentiras que nadie creyó.
Entonces descubrió un ascensor. Era extraño porque se suponía que no había más pisos, pero él apretó el botón y la puerta se abrió y entró.
Salió como si hubiera entrado a un túnel del tiempo. Tenía 12 años otra vez.
Llegó al lugar más fascinante, donde estaban los recuerdos que se perdieron en la memoria de los abuelos…
Era enorme. Abarcaba todo el piso. En las paredes se proyectaban imágenes de diversos recuerdos y se confundían barcos veleros con aviones de papel.
Se escuchaban bandas de jazz en tocadiscos, radios de galena, películas de Charles Chaplin, tranvías, fotografías de muchachas disfrutando de la playa con sus trajes de baño hasta las rodillas.
Pasaban locomotoras y globos aerostáticos. Se veían casas de techos de tejas rojas y un coche halado por dos caballos que conducía un señor llamado Isidoro. Máquinas de escribir con teclas de metal, de esas a las que se les ponía una cinta de tinta y el papel se sostenía sobre un rodillo que giraba mientras aparecían las letras. Películas en súper 8, cassettes con música bailable, teléfonos de discos, televisores empotrados en muebles de madera, sillas mecedoras con rejillas vienesas, aguamaniles, vitrinas con vidrios de cristal que mostraban vajillas inglesas, patines con ruedas de hierro, muñecas de porcelana, ábacos para sumar años, montones de cosas que provocaban ternura, como el sonido de las risas de los nietos o tristezas que nunca terminaron de olvidarse, hasta que llegaron ahí. Claro, también había alegrías.
Se detuvo a buscar pero no sabía por dónde comenzar.
Entonces apareció un anciano, amable, que no había olvidado y por eso podía ordenar todo lo que estaba ahí.
En la memoria de los abuelos se pierden cosas que ya casi no se ven o que dejaron de existir y que sólo permanecen en sus recuerdos, como esas imágenes de cine mudo, en blanco y negro y también magníficas historias a todo color.
-¿Cómo te llamas? -le preguntó al anciano.
-¡Ya no sé! Se me ha olvidado.
-Si yo quisiera recuperar una historia que mi abuelo siempre me contaba ¿sería posible?
-Debe estar por ahí. ¿De qué se trata?
-De beisbol. De unos muchachos que se fueron en un barco a La Habana, Cuba, hace mucho, mucho tiempo, en 1941, cuando mi abuelo era jovencito y hubo una celebración en Caracas y en todo el país, porque se vinieron con un trofeo inmenso, de los que ganan los campeones. Parece que fue en esos días, me contaba el abuelo, cuando los venezolanos terminaron de enamorarse del juego de pelota.
-¡Claro! Esa historia está aquí. Hay varias versiones, aunque todavía hay quienes la recuerdan.
Esa historia está perdida en la memoria de mucha gente, no solo de viejitos, de viejitas también, no vayas a creer, las muchachas que gustaban del beisbol y de los jugadores.
Los dos rieron y llegaron al archivo que guardaba los sonidos de las alegrías: «Héroes del 41». Se le puso la piel de gallina: así los llamaba su abuelo.
El anciano que no recordaba su nombre, lo dejó sólo para que identificara cuál de todas era la que tanto había escuchado hasta que el abuelo comenzó a olvidar.
-¡Tienes que cerrar los ojos para escuchar! – le dijo, y se fue.
Era curioso, aunque eran voces distintas, la emoción fue la misma.
«¡Beisbol!» «¡Campeones»! «¡Los mejores!» «¡Enciendan la radio!» «¡La alegría más grande!» «¡Ganamos!» «¡Victoria!» «¡Venezuela!» fueron palabras y expresiones que saltaron de los recuerdos.
Entonces, escuchó la voz del abuelo leyendo el poema «Romance de Campeonato» de Andrés Eloy Blanco:
«Con matrimonio canónico
en La Habana se han casado
la bandera de Juan Bimba
y el pendón del campeonato.
