Publicado en: Guataca Nights
Por: Juan Luis Landaeta
El canto está llenando, incontenible,
al gallo como un cántaro;
llena sus plumas, su cresta, sus espuelas,
hasta que lo desborda y suena inmenso el grito
que a lo largo del mundo sin tregua se derrama.
Después el aleteo retorna a su reposo
y el silencio se vuelve compacto.
Eugenio Montejo
Nella apenas rompe el silencio para cantar. Como si lo rasgara y por un lapso finísimo se saltara y nos contuviera. Atrapa sin estridencias. Con sigilo. Convencida y muy lejos del aparataje. Nella descubrió en el despojo su reino. El plano donde el virtuosismo y su sensibilidad se asientan.
Describir lo que pasa en la audiencia ante ella es remitirse a la idea de una hipnosis. En la levedad de su presencia, siempre esencial, están la seducción y la elocuencia. La gente pasa de estar absorta con lo que pasa entre sus aretes, a palmear y corear con ella sus temas al unísono.
Como una mímesis, de alguna forma, todos quieren ser ella y ella se pierde en ellos a través del eterno misterio de las canciones. El público exaltado sin saber decir más. La música operando a través de ella y su profunda labor con el silencio. Después de todo, ¿qué nos cautiva de un tema que nos hace volver muchas veces a él, a su estribillo, sus versos, no importa el tiempo que pase o donde estemos?
***
Marianella Rojas Matos nació el 3 de noviembre de 1989. Es la tercera de tres hermanos, quienes, por un buen rato, son mayores que ella. Por muchos años Efraín y Adriana pidieron de regalo en navidad un oso, un Nintendo y una hermanita. Llegó ella, y que cantara tan bien se convirtió en un bonus. Comparte el nombre con una de sus tías, y es una de las poquísimas margariteñas que puede decir en voz alta que su segundo nombre no es “Del Valle”, como suele honrarse a la patrona del estado Nueva Esparta. Sus padres se casaron teniendo ella 15 años y él 18. Tuvieron que pedir un permiso de viaje para la luna de miel. Desde entonces siguen juntos.
Nella nació en La Asunción, con la playa de Pampatar cerca. En su árbol genealógico tiene un ascendente directo en las artes con su abuela Concha, un personaje neoespartano que además de comerciante, era poeta. Todavía conserva cartas manuscritas con una letra cursiva, casi críptica, en la que sigue encontrando y descifrando frases, como mensajes privilegiados a través del tiempo.
Toda su familia es grande: tiene 16 tíos por ambos lados. Su madre se dedicó al bioanálisis y tuvo fama dentro de la isla con sus “manos de ángel” para sacarle la sangre a los niños. Su padre se ha dedicado principalmente al comercio.
A pesar de que en la casa de los Rojas Matos jamás faltó un bote de basura con un palo atravesado para emular una tambora o un cuatro, de pequeña nunca vio los instrumentos musicales con curiosidad. Le gustaba bailar, reunirse con un grupo de amigas a las que llamaban “Las frifris” para armar coreografías en cualquier acto del colegio. «Siéntense, que les tenemos un regalo», les decían a sus amigos.
En ese ambiente, el que su hermana Adriana incorporaba con mucha frecuencia la música de Ilan Chester o de Mecano, cantar parecía algo que formaba parte de todo lo anterior. Algo implicado, pero no un fin en sí mismo. Su tocaya y tía Marianella, lo hacía muy bien.
Con el tiempo, la empatía hizo lo suyo y fue inevitable que le empezaran a gustar las clases de música en el colegio, e ir a la coral donde increíblemente jamás le dieron un solo. Su mamá le dice que, de chiquita, silbaba muchísimo, práctica que mantiene hasta hoy día. Sea para practicar una melodía en medio de giras, o en medio ensayos; en vez de cantarle a la banda, le silba. “Silbo muy bien. Es más, silbo mejor de lo que canto”, dice entre risas.
Entre los 10 y los 11 años ya estaba tendiendo puentes con su propia voz. Cantaba, cantaba y cantaba. En bucle. Se encerraba en su cuarto y se ponía a ello. Fue su encuentro con el sonido. No solo se aprendía de memoria lo que dispararan HTV o MuchMusic, sino que también le ponía los audífonos al televisor y empezaba a repetir el noticiero casi en tiempo real, como dando las noticias.
