Publicado en: Revista Estilo
Por: Inger Pedreáñez
Tiempo y sonido son dos elementos que no pueden atraparse con la mano. Ambos conviven en el espacio. Tampoco se creía que podían ser vistos. Pero fue de esa materia intangible que el artista venezolano Jesús Soto uno de los máximos representantes del arte cinético en el mundo, escribió su propio lenguaje para impregnar su obra de una autenticidad irrepetible.
Esa firma personal que ha trascendido a cada expresión del arte contemporáneo, ahora puede reconocerse en una retrospectiva que reúne 60 obras realizadas entre 1950 y 2001, titulada “Soto, la cuarta dimensión”, en el Museo Guggenheim de Bilbao, España. Se trata de un viaje a su proceso creativo desde las repeticiones, las progresiones, los desplazamientos, las espirales y los penetrables, sin dejar de mencionar obras de gran dimensión para espacios urbanos, como la Esfera Lutecia, 1996, que fue reinstalada en el exterior del centro de arte, con motivo de esta exposición.
Justamente, el nombre que lleva la exposición, curada por el escritor y especialista en arte Manuel Cirauqui, es el término utilizado por Jesús Soto (Venezuela 1923- Francia 2005), para describir ese “pincel” que convertiría al espacio en un elemento plástico.
“Hacia 1950 el arte abstracto venía condicionando una nueva escritura aún limitada; sin embargo, era necesario utilizarlo para alcanzar otros horizontes. Más que negar el espacio me empeñé en utilizarlo…”, refiere el artista en una entrevista que concedió al Journal de Géneve en 1970 y que se reproduce en la obra “Alfredo Boulton y sus contemporáneos, diálogos críticos en el arte venezolano 1912-1974”. Agrega que el factor tiempo como medio plástico y sensible, lo acercó a una nueva idea plástica del sentido cósmico.
IDEAS INCUBADAS EN EL ENTORNO
Que la década de los 50 haya sido un crisol para el desarrollo del cinetismo venezolano no es un hecho del azar. El país estaba en movimiento. Por el lado literal, la mudanza del Museo de Bellas Artes (creado en 1917) a la edificación construida por el arquitecto Carlos Raúl Villanueva en el parque Los Caobos, activó nuevas corrientes del pensamiento artístico, impulsadas además por los salones de arte.
El país también cambiaba políticamente. Los artistas, al igual que el resto de la sociedad, veían pasar la conducción del país primero con una junta de gobierno civil y militar, la breve presidencia del escritor Rómulo Gallegos, una nueva junta militar hasta la llegada de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, que terminaba por sacudir los pilares institucionales. Aun así, el auge petrolero empujaba a un país hacia la modernidad, y el proyecto de la Universidad Central de Venezuela, otra obra de Villanueva, abrió el diálogo entre artistas foráneos y locales para incorporar el arte a la arquitectura.
En París, los venezolanos Alejandro Otero, Mateo Manaure, Pascual Navarro, Carlos González Bogen, Aimée Batistini, Perán Erminy, Luis Guevara Moreno, entre otros coterráneos, creaban el grupo Los Disidentes, también a inicios de los 50. Llevaban la bandera del arte abstracto geométrico, influenciados por Cézanne, Picasso y la Bauhaus. Otero marcaría la línea para iniciar la experiencia con los colorritmos, y fue el primero en proponer el espacio como expresión artística.
Jesús Soto iba en camino por esa misma ruta a pasos veloces, muy de cerca también de Carlos Cruz Diez, quien por cierto, dibujó el retrato de Soto para el catálogo de su primera exposición en Caracas, en el año 1949.
Llegó becado de su tierra natal, Ciudad Bolívar, a Caracas en 1942, cuando apenas la capital comenzaba a renovarse estructuralmente. Pero no se quedó mucho tiempo. Pronto se iría a Maracaibo a ejercer la docencia. Al igual que Otero, Soto queda marcado por el constructivismo y la obra de Cézanne. También recogió las semillas del cubismo, a través del pincel de George Braque. Nacía una inquietud. La curiosidad del artista ya estaba marcada por descubrir qué venía después del cubismo.
Cinco años después, buscaría el mismo destino de Los Disidentes, pero fue más allá. Los nuevos signos del arte contemporáneo en París, Francia, lo conducen al círculo de artistas del Salon Des Realities Nouvelles y se encuentra con el discurso plástico de los para entonces aún desconocidos Piet Mondrián y Kasimier Malevitch.