Liborio, que fue el padrino,
llevó la novia del brazo;
de un lado, Narciso López,
Maceo del otro lado
y la sombra de Martí
con las arras en las manos;
junto a la estrella de Cuba,
siete estrellas caminaron,
lanzaban «estráis» de espuma
las olas de Marianao;
La Habana «bateaba» rumbas,
Caracas «hiteaba» cantos
y cruzaban «fláis» azules
Santa Clara y Maracaibo
vienen Bimbas y Liborios
rematando el festival;
tiran las gorras al «Vento»
sacuden el «Limonar»
hasta que se caen los «Ramos»
por la fuerza de «Tarzán»;
va corriendo ratón «Pérez»,
pues lleva un «Gatico» atrás;
mientras se chupa un «Mosquito»
la nariz de Magriñá,
un «Pollo» pica y repica
y no acaba de picar
y cuando «El Pollo» Malpica
se siente el Catire «Maal»
mientras va el «Pollo» picando
granitos de «Petit puá».
¡»Conrado» se ve «Chirinos»,
«Fernández» que orondo va,
cómo se siente «Fonseca»
«Goajiro» del goarijal!
Mesándose la «Barboza»
«Bracho» se pone a gritar,
porque con tanto bullicio
las gentes van a tumbar
la mesa, la «Casa-nova»
la caña y el «Limonar»;
y al fin, vibrando en «Redondo»,
que es lo «Finol» del final
se mete por Varadero
la balandra fraternal,
suelta un «Buzo» que va al fondo
y surge para ofrendar
dos perlas de igual oriente,
dos perlas de brillo igual,
una a Liborio supremo,
otra a Juan Bimba inmortal.
Con Santa Clara y con Cuba Libre
termina el ceremonial,
hay un gran adiós azul,
porque empiezan a agitar
Caracas su azul de cielo,
La Habana su azul de mar;
se tienden puentes de vivas
litoral y litoral
y en la embriaguez de la justa
se saludan sin cesar,
Juan Bimba, vuelto «natilla»
y Liborio agar-agar.
Y así terminó la boda
nombrando la Catedral
nada menos que a un chinito,
Canónigo Magistral».
Él no podía creer que estaba escuchando al abuelo de nuevo. Abrió los ojos pensando que lo vería, pero él no estaba ahí. Era sólo el recuerdo de su voz y hasta le pareció sentir el aroma de su agua de colonia francesa.
Volvió a cerrar los ojos para seguir escuchándolo explicarle los versos de Andrés Eloy…
-¿Te diste cuenta de que nombra a todos los héroes? Andrés Eloy era genial, entre comillas los puso a todos – El abuelo se sabía el poema de memoria, así como los divertidos apodos de algunos peloteros.
Y entonces continuó…
-Abelardo Raidi, quien era el delegado, decidió reunir a los mejores peloteros del país y recorrió toda Venezuela para hacer un equipo que representara nuestro beisbol en Cuba, en la Serie Mundial Amateur, que era una competencia muy importante. El periodista y atleta Hermann Ettedgui «Chiquitín», había sido gran promotor de la participación de Venezuela. Conocía y describía las habilidades de cada uno. Fue un gran entusiasta.
Aquel equipo, inesperadamente, le ganó a Puerto Rico, México, Nicaragua, Estados Unidos y Panamá. Sólo perdieron contra República Dominicana y se desquitaron de nuevo contra Cuba, que era el equipo más fuerte, según se decía. Así empataron en el primer lugar y hubo que hacer el juego del desempate que ganó Venezuela con Daniel “Chino” Canónico como pitcher.
Después vino una de las mejores partes, los jugadores regresaron a Venezuela en un barco que llegaría al puerto de La Guaira, de allí habían salido. Cuando partieron, sólo unos pocos estuvieron pendientes de ellos. El regreso fue apoteósico.
Comenzó a escucharse el mar mezclado con la bulla del gentío, y el viento. El abuelo continuó:
– Todos los caraqueños fuimos a recibirlos. Las damas llevaban vestidos bellos, los atuendos de domingo y sombreros elegantísimos, los caballeros de traje y sombreros de pajilla. Quienes tenían carro fueron por la carretera hasta el Puerto y quienes no tenían automóvil llegaron como pudieron. Lo cierto es que yo no sé quién se quedó en la ciudad porque nada mejor que acompañar a los héroes hasta El Paraíso, para seguir el homenaje.
El Presidente Isaías Medina Angarita dio el día libre para que todos los venezolanos festejáramos.
Nunca había visto tantas flores en mi vida, flores de todos los colores y ¡un montón de muchachas bellas, alegres, no dejaban de sonreír!
