Publicado en: Prodavinci
Por: Mari Montes
Edgardo Alfonzo escuchó la noticia y se quedó sin palabras. Delia, su esposa, pensó que había pasado algo malo y se asustó. Edgardo dio gracias a Dios y se puso a llorar.
Fred Wilpon, entonces propietario de los Mets, le llamó para anunciarle que había sido elegido miembro del Salón de la Fama del equipo. Eso fue el 28 de enero de 2020. De no haber sido por la pandemia de la COVID-19, el mirandino habría sido elevado a los altares de los Mets en el Citi Field el pasado 17 de mayo, junto a Jon Matlack, Ron Darling y Al Jackson.
Hay momentos que nos hacen recorrer nuestra vida como si fuese una película; así fue para Edgardo Alfonzo en esos segundos en los que no hallaba qué decir. Se devolvió hasta Soapire, estado Miranda, su pueblo, donde jugaba béisbol cuando era un niño, solo para divertirse.
Le pedí que me contara esa película.
—Crecí en Soapire, jugando en sus calles. Jugábamos de todo: pelotica de goma, chapita y béisbol con pelota enteipada.
Los niños venezolanos suelen hacer pelotas que tienen como base un cartón de un cuarto de leche o jugo, convertido en una especie de mingo o núcleo que van apretando muy fuerte con gomas de caucho y luego con “teipe”, hasta hacerlas del tamaño de una pelota de béisbol. Es una obra de ingeniería infantil que se ha esparcido por todas partes a lo largo de los años. No hay información cierta de cómo llega el conocimiento a quien elabora la primera en cada lugar, pero lo que sí es comprobable es que ha pasado por varias generaciones.
Hablando de ingeniería, Edgardo Alfonzo y sus amigos de infancia en Soapire, eran capaces de construir estadios.
—Íbamos mucho a los ríos y sacábamos arena. Luego cortábamos las matas en un plan (terreno plano), y hacíamos nuestro terreno.
En aquellos tiempos, aunque recién comenzaba la televisión a color, él prefería estar en la calle. Le aburrían las telenovelas y las noticias. Además de pelota y chapita, jugaban trompo, yoyos y hacían campeonatos de metras. Los sábados sí disfrutaba las comiquitas antes de salir a jugar.
Aún no tenía un ídolo, no jugaba a ser nadie, pero hacía todo lo que le ensañaba su hermano mayor, Edgar. No tenía un ídolo, tenía algo mejor, tenía un ejemplo a seguir, un hermano que era su guía.
—Vivíamos en una casa de aquellas que entregaba el gobierno, del Inavi (Instituto Nacional de la Vivienda), de tres habitaciones: la de mis padres, la de mi hermana, que era la única hembra y la de los varones, que era para Edgar, Robert y yo. Cuando Edgar firmó, que tuvo que irse al Spring Training en Arizona, nos tocó llevarlo al aeropuerto. Mi papá pidió un carro prestado porque no teníamos carro, él trabajaba con un camión. Edgar se fue en un avión de Panam. Cuando despegó, Robert y yo nos pusimos a llorar. Luego en el camino de regreso nos veíamos y seguíamos llorando. A quien más le pegó fue a mí, que era el más chiquito. Edgar era una figura que nos ayudaba mucho. Ya en la casa seguimos llorando y entonces mi mamá nos calmó. Dijo que eran solo unos meses. Cuando Edgar regresó, nos trajo de todo para jugar: buenos zapatos, guantes y guantines. Yo empecé entonces a jugar más en serio y Edgar me enseñaba. Eso nos ayudó mucho como hermanos, gracias a él yo jugaba con todos los implementos. Cuando firmó no se mudó, ni hizo cosas locas. Remodeló la casa, la cocina, y todo fue para todos. Ni siquiera compró un carro en ese momento, hasta que las cosas se fueron encaminando, como debía ser.
Edgardo jugó pelota menor con equipos afiliados a la Federación de Béisbol, primero en Indios de Soapire, pre-infantil e infantil, y luego con los Tiburones de Santa Teresa, que era el equipo de Roberto Lira, el papá de Felipe. Luego fue refuerzo del equipo Paz Castillo. Después a Ocumare, donde jugó con Ugueth Urbina y Alex Ramírez. Eran de la selección de Miranda, siempre uno de los equipos favoritos, junto con Zulia y Carabobo.