De ese mismo momento recuerda dos hechos fundamentales. El primero la encuentra tirada en el piso del apartamento de su hermano Efraín en la Plaza de Sanz en Barcelona, España. En esa estancia, una de sus principales diversiones era ir al Corte inglés, al nivel de la discotienda, para buscar rarezas, singles o ediciones especiales que no hubieran llegado a Venezuela y que sirvieran para presumir un poco al volver a clases luego de las vacaciones. En esas faenas dio con Stripped, de Christina Aguilera, recién salido del horno.
Todavía conserva en su mente cómo mientras todos estaban en la salita del apartamento, comiendo o hablando, ella se encerró en el cuarto de su hermano con el discman puesto, a repetir cada una de las canciones. No solo empezaba su fascinación con el instrumento vocal, sino con la teoría. ¿Cómo Aguilera conseguía todo aquello con su voz? Ella, que nunca estuvo interesada en el pink pop, quedó marcada con los acompañamientos del piano en ese disco que tiene lo suyo de jazz y blues. Algo de todo aquello la llamaba. Hasta cierto punto, le correspondía.
El segundo momento determinante ocurrió cuando el profesor de la coral, el mismo que jamás le dio un solo, decidió grabarle una canción. Esto ocurrió en una cabina de la estación de radio donde Nella, junto a dos compañeras del colegio, habían empezado a tener un programa que se llamaba Tripulación Adolescente y que llegó a su final una tarde que la adolescencia les impidió dejarse de reír al aire, en vivo. Unos metros más allá del micrófono que puso fin a su carrera como locutora, debutó su voz como cantante. Interpretó “My All”, de Mariah Carey. Recuerda que, en las conversaciones previas, había alcanzado a decirle a su profesor que a ella le gustaban las canciones tristes, aludiendo sin saberlo a “los acordes y tonalidades menores”, muy propias del flamenco.
El resultado de aquella sesión no pudo gustarle menos. Nella encontró su voz muy nasal, recargada, con elecciones vocales y melismas muy desajustados. Todo mal. En síntesis, no le gustó escuchar su voz. Desde entonces y un poco a la fuerza, entendió que en lo sucesivo su mejor herramienta sería escucharse. “Aprendí a ver mi voz frente al espejo”, dice. Cada vez que practica, se graba con su teléfono y se escucha. Ensaya cada pronunciación de las palabras que canta. Ajusta, revisa. No suelta el teléfono ni la grabadora hasta que se siente cómoda con lo que escucha. Así trabaja.
***
En la parte trasera de su casa había un equipo mini-componente de la época. Esa especie de ser mitológico que incluía lector de discos laser, perillas y reproducción de varios discos compactos en una bandeja todopoderosa. Ese equipo permitía que durante la reproducción se bajara el volumen a las voces, quedando sola la instrumentación. La voz se quedaba en mono.
Ese aparato se convirtió en su cómplice. Lo adoraba. Pasaba horas cantando, imitando, replicando lo que escuchaba. Era muy feliz allí siempre y cuando nadie la viera. En su casa los cuartos tienen unas paredes de vidrio que conectan con ese salón. Un día su mamá y una tía la sorprendieron en plena escena, cantando. Nella gritó del susto. La artista estaba empezando a construirse y de momento, no quería compartirlo.
En breve perdería ese pudor, con el inicio de sus clases de canto con Salomé, una instructora maravillosa y definitiva, con el pelo muy corto. Verdaderamente fue su primera profesora de canto, en la escuela Yamamusic de Margarita. Vio y confió en Nella lo que Nella ya sentía en sí misma. Cada domingo, se despertaba con la emoción de tener sus clases allí.
La dinámica incluía primero una ronda de respiración, luego de vocalización y de tercera, una ronda en círculo cantando a capella. Los otros estudiantes conformaban su propia audiencia. Llegó la tarde en que su papá la fue a buscar y a ella la dejaron en el segundo piso de la escuela, cantando en un cuarto. Salomé le dijo: “Nella, tú sigue cantando”, y bajó. Atendió a su padre y le inquirió… ¿Tú escuchas esa voz que está allá arriba? Esa es Maríanella. A lo que éste respondió: ¡O sea que sí era ella la que cantaba en su cuarto! ¡No era el reproductor!