De pronto se escuchó otra voz …
– Nada de eso lo sospechábamos nosotros los jugadores que veníamos en el barco. Ni nos pasaba por la mente que en Caracas y en el país había fiesta por nuestra victoria. Desde que vimos aparecer el Ávila nos emocionamos porque ya estábamos de regreso y triunfantes. Cuando entramos a la costa y comenzamos a ver barquitos, peñeros y lanchas, seguimos sin imaginar que toda esa gente estaba esperándonos.
Mientras avanzamos al puerto, nos dimos cuenta. Desde cada embarcación nos saludaban con pañuelos y muchas damas llevaban flores.
Casi no pudimos bajar del barco. Era tal la cantidad de gente, nos aplaudían, nos querían tocar, pedían autógrafos y era una gritería. Todos nos acompañaron hasta Caracas para seguir la fiesta.
Y había cantidad de muchachas bonitas, como dice el amigo aquí. Las más bonitas estaban ahí, recibiéndonos, coquetas y risueñas.
Ha pasado este tiempo, lo recuerdo y me vuelvo a emocionar- terminó de contar.
Por primera vez escuchó la voz de uno de lo héroes. Quiso saber si el abuelo lo había conocido.
-Claro- dijo el jugador estrella. Los buenos recuerdos traen amigos.
-¿Por qué siempre cuentas esa historia, abuelo? – le volvió a preguntar:
-¿Tú conoces una mejor? ¿Una que haya tenido a un país entero en vilo y además a miles de personas celebrando juntas por el éxito de un grupo de muchachos que nos llenó de orgullo y de esperanza?
-Es verdad. Lo que Venezuela vivió en aquellos días fue una emoción muy bonita.
¿Usted qué jugaba?- le preguntó al pelotero.
De pronto, hubo silencio, y después un ruido lo despertó. Había amanecido y la radio se había encendido a la hora programada. El locutor daba los resultados de los juegos de anoche. Destacaba lo que hicieron los jugadores venezolanos en las Grandes Ligas.
Entonces corrió a escribir la historia para no olvidar nada y poder
contársela a sus hijos.
Lo único que pudo traerse de ese almacén de su sueño, fue el recuerdo de la gran hazaña.
La de los “Héroes del 41” es una historia que debe repetirse, repetirse y repetirse, para que no se pierda nunca.
(Para saber más)
Héroes de 41:
Catchers: Enrique «Conejo» Fonseca y Guillermo Vento.
Pitchers: Juan Francisco «Gatico» Hernández, Domingo Barboza, Ramón «Dumbo» Fernández, Felipe Gómez, Benjamín Chirinos, Pedro «Buzo» Nelson y el pitcher Daniel «Chino» Canónico. Ganador del juego contra Cuba.
Infielders: Luis Romero Petit (tercera base), José Antonio Casanova (Shor stop), Dalmiro Finol (segunda base), José Pérez Colmenares (primera base) y Atilano Malpica.
Outfielders: Jesús «Chucho» Ramos (Left field), Héctor Benítez «Redondo» (Center field), Julio Bracho (que también era lanzador jugó en el rigth field) y Francisco «Tarzán» Contreras.
Manager: «El Pollo» Manuel Malpica.
Aberlardo Raidi, periodista y delegado deportivo del equipo.
Herman «Chiqtuitin» Ettedgui, atleta de posta y campo, futbolista, jugador de beisbol y golfista, seguidor de la hípica y pionero del periodismo y la crónica deportiva.
Juan Bimba, es un personaje del imaginario popular, que representa al venezolano humilde, pobre, pero lleno de esperanzas por un mejor país. Lo representaron con el traje típico del llano venezolano «Liquiliqui» con un remiendo, sombrero de cogollo y alpargatas.
Liborio, es un personaje del imaginario que representa al legitimo campesino cubano, lleva sombrero de yarey, guayabera blanca de hilo, pañuelo rojo al cuello y un machete en el cinturón.
Isaías Medina Angarita, presidente de Venezuela desde 1941 hasta 1945.
La bandera de Venezuela tuvo 7 estrellas hasta 2006, es a la que hace referencia el poeta.
Natilla es un delicioso postre muy popular en la gastronomía española. Es una crema elaborada con leche, yemas de huevo, azúcar, vainilla y el limón.
Agar- Agar es una gelatina vegetal con propiedades especiales como espesar natillas, cremas o helados.
Balandra: es un pequeño barco de una sola vela, con cubierta.