Llegaban a casas de familia o se quedaban en las sedes del IND en los estados.
Iban acercándose a la edad en la que los scouts comienzan a ver a los jóvenes talentos.
Recuerda que sonaba la Orquesta “La Inmensidad”, con Roberto Blades cantando “Lágrimas”, pero él no salía de rumba. Se acercaba el momento de firmar.
—Empecé a practicar en el Cocodrilos Raquet Park, con los Yankees. Ahí agarré condiciones, porque jugaba todos los días. Tenía 15 años. Me preparé más físicamente. Ese complejo del doctor Valentiner tenía buenas instalaciones y una casa para quedarnos cuando era necesario.
Que su hermano Edgar fuese un jugador de los Leones del Caracas, le permitió el privilegio de estar cerca de jugadores legendarios.
—Yo me iba con Edgar para el estadio y practicaba con el Caracas. Conocí a todos los verdugos de los Leones: Antonio Armas, Baudilio Díaz, Omar Vizquel, Edgar Cáceres, Gilberto Marcano, Carlos Hernández. Empezaron a verme los scouts. Hacía los tryouts junto a Miguel Cairo y Jorge Velandia. Tenía buenas manos pero era lenteja (lento), tuve que trabajar mucho eso. El scout Fred Ferreira me quería firmar, pero quería un paquete, quería firmarnos a Edgar y a mí por 15 mil dólares, pero mi hermano le dijo que no, que eso valía yo solo. Todas las organizaciones me vieron y todos decían lo mismo, que les gustaba, pero nada. Eso frustra cuando ya tienes 16 años y crees que se va a pasar el tiempo.
Se dio el chance de unos Juegos Nacionales.
—Fuimos a Anzoátegui, representando a Miranda. Me dije: ‘si en este nacional nadie me ve, tengo que seguir estudiando’. En esos nacionales me fue mal en todos los aspectos, hice errores y no pude batear. Llegué muy frustrado a la casa, pero no desistí. Edgar habló con Gregorio Machado de mí y Gregorio me citó para verme. Me fui a Valencia y empecé a practicar con los Mets, solo dos días, ahí mismo me firmaron.
Que Edgar fuese jugador de los Leones le hizo ilusionarse con que podría jugar en el mismo equipo que su hermano mayor.
—Yo practiqué con Caracas, pero ni Oscar Prieto, Flores Bolívar ni Camilo Pascual se interesaron. Gregorio Machado trabajaba con Magallanes, así que al firmar con los Mets, también me firmó Magallanes, un equipo que a mí no me pasaba por la cabeza. A mí me gustaba el Caracas porque practicaba con ellos y los conocía por Edgar. Como fanático me gustaban los Tiburones, porque cuando yo terminaba de practicar, me subía a la tribuna para ver la práctica de ellos. Los veía en los juegos y me gustaba como eran. ¿A quién no le gustaba ver a Raul Pérez Tovar, Norman Carrasco, Ozzie Guillén, Alfredo Pedrique, Luis Salazar, Café Martínez, Gustavo Polidor… ¡Me encantaba como jugaba esa gente!
Era la famosa y legendaria “Guerrilla”.
—Al firmar con los Mets , vengo a los Estados Unidos y al regreso voy con Magallanes. John Carrillo era el gerente. Él firmó a Melvin Mora, a Melchor Pacheco, Manacho Henriquez, él firmó a casi toda esa camada.
Edgardo recibió un bono de 10 mil dólares por firmar.
—A esa altura no me importaba el bono, sino que me dieran una oportunidad. De una vez llegué a Port Saint Lucie, Florida. A los 15 días me quería devolver. El idioma, la cultura, la comida, estar lejos de la casa, extrañando todo, lloraba. Hacía todo lo que tenía que hacer. Me levantaba a las cinco de la mañana, los zapatos me sacaban ampollas. En ese tiempo estaban Popy Hernández y Juan Francisco Castillo conmigo. Un día en la piscina del hotel, les dije que quería irme. Popy me convenció de que no pensara más en eso. Llamé a Edgar y él me dijo que me quedara quieto, que yo iba a llegar a las Grandes Ligas.
La expectativa con Edgardo Alfonzo en la organización era grande.