Con Yamamusic empezó a presentarse en público y participó en la convocatoria del concurso “Talento y valor”, para el que quedó seleccionada. Cada fin de semana cantaba en diferentes sitios en la isla. El concurso era un evento itinerante. Se presentaban en restaurantes y a los participantes les tocaba promover y vender tickets que amigos y familia se encargaban de comprar, para apoyarlos.
Las elecciones de su repertorio estaban esencialmente en inglés y en un registro muy, pero muy alto, porque tenía la obsesión de ser soprano. Sin embargo, el director del certamen planteaba un canje en el que por cada canción que le propusieran, él devolvía otra. Ello hizo que a la par de su selección le tocara abordar algo de David Bisbal, Alejandro Fernández o incluso La India. Puras novedades para ella, que terminaron abonando a su carácter como intérprete.
Mostraba madurez en el escenario. No era penosa y aprendía imitando lo que admiraba. El ritmo de los conciertos y el agotamiento físico también la obligaron a fortalecer su disciplina vocal. Ella y todos los demás participantes cantaban todos los fines de semana. Una de las noches definitivas del concurso entró en pánico porque se acercaba la hora de subirse a la tarima y estaba ronca. Su papá salvó la partida dándole pequeños tragos de ron que había calentado en un microondas. Funcionó. Sin embargo, con el tiempo ya no hubo espacio para las improvisaciones. Se obsesionó con lo que podía hacer con su propia voz y para hacerlo, entendió que había un solo método: practicar, practicar y practicar.
En 2008 se graduó de Bachiller en Ciencias. Hizo toda su vida escolar en el Colegio Arcoiris, de primer grado a quinto año. Ya en septiembre de ese año se había ido a Caracas, a estudiar Comunicación Social en la Universidad Monteávila. Se fue a vivir a un apartamento con sus mejores amigas. Tenía claro que al margen de cualquier formación que recibiera, quería recibir clases de canto.
Gracias a ese propósito llegó a la Escuela Contemporánea de la Voz, famosa por brindar una capacitación integral a los músicos, que incluía desde diseñar sus propios volantes, organizar los conciertos y hacer videos clips, a tener nociones del business management.
Para la audición se presentó con una versión que hizo Cristina Aguilera de “Contigo en la distancia”. Al terminar, el profesor Alejandro Zavala la hizo bajar al patio de la escuela y ante algunos presentes se volvió hacia ella y le dijo: ¿Nella, puedes cantarla otra vez? Fue esa tarde y en ese patio que le empezaron a decir Nella. Desde ese instante ya nada volvería a ser lo mismo.
Ese primer año de la carrera reprobó Historia. Para ella, que venía de ser una excelente estudiante, fue una mortificación y sin saberlo, un puntapié. Escogió tomarse un descanso para pensarse las cosas y se fue a casa de su tía Natalia, que tiene 30 años viviendo en Canadá. Estuvo los seis meses más fríos del año, en pleno corazón del invierno: de septiembre a marzo. Jamás había visto la nieve.
En medio de la aventura polar consiguió por Internet a un profesor de canto que la podía atender, en los suburbios de Ottawa. Llegaba a las clases en autobús. Con él empezó a pensar en interpretar las canciones y no solo cantarlas. Fue éste quien la introdujo a la cantante y actriz Renee Olstead, por ejemplo. También quien la animó con Billie Holiday. Le proponía que imitara las inflexiones. Que caracterizara la canción.
Estando allá decidió decirle a sus padres que se quería ir a estudiar música a los Estados Unidos, desistiendo por completo de continuar Comunicación social. Su primera opción fue el Musicians Institute. Para aplicar, tenía que enviar varios videos. El mismo instructor en Canadá la ayudó con el repertorio y con las grabaciones. “The First Time Ever I Saw Your Face”, de Roberta Flack, fue una de las escogidas, así como una versión de “Somewhere Over the Rainbow”, ese clásico en voz de Judy Garland.
La aceptaron. Pero el ínterin para irse a atender la admisión en Los Ángeles no la convenció ni a ella ni a su familia. Tenía 19 años. Decidió regresar a Caracas y continuar en la Escuela Contemporánea de la Voz. En ese período grabó e hizo coros para Diveana, Víctor Drija y Oscarcito. De ese regreso a la capital recuerda el paso de un señor que entraba al estudio arrojando chistes malos a diestra y siniestra, pero con un carisma que hacía irresistible la risa: el maestro Aquiles Báez.