La relación con la obra de Mondrián sería decisiva para que Soto comprendiera las claves entre la obra y el espectador. Se adentró en la abstracción a través del estudio de los trazos y colores del artista holandés. El cruce de verticales y horizontales reveló la presencia de la vibración. Fue así como encontró nuevos campos de percepción no sólo visuales sino también sonoros, que finalmente obtendría a partir del efecto tridimensional. El uso del plexiglás como lienzos superpuestos, traduciría la inquietud del creador por la metamorfosis de la imagen, que más tarde se ampliaría a las estructuras metálicas, y sus signaturas.
En un evento organizado por la Galería de Arte Ascaso y la Asociación Internacional de Críticos de Arte-Capítulo Venezuela, a mediados de noviembre de este año, la historiadora de arte y crítica Bélgica Rodríguez destacó la importancia de Jesús Soto por haber realizado un cambio formal en la expresión plástica, así como fue la perspectiva para el Renacimiento, está la cuarta dimensión para el cinetismo. “Soto es la gran figura universal de la segunda mitad del siglo XX. No dejó una escuela sino que abrió caminos para el arte del futuro”, destaca Rodríguez, autora también del libro Soto, que mereció en el año 2009 el Premio AICA, capítulo Venezuela como mejor libro publicado.
Las progresiones aritméticas permitieron a Soto representar la inmaterialidad, y de esta manera ya no discernía su obra entre pintura o escultura, sino más bien como estructuras. El principio de la integral (la suma de infinitos) lo representó en las figuras geométricas, primero los cuadrados, luego las espirales y esferas, para el concepto de lo serial, a través de colores puros. Las escrituras, algunas hasta simulan pentagramas, señalaban el indicio de lo que vendría más adelante en la integración de lo visual con el sonido, a partir de la vibración.
EL VIRAJE
Su personalidad artística se despega cuando participa en la exposición Le Movement (1955) en la Galería Denise René, espacio privilegiado para el arte cinético. Se encontraba a la par de artistas como Alexander Calder, Marcel Duchamp, Victor Vasarely, Jean Tinguely, Iacov Agam y Pol Bury.
“Para mí el arte es una ciencia, a través del cual se llega a un mayor conocimiento del universo”, explicaba Jesús Soto en 1970.
Y quizás esa exploración de la naturaleza provenía de sus orígenes y raíces, donde la selva, los afluentes del río Orinoco y los atardeceres de Angostura daban musicalidad a su ambiente.
En 1999, en el marco de una exposición realizada en Santiago de Chile, titulada “La poética de la energía”, Soto decía: “Desde el momento en que comprendo el funcionamiento de la música serial decido aplicar esa noción de lo permutable a un elemento esencialmente pictórico: el color (…) La programación me daba la posibilidad de crear una obra al infinito, una obra abierta cuyos límites podrían estar en todas partes y en ninguna al mismo tiempo, ya que siendo obstinadamente repetitiva, cualquier fragmento de ella es igual al todo, el cual a su vez es infinito (…) es muy probable que yo hubiese encontrado respuestas a mis preguntas en las matemáticas y en la lógica, pero para mí era mucho más fácil estudiar el lenguaje de la música”.
SOTO EN MÍ, SOTO EN TI
Los penetrables, son la mejor interpretación de ese cúmulo de elementos que genera el acontecimiento, la revelación de su arte. Y aquí pido permiso para utilizar la primera persona: Yo aún recuerdo la primera vez que atravesé un penetrable de Soto cuando era una niña. Estaba ubicado en el Museo de Bellas Artes, en Caracas. La dimensión del cubo era tan vasta como una selva. Las varillas, si la memoria no me engaña, eran amarillas y blancas. A pesar de la breve distancia entre una pieza y otra, la figura de las demás personas que se movían a mi lado quedaban fraccionadas. Yo no estaba al lado de mis hermanas, lo que veía eran formas fugaces adentradas en la distorsión del movimiento, y las risas sólo ubicaban la familiaridad que le daba armonía a las campanadas metálicas, finas, agudas, que se producían al rozar las piezas; musicalidad que seguía el ritmo de la exploración del espectador.
Pienso ahora en los niños españoles y los miles de turistas que realizarán su propia inmersión en un penetrable de Soto, ahora en España, como si atravesaran el tiempo desde que él creó esa obra. El penetrable cumple su cometido artístico cuando el espectador se integra a la obra; cuando queda inmerso en su interior.
En esta exposición del Museo Guggenheim de Bilbao, que permanecerá abierta hasta el 9 febrero de 2020, el público sin saberlo, estará pisando el pasado de un joven curioso, que fue guitarrista en los clubes de Saint-Germain-des-Prés para sobrevivir, y un vanguardista bohemio, casi un científico del arte, para dejar su huella universal.