Publicado en: Prodavinci
Por: Mari Montes
Gustavo Ávila “El Monstruo” es una leyenda del hipismo universal. Un jinete que comenzó a brillar cuando apenas era un adolescente y siguió una trayectoria que lo convirtió en un ícono del hipismo, para Venezuela y el mundo.
La lista de jockeys venezolanos que han brillado en los hipódromos es nutrida en nombres y estadísticas. La dimensión y quién es mejor para cada uno depende del valor que se le dé a los números y a las hazañas. Todos hicieron grandes cosas, no se trata de restarle méritos a ninguno.
Para mí, Gustavo Ávila es el más grande de todos. Habrá quien quiera oponerse exhibiendo los números de otros jinetes como Juan Vicente Tovar y su magnífica historia en Venezuela o de lo que ha conseguido José Javier Castellano quien es miembro del Salón de la Fama de la Hípica en los Estados Unidos, todos tenemos razones y argumentos para decidirnos por unos u otros.
En 1966, conduciendo a Victoreado, Gustavo Ávila ganó el Clásico del Caribe en Puerto Rico. Ya era un jinete de renombre cuando estaba por protagonizar la gran hazaña que obtuvo con el también legendario Cañonero II.
La dupla paralizó al país para ver el Preakness. Cañonero II había ganado dos de las carreras más importantes del hipismo universal. El Belmont Stakes, la carrera de caballos que desde 1867 se realiza en el área metropolitana de Nueva York, es la tercera fecha de la Triple Corona.
De nuevo fue el centro de la atención, la posibilidad de la triple corona estaba en las patas de aquel caballo y su jinete. En mi casa había un televisor General Electric, una pantalla empotrada en un mueble de madera, que para la época era la pantalla más grande. Todos los amigos de mi papá llegaron desde temprano para ver última competencia de las tres más importantes de Estados Unidos. Yo no recuerdo la carrera, que luego he visto tantas veces, pero recuerdo la fiesta que se armó para disfrutarla.
Lejos de ser una frustración, en conocimiento de que no corría en condiciones óptimas, el cuarto lugar, luego de una gran carrera, no hizo mella en la dimensión de la hazaña de Cañonero y Ávila.
El caballo y el jinete llegaron a Estados Unidos sin mucha publicidad, por eso el Derby de Kentucky solo se escuchó en transmisión de radio, pero la segunda carrera de la Triple Corona ya fue un motivo para reunirse, familias y amigos, para ligar la victoria.
Aunque no había nacido en Venezuela, Cañonero llegó de solo dieciocho meses y fue como un hijo adoptivo, decir Cañonero era sinónimo de nosotros, todos los niños de entonces jugábamos al jinete sobre aquel caballo, éramos Gustavo Ávila.
Como recordaba en estos días el experto hípico Jorge Pignoloni: “Ávila ganó la estadística en Argentina y en 34 hipódromos en los 5 continentes (como invitado) o contratado. Ganó más de dos mil carreras en general, fue ídolo dentro y fuera de Venezuela”.
Hace pocos días fue objeto de un homenaje en Miami, donde ahora reside. A sus 82 años sorprende la memoria privilegiada que permite recrear cada cosa que hizo sobre los caballos que condujo. Derrocha clase y glamour. Es capaz de describir detalladamente cada momento. Habla con serenidad y emoción mientras su audiencia se embelesa y revive sus victorias. Su hija Jennifer le hace videos y vuelve a emocionarse con sus historias.
La memoria nos hace recordarlo con la voz de Aly Khan y volvemos a aquellos domingos de caballos y yeguas entrando en la recta final.
Hablamos de estos tiempos, de los cambios naturales que experimentan los deportes. Él no llevaba guantes en esos días, tampoco usaba la fusta en exceso, dominaba con el conocimiento que tenía de su oficio que inició siendo un muchacho soñador.
Me dio sus manos, son increíblemente suaves, en contraste con el hecho de llevar las riendas de aquellos ejemplares fuertes y veloces.
Fue como subirse al DeLorean y verlo de nuevo cabalgando en Cañonero II. Aquel caballo que le dio alegrías rotundas a un país que soñaba con seguir la ruta de la excelencia en todos los escenarios. Él era parte de eso.
No hice más que dar gracias por tener a Gustavo Ávila alegre y encantado de compartir con sencillez las glorias que con él vivió toda Venezuela. Hombre de familia, alegre y elegante. Es el mismo que conquistó a todos los públicos que lo vieron.
¡Viva Cañonero! ¡Viva Gustavo Ávila! ¡Ganó Venezuela!
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