Todavía inquieta y con las ganas de irse a Estados Unidos intactas, el percusionista Fran Vielma le recomendó que aplicara a Berklee College of Music, donde él mismo se iba a estudiar. Él mismo la preparó para la audición. Nella se fue a Boston por una semana para estar lista ante el reto. En retrospectiva, no siente que haya sido una audición brillante. Cantó temas de Ilan Chester y Ella Fitzgerald. La admitieron, pero no le ofrecieron beca. Así que por muy poco regresó a seguir estudiando en Caracas.
En breve, notando su esfuerzo y la importancia de la institución que la había aceptado, su familia decidió hacer el esfuerzo y ayudarla a que se fuera por un semestre. El después dependería de ella. El plan funcionó. Ya estando en el campus, la universidad le ofreció asistencia económica y por un azar excéntrico del destino terminó trabajando en la mismísima oficina de becas. En Berklee se graduaría especializada en Composición y Producción.
La cercanía y el interés por ritmos y estilos de todo el mundo siguió a la par de un pendiente: seguía sin cantar o preferir los repertorios en español. Era un aire que le resultaba esquivo. Ya lo había intentado con algunos estándares como “El norte es una quimera” y, sin embargo, no se conectaba. Eso cambió en pleno Massachusetts, asombrosamente.
La gesta se fue potenciando con dos acercamientos distintos; uno, el de la música de raíz venezolana, ajena a los grandes repertorios mayormente difundidos, y el otro, el estudio de las coplas. La confluencia de ambas cosas la llevaron a la primera gran explosión de su carrera.
“La Negra Atilia”, con música de Pablo Camacaro y letra de Henry Martínez, se la mostró un amigo norteamericano que tocaba mandolina y tomaba clases con el maestro Leo Blanco. Le preguntó si ella conocía esa canción y con un mismo gesto le entregó la partitura. En efecto, no la conocía, así que llegó a su casa y la buscó en internet. Todavía no sabe cuál fue la primera versión que escuchó, si la de Fabiola José o la de Marina Bravo y Zeneida Rodríguez con C4 Trío. Le gustó tanto que empezó a estudiarla y se la aprendió de memoria. Terminó por sumarla a su repertorio.
A la par de esa incursión, ya venía dibujándose en el cielo otro cometa que iba directo hacia ella. De la mano de su amiga Esther Rojas, con quien tenía un grupo llamado Tres Sudacas, llegó a Nella el tercer ingrediente de su impronta: el flamenco. ¿Cómo lo hizo? Arrastrándola cortésmente al mundo de Concha Buika, a través del tema “Ojos verdes” que le hizo escuchar.
La margariteña se obsesionó. Buika cerraba un círculo que incluía la fusión de flamenco y jazz, el quejido y el arreglo andaluz, la técnica y el sentimiento. La capacidad de emocionar con apenas una sola palabra. A diferencia de sus primeros modelos, Whitney Houston, Aguilera, Céline Dion o Mariah Carey, que llega a dirigir las notas que hace con uno de sus dedos, de manera casi mecánica, de Buika le interesó la posibilidad de no tener que ser “impecable”.
***
Nella empezó en Instagram un poco tarde, en comparación con una generación que se entregó de inmediato a verter fotos y videos apenas pudo. De hecho, su cuenta la abrió una de sus sobrinas, empujándola a compartir lo que estaba haciendo dentro de la música. La verdad es que tenía miedo de mostrarse cantando. Apenas nacía la plataforma, pero a ciencia cierta sabía que debía exponerse o que hacerlo no estaba tan mal.
Una de sus primerísimas publicaciones en la red es un video de Rachell Ferrer cantando con esa hipergestualidad que la caracteriza. Luego subió videos de ella misma cantando, pero sin querer salir… las tomas eran de la boca para abajo. En uno de esos primeros registros, imantada por la influencia de Buika, se animó a subir una versión de su tema “Árboles de agua”, producido por Javier Limón, un productor épico, que ha trabajado con las principales figuras de la música en español y que además es profesor en Berklee. Ya Nella había escuchado hablar de él.
Él vio el video y quedó asombrado con cómo ella abordaba la canción, abrazando la copla. Inmediatamente la invitó a reunirse en su estudio, a tener algo parecido a una sesión de trabajo. La junta ya estaba hecha. El súper productor vio algo en ella que ella misma no había visto. A partir de entonces empezó a cantar de una forma que no sabía que fuera posible.