—Yo era el que mejor se desplazaba en el terreno porque Edgar me enseñó mucho. Era como el ejemplo de los otros muchachos, los coaches decían eso. Me ayudó que Edgar me preparara para cubrir el infield, el short y segunda. Edgar fue un gran maestro que me enseñó a batear, me explicaba situaciones de juego, a cubrir y la disciplina. Aprendí eso de él y hoy en día es lo que yo enseño.
La influencia de su hermano mayor fue determinante en el juego de Edgardo, también el hecho de haber sido jugador de los Navegantes del Magallanes. Cuando llegó a las Grandes Ligas en 1995, ya sabía lo que era jugar para ganar.
—Jugar en una franquicia como Magallanes o Caracas, enseña a cómo jugar bajo presión. Cuando llegué a las Grandes Ligas estaba tranquilo. Eso decían los coaches, que era muy maduro, y eso fue por la experiencia que traía. Yo le digo a todos los muchachos, incluidos los de Estados Unidos, que vayan a jugar a las ligas nuestras, de Venezuela, Dominicana, México o Puerto Rico. Las ligas de invierno enseñan mucho béisbol.
Llegó a los Mets con esa ventaja de la experiencia con Magallanes. Triunfar en Nueva York no es fácil. Es una afición exigente. Es una ciudad que ha visto béisbol de Grandes Ligas desde sus inicios y que no es fácil conquistar. Los escritores, desde los tiempos de Walt Whitman, esperan que allí los jugadores de béisbol sean sobresalientes.
—“Si lo puedo hacer en NY, lo puedo hacer en cualquier parte”. Jugar en NY no es fácil, hay demasiados periodistas pendientes de uno, pero si se aprende a llevar eso, te va mejor.
Edgardo en NY hizo todo lo esperable. Además era un ejemplo como bateador. Había videos que mostraban su swing, evaluado como uno de los mejores de todo el béisbol.
—Me preguntan mucho sobre eso y yo lo que creo es que la habilidad viene con uno, es un don, algo natural que uno perfecciona. En verdad mi estilo de bateo era como el estilo de Edgar. Cuando escuchas que a la gente le gusta lo que haces, te llena de orgullo porque uno está impactando en la nueva generación.
Ese pensamiento de Jackie Robinson: “Una vida no es importante sino por el impacto que causa en otras vidas”, es un mandato para muchos jugadores, en especial para los que trascienden, como él.
El trato que se ganó Edgardo Alfonzo con los Mets tuvo que ver con su actitud; siempre dispuesto a hacer lo que se necesitara de él.
—Yo empecé como tercera base, aunque nunca había jugado esa posición. Me lo dijeron cuando cambiaron a Bobby Bonilla a los Orioles. José Vizcaíno juzgaba el short stop y me necesitan en tercera, yo había jugado de utility el año anterior. Entonces en Venezuela empecé a trabajar en la antesala, precisamente con Dámaso Blanco, quien me ayudó mucho. Él trabajaba en el circuito de Magallanes y practicaba con nosotros, así que me enseñó los trucos en tercera, cómo moverme y doblar las rodillas. La visión desde tercera es muy diferente. Luego de que ya estaba bien en tercera, me dicen entonces que van a firmar a Robin Ventura y que pase a segunda base. Creo que en los Mets gustó eso. Me vieron como un jugador de equipo. Empezaron a verme diferente, tuve años buenos en segunda, pero me dicen que van a firmar a Roberto Alomar, que si puedo regresar a tercera, yo acepté. Había hecho buena combinación con Ray Ordoñez, él me hizo la vida más fácil en segunda, era tremendo short stop y hablar el mismo idioma facilitó todo.
Aparece Melvin Mora en su relato. Era su compañero en Magallanes.
—No tenía un short stop, y Melvin fue a una práctica que necesitaba hacer ante Cookie Rojas. Él venía de Taiwán. A Melvin lo pones a jugar donde sea y hace el trabajo. Lo invitaron a Spring Training y arrancó en triple A, al poco tiempo lo subieron. Cuando Melvin llegó fue una satisfacción porque el trabajo que le hizo a los Mets fue de locos. Hizo todo lo que necesitaban que hiciera. Llenó muchos huecos aquí. En esos playoffs Melvin estuvo en todo. Sale en todos los videos con sus jugadas y esas cosas que hizo para aliviar el trabajo de muchos. Jugaba duro y no me hizo quedar mal . Fue una bendición en los Mets y eso es historia.