En una de aquellas primeras sesiones, Limón sacó un cuaderno de notas y empezó a leerle una letra que trataba de un cantautor frustrado y coqueto que se iba a un bar a escuchar a los demás cantar, y que en medio de un baile se enamora. Se la dejó a Nella escrita en un papel. Ella, con solo leerla le dijo: Este tema es en La menor. Y así era. “Fin de fiesta” fue el primer tema que grabaron juntos. El fraseo que hizo del tema ese día se convirtió, sin saberlo, en su audición ante él.
Al poco tiempo, Limón la invitó a cantar en un concierto privado que daría para en el Instituto Cervantes. Fue la primera vez que se presentaron juntos y la primera vez que ella sintió no solo la compañía de su guitarra en vivo, sino todo lo que Limón ofrece como artista. Ella lo describe como una especie de hilo que está flotando y que él toma y conecta.
Cuando terminó el recital, entre el bullicio del brindis, Nella vio cómo alguien se acercaba a Javier para halagarla. En un concentradísimo instante de abstracción, ella aguzó el oído para escuchar su respuesta y alcanzó a escuchar: “Sí, yo le estoy produciendo el disco”. De haber estado sujetando una copa se le habría caído. Hiperventilando, aún sin saber bien cómo hacerlo o si contenerse, se acercó a Limón después y le preguntó si lo que había escuchado era correcto. Éste le respondió: “Claro Nella, ¿Te gustaría firmar con Casa Limón?
Ya con un trato formal empezaron a trabajar juntos e hicieron en Boston junto a U-LAB de Univision Music, la serie de videoclips musicales White Sessions. Fue allí donde salió por primera vez cantando “La Negra Atilia”. Aparece cantando sola, en un banco alto de madera, con las uñas pintadas de blanco, un pantalón negro gastado que mostraba sus rodillas, su distintivo piercing, la línea perfecta de sus pestañas curvas y una camisa gris. Todo esto contra un fondo vacío. Sin instrumentos. Sin otro escenario.
Quien haya visto el video puede recrear el inventario que acabo que hacer porque era de una simpleza esmerada. El video dura un minuto y cuarenta y siete minutos. Suficientes para que verso a verso, el mundo conociera a Nella Rojas.
El conteo de YouTube lo llevó muy rápido a las 10.000 visitas. Luego a las 50.000. Para otoño de 2021 ya cuenta con medio millón de reproducciones. En ese momento el delirio desbordó todas las redes sociales. En Twitter, en WhatsApp, en Facebook. En todos lados se hizo viral su voz.
“La Negra Atilia” se convirtió en su primer sencillo sin que nadie se lo hubiera propuesto. Fue una sorpresa para ella, que no estaba buscando satisfacer ningún mercado o hacer algo que encajara dentro de una categoría especifica. Se trataba de una canción inspirada en el oriente venezolano, casi enterrada, con una melodía bellísima, escrita originalmente para mandolina, con una armonía que saludaba al mundo andaluz. Una canción delicadísima que además hablaba de Porlamar.
Fue su voz y no una banda o un arreglo, lo que atrajo a la gente. La naturalidad casi espontánea de esa voz que ella había estado persiguiendo tanto y ya tenía dentro, consigo. De la adolescente que salió de la cabina de grabación de aquella radio en Margarita fúrica al escucharse, pasó a sentir que ahora era una artista capaz de cantar lo que quisiera. Nella y como Nella sonaba, ahora eran una misma cosa.
Como premonición o como un mandato, la puesta en escena que conocemos de la canción tuvo una suerte de padrino. Nella y Javier estaban en los ensayos de un concierto que se daría en la frontera entre Estados Unidos y México, donde ella le haría coros a Alejandro Sanz, a quien ya había acompañado en la entrega del Doctorado Honoris Causa que le otorgó Berklee.
En la trastienda y con la naturalidad de los amigos, Javier llamó nada más y nada menos que a Jorge Drexler, quien estaba por presentarse. Lo invitó al camerino y mirándola le dijo: ¿Nella, por qué no le cantas el cinquillo? Ella, temblando, cerró los ojos. Empezó a cantar acompañada por sus palmas. Cuando abrió los ojos había terminado la canción y estaba asombrada de sí misma. Drexler, cautivado, le dijo: “¿Esto está grabado, ¿no?… Si yo fuera tú, empezaría cada concierto así, con una luz blanca, sola. Esto es un mantra.”. Se hizo imposible no tomarle la palabra. Con esa comunión abre todos sus recitales. Sin excepción.
***
La primera vez que Nella estuvo rodeada de gitanos fue después de un concierto de José Maya, en un cuarto súper improvisado, en Madrid. La salpicaba el sudor de los bailaores. Estaban rodeados por sillas con una nube densa de humo de cigarro. Sucesivamente llegaba más y más gente, alternando la ejecución de la guitarra con el canto o el baile. No distinguía cuál de ellos había cantado mejor que otro. La emoción era unánime. Todos los presentes se confundían entre ellos. Nella no entendía lo que acababa de ver y solo podía pensar en replicarlo. Quería saber qué debía hacer, cuánto debía aprender para que en su música la gente sintiera lo que ella estaba sintiendo en ese momento.
Estando en Bogotá, desayunando antes de los ensayos para el concierto de Carlos Vives que abrirían en el Teatro Mayor, Javier y ella conversaron sobre algunos próximos pasos, donde componer música original era una prioridad. Le propuso que intentaran individualmente escribir algo, a ver qué les salía. Terminaron de comer y cada uno volvió rápido a su habitación a terminar de alistarse pues la camioneta ya estaba por pasarlos a buscar.
Alistándose para salir, sonó el teléfono y Nella contestó para escuchar un eufórico y repetido: “¡Tengo la canción! ¡Ya tengo la canción! ¡Baja que tengo la canción! No habían transcurrido 20 minutos desde que se pararon de la mesa.
Limón parecía un niño. Ahí mismo en el lobby del hotel, frente a todos, le recitó lo que ya tenía apuntado: Me llaman Nella, la de la voz quebrada. Me llaman Nella, soy de canela y fuego… No tenía la melodía definida, la canción prácticamente se estaba componiendo en ese instante. De la misma forma sacó la guitarra y empezó a puntear, invitándola a cantar las frases que ya tenía. Siguió componiéndola de camino al teatro y apenas llegaron, se refugió en una esquina para continuar en ello. De paso, iba caminando el colombiano Chabuco, quien también se presentaría en el teatro y no pudo pasar por alto lo que escuchaba. De la nada, éste se puso a acompañar a Limón con una percusión.
Con el ruido de la prueba de sonido de fondo, fueron ajustando el tema. Ya nada podía esperar. Esa noche la cantaron para todos en el backstage. Así nació “Me llaman Nella”.
La versión final la grabaron en Boston y contó con la participación de Santiago Periné y el bajo de la australiana Lucy Clifford, amiga de Nella. El videoclip lo rodaron en Miami. La letra y música de la canción tenían lo que ella había deseado en Madrid. El video mismo fue un hit. Alcanzó el millón y medio de visitas.
El frenesí y la sucesión compositiva terminaron de armar Voy, que se convirtió en su primer álbum, incluyendo 13 temas, 12 compuestos por el propio Javier Limón y uno por Javier Trueba: “1000 Miles”. “Voy”, la homónima, fue ubicada por el New York Times en el puesto 14 de las Mejores 50 canciones de 2019.
Jorge Glem, Ilan Chester y Alba Molina fueron algunos de los invitados. Fue un disco muy esperado, tomando en cuenta que Nella ya había empezado a llenar conciertos sin haber lanzado o adelantado más de tres temas de lo que sería el disco. En verano de 2018 se presentó por primera vez en el mítico Joe’s Pub de Nueva York, bajo la producción de Guataca y en la sala no cabía una sola persona más.
El lanzamiento de Voy se hizo a unos 10.000 metros de altura, durante un vuelo de Madrid a Lisboa de Iberia. Apenas la gente abordó la nave se encontraron con la cara de Nella en la portada de una revista que estaba sobre todos los asientos, junto a un ejemplar del disco para cada pasajero. La azafata les hizo saber que recibirían una sorpresa muy especial durante el trayecto. A eso de las 8:00 am, Nella cantó “Volando” y “Voy” por el pasillo del avión. La gente sacó sus cámaras y teléfonos para grabarla. Cuando aterrizaron en Lisboa, la esperaba la prensa.
Ese mismo año, en 2018, el director de cine iraní Asghar Farhadi, le mandó a Limón la sinopsis de su nueva película y le pidió ejemplos de canciones que se le ocurrieran para la musicalización. La candidata perfecta era “Fin de fiesta”, que Farhadi encontró idónea, aunque no conocía a la cantante que vio en el video donde escuchó la canción. Nella vivía en Boston en ese momento cuando se enteró que había una posibilidad para esa colaboración.