Edgardo tuvo sus mejores años con el equipo de Nueva York, de ahí pasó a San Francisco luego de declararse agente libre. Los Mets ya tenían en sus planes a David Wright.
—Fue difícil estar en la Costa Oeste porque eran meses lejos de la familia y con horarios que no coinciden. En San Francisco estaba protegiendo a Barry Bonds. Fue una experiencia muy bonita. Disfruté mucho jugar con uno de los mejores jugadores de las Grandes Ligas. Tremendo pelotero. Uno de los mejores que he visto.
Luego tuvo un breve tránsito por los Angelinos:
—Cuando voy a Anaheim le pedí a Peter Greenberg que me cambiara porque jugaba poco, y llegué a los Azulejos de Toronto.
El béisbol es una carrera difícil. Los sacrificios comienzan cuando de niños y se termina muy temprano. Antes de los 40 años, ya son viejos. Mantenerse jugando varios años es muy difícil. Edgardo estuvo 12 años en las Grandes Ligas. En la LVBP también hizo historia. De la basta experiencia, no cambia nada por un juego Caracas- Magallanes en el Universitario, al pie del El Ávila.
—Te lo voy a poner así: yo llegaba a Magallanes y decía: ‘no quiero debutar contra Caracas’. Caracas- Magallanes es una cosa especial. Prefería debutar contra Zulia, Caribes, cualquier otro equipo, pero contra Caracas no, porque era una presión extra. Uno quería darle a esa afición un extra. Un juego de esos es una cosa del otro mundo. Cuando empiezas a llegar a Caracas ya se te paran los pelos. Los fanáticos de esa rivalidad Caracas-Magallanes me hicieron mejor jugador. Yo nunca quise jugar fuera de forma un Caracas-Magallanes, era mejor estar en unos jueguitos antes.
Cuando quería poner fin a su carrera en Venezuela, Magallanes lo dejó libre.
—Mi idea era jugar 2 o 3 juegos para retirarme y no quisieron. Entonces se me presentó la oportunidad con los Tigres de Aragua y lo disfruté mucho, eran un equipo muy unido. Fui otra vez “Regreso del año” y quedamos campeones.
Al poco tiempo de retirado se convirtió en manager de la sucursal clase A de la organización de los Mets y quedó campeón. Le tocó vivir los últimos años de la “vieja escuela” y dirigir con la nueva pelota de las métricas.
—Las decisiones se toman en la oficina, pero yo digo que también hay que saber cómo se siente el jugador. Muchos muchachos pierden el sentido común del juego porque está siendo muy mecánico. Creo que el ritmo del juego te debe ir llevando. También el jugador debe saber. Siempre ha existido conocer al rival, sin tener un papel. Yo siempre me colocaba donde era. En segunda yo tenía mejor colocación que alcance. Ahora les dan unos papeles a los jugadores. En Brooklyn lo que hicimos fue preparar a los muchachos porque eso es lo que viene. Dirigir en las Menores es complicado porque van subiendo y cambiando y a cada rato debes adaptarte.
Ahora está feliz de ver sus logros como hombre de familia. Edgardo se casó muy joven con su novia de toda la vida, Delia, a quien conoció en Soapire cuando ella tenía ocho años de edad y él nueve. Ella se fue un tiempo del pueblo y regresó quinceañera, cuando la volvió a ver y quedó prendado.
—El amor de mi vida todavía sigue conmigo. En 1994 le dije: ‘si me meten el roster de 40, nos casamos’. En noviembre me metieron en el roster y en enero nos casamos. Le doy gracias a Dios porque pasó eso, porque si hubiera llegado a GL soltero a lo mejor no me habría casado. Casarme fue positivo, mejoró mi vida, me hizo más centrado y tranquilo. La doy gracias a Dios porque ella es muy inteligente y ha sabido llevar todo perfectamente y tenemos dos hijos preciosos. El mayor se graduó de comunicador social, Eduardo Luis, le gusta escribir, leer, hacer reportajes. El menor, Antonio, juega en el College y estudia Sports Management. Ha aprendido bastante. Lo van a ver en el próximo draft.
Cuando terminó de hablar con Fred Wilpon compartió la noticia con toda la familia. Celebraron el éxito, agradecieron a Dios por la recompensa, el Salón de la Fama de los Mets de Nueva York.
—Fue un momento muy bonito, de inmediato llamé a Edgar y él se puso a llorar también.
El gran premio del béisbol es la inmortalidad.
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