Apoyada en la Ley de atracción, empezó a escribir lo que quería. Hizo un dibujo de ella cantándole a Javier Bardem y lo pegó en el techo de su cuarto, convencida de lograrlo. Lo veía todas las mañanas, segura de que pasaría. El dibujo se le caía encima a cada rato.
En medio de una mañana, Limón la llamó desde España y de un solo disparo le dijo que está en altavoz y que la escucha todo el equipo de producción de la película. Querían que cantara la canción todavía más susurrada, más callada, más triste. Nella le pidió unos minutos para calentar su voz, terminar de despertarse, creérselo o tomarse un café, en cualquier orden. Finalmente, se fue al piano. Una vez más, cerró los ojos y cuando los volvió a abrir escuchaba aplausos al otro lado de la línea. Estaba firmada. Tenía que hacer sus maletas.
El casting de la película incluía a Penélope Cruz, Javier Bardem y Ricardo Darín, con quienes le tocó trabajar. Como guinda, estuvo la participación de la película en el Festival de Cannes, donde la voz de Nella sonó cómodamente por encima de la alfombra roja.
***
Durante la preparación de la gira de lanzamiento de “Voy”, que tendría casi 30 conciertos tanto en España como América y que terminó agotando casi en su totalidad, Nella recibió la noticia de que los habían pre nominado a los Latin Grammys. El hecho potenció la promoción de las presentaciones y le inyectó mucha energía al trío con el que que giraba, compuesto por guitarra, bajo y percusión. Prefirió no hacerse muchas ilusiones. El disco acababa de salir y no tenía nada que ver con lo que estaba sonando en ese momento, además, era un rara avis en ese panorama… un disco de raíz.
La noche anterior a los anuncios oficiales soñó que había ganado en una nominación que no existe. Al día siguiente despertó con un incendio de notificaciones en su teléfono. Consciente de lo que pasaba, prefirió no leer nada y verlo por sí misma. Se sentó en la cama y buscó el video de Juanes leyendo la lista. Su nombre fue el último en escuchar dentro de la categoría de Mejor Nueva Artista. Saltó de la cama, literalmente. Empezó a gritar. Sus compañeros de piso no tardaron en entrar al cuarto a celebrar con ella.
Llegado el día en noviembre de 2019, participó entregando algunos reconocimientos en la previa del Latin Grammy. En la ceremonia televisada cantó con Alejandro Sanz. Todo hasta ese punto ya era genial, suficiente. Estaba feliz y agradecida de estar nominada, pero resignada, tranquila de saber que no iba a ganar. De hecho, para esa participación en el certamen, había tenido que interrumpir el itinerario de su propia gira. Viajó a Las Vegas luego de dar un concierto el lunes. Ensayó y se montó en un avión de regreso a la próxima locación del tour, donde la esperaba su banda. Al día siguiente, le tocó regresar a Las Vegas. Llegó exhausta.
Durante el ajetreo del evento la cambiaron varias veces de puesto y cuando llegó el momento del anuncio de su categoría, la volvieron a mover, más cerca de la tarima. Apenas se sintió confiada, volvió a preocuparse cuando vio que a otra de las nominadas la habían sentado cerca también. Pero fue Nella el nombre que en minutos leyeron desde el estrado. Las cinco letras que en segundos se apoderaron de redes y medios de todas partes del mundo. Hasta ese momento ella todavía se sentía como una desconocida.
Con el gramófono en sus manos y sin quererlo soltar, se lo tuvo que entregar a una encargada que le garantizó que pronto se lo enviarían a casa. Le tocaba seguir el protocolo y volver a sentarse justo donde estaba antes de ganar, pero ahora como ganadora. La mera idea de regresar a su silla, pasar delante de todos incluyendo a los otros nominados, la aterró y prefirió quedarse en la trastienda. En breve se encontró con Limón y empezó la lluvia de entrevistas, coberturas y fotos. Casi no podía hablar, solo asentía. Dio todas las entrevistas que pudo y no se quedó a brindar, se fue a dormir.
Amaneció sin podérselo creer. Con sus padres en el teléfono, eufórica, casi no pudo articular una oración completa. Estaba muy alegre y también se sentía agotada, incluso vocalmente. Al día siguiente se devolvió a su próximo destino de la gira. La banda la recibió con un gran abrazo de fiesta. Todos los mensajes en su teléfono quedaron sumergidos, acumulados. Días después, en uno de los tantos aviones, se pudo dedicar a contestarlos.
***
En marzo de 2020 firmó con Sony, justo antes del inicio de la pandemia y el confinamiento. Hizo un último concierto el 14 de febrero en Madrid. Inmediatamente después, nadie podía volver a las oficinas. Lo que sentía como un inicio con esa presentación, terminó siendo un cierre. En esas fechas se mudó sola por primera vez en su vida.
El encierro de la cuarentena la sacudió profundamente. La enfrentó a una soledad casi absoluta. Pero en esos días, Limón, una vez más, “se vistió de Nella”, como le gusta decir cuando compone para ella, y empezaron a trabajar en el nuevo disco entre Nueva York, Madrid y Miami.
Cada equipo de la grabación funcionó desde su propio eje. Ninguno estaba con el otro. Nella no estaba cuando los instrumentistas grababan. Javier no podía ver a Nella cantando. Sin embargo, funcionó. Trabajaron con libertad y sin apuro. Nella grabó las maquetas en el sofá donde me senté para entrevistarla. Quedaron increíbles. Tanto, que le costó igualarlas para la grabación final. Así se hizo Doce Margaritas, su segundo álbum de estudio, lanzado a principios de 2021.
Son doce temas con invitados como C4 Trío en “Como la marea”, Pedro Capó, con quien cantó en “Volaré”, o la maravilla de contar con el maestro Iván “Melón” Lewis al piano de “De vez en cuando”. También en producción hubo estelares, como “Solita”, que tuvo la participación de Julio Reyes.
Casi a la par del lanzamiento del nuevo disco, Nella recibió una magnífica noticia. Se trató de un duelo imprevisto con Juan Luis Guerra. Limón, en su proceso de producción del disco “Hombres de fuego”, le pidió a Nella que grabara algunas voces guía para el disco del dominicano. Es decir, lo que escucha el cantante que va a grabar para orientarse. Lo que le devolvió Nella a su productor le gustó tanto a Guerra que éste grabó su parte y dejó las de ella. Pidió expresamente que la dejaran. Le encantó lo que escuchó.
Ese tema le valió una de las nominaciones que tuvo para el Latin Grammy de 2021, donde además participó en el homenaje al maestro Armando Manzanero, fallecido en diciembre de 2020. Como una tradición o ya como un hito de su andar, la ceremonia la volvió a atrapar en medio de una gira entre América y Europa. Ocupada, feliz, presurosa y febril.
***
Nella empezó con el despojo que perfeccionan las síntesis. Lo que a algunos artistas conquistan con el tiempo, para ella fue un punto de partida. Su carrera empezó sin otra orquesta que las palmas de sus manos.
Lo suyo es una bitácora de sensibilidad pura, atrevido. El paso que da ante quienes la escuchan cala como un paisaje entero que se puede consumir respirando. Así se siente cualquiera que la escuche. Nella es un fenómeno a tiempo completo. La belleza de su canto no acumula, sino que sustrae y así se perfecciona. Todo parece tallado a su alrededor: la oscuridad o el silencio.
Está dentro de la tribu selecta de personas que nunca tuvo otra opción profesional y ni siquiera miró a los lados. Entre una banda y una guitarra, ella prefiere la guitarra, adora esa informalidad. A diferencia de sus inicios con “Las frifris”, ya no se imagina haciendo una coreografía.
No tiene paciencia para los que juzgan y no le gusta que la juzguen. De la música persigue que jamás sea un mero telón de fondo y siempre sacuda a quien la escuche. No cree que haya un mejor sentimiento que ver a la gente cantando las letras de las canciones porque se las saben de memoria. Que ella se pueda callar y que la canción siga.
La primera vez que fue a Nueva York visitó el que ahora es su vecindario. Le encanta montar bicicleta, se está iniciando en la práctica de Yoga y, aunque sigue una dieta principalmente vegana, el pescado la sigue tentando cuando vuelve a su tierra. A la ruta de las giras y las presentaciones ahora sumó un testigo de excepción: su perrito Tambor.
Pase lo que pase en el futuro, sabemos que el destino la encontrará cantando. Exacta y esencial como un dibujo a carboncillo. Pura como una voz que estamos esperando y llevamos dentro. Nuestra.