“La Iglesia venezolana no tiene ni oro ni plata, sino la capacidad de actuar samaritanamente”
“Si la pandemia es peligrosa, la paralización de toda actividad es más grave, pues la mayor parte de la población vive del empleo informal”
“La prolongación del tiempo de cuarentena juega en contra de la salud física, mental y anímica de la gente, pues al no tener lo indispensable y no existir una política de atención adecuada, es inminente el peligro de desesperación”
“Me golpean las escenas de Guayaquil, donde los familiares de los muertos reclaman de manera casi agresiva, el derecho de saber adónde llevan los restos de sus seres queridos”
Publicado en: Religión Digital
Por: José Manuel Vidal
“No se puede buscar una solución que pase por poner los sacrificios en los más pobres”. Con estas palabras el cardenal Baltazar Porras Cardoso declara que lo que tiene que venir después de la pandemia es la conversión social. Que, si el modelo económico sigue olvidando la ética, “sería correr la arruga de los déficits sociales que ha puesto a flor de piel la aparición” de la crisis del coronavirus.
Menos mercados, más samaritanos… y también la conversión dentro de la Iglesia. “Vivir situaciones límites obliga a una pastoral que habíamos olvidado y que exige algo más que la realización de un rito”, confiesa en esta entrevista, en la que además habla de los sacramentos, de la necesidad de discernir y después reformar; de aprender qué es lo importante y qué se ha dejado de hacer “en consonancia con la fe y los tiempos”.
¿Cómo está percibiendo la sociedad venezolana la implicación de la Iglesia y el papel que está jugando en la pandemia? Está cumpliendo su función social?
La situación venezolana, en general, es atípica. A la desinformación se une la crisis que venimos arrastrando desde hace años, lo que ha resultado, en medio de esta pandemia, relativamente positivo. ¿Por qué? Por el aislamiento al que hemos estado sometidos, reducción de vuelos, de presencia de turistas y de extranjeros. Se manifiesta en el escaso número de contaminados y de muertes, que difícilmente se hubieran podido “ocultar” si los hechos fueran otros. Sin embargo, si la pandemia es peligrosa, la paralización de toda actividad es más grave, pues la mayor parte de la población vive del empleo informal, y no tiene ninguna capacidad de ahorro. Se vive al día.
La sociedad en general está percibiendo positivamente la implicación de la Iglesia en la pandemia. La respuesta de los agentes pastorales, no solamente de los sacerdotes y religiosas, se ha volcado en estar cerca de la gente.
En primer lugar, por la cuaresma y la semana santa, la demanda de lo religioso ha aumentado. Desde fuera, se puede tergiversar este papel porque la cuarentena se vive de manera diferente en los sectores medios y en los populares. La gente tiene necesidad de salir para conseguir lo necesario para sobrevivir. La prolongación del tiempo de cuarentena juega en contra de la salud física, mental y anímica de la gente, pues al no tener lo indispensable y no existir una política de atención adecuada, es inminente el peligro de desesperación y de respuesta no deseable.
La creatividad a través de las redes sociales nos ha permitido ofrecer mensajes creíbles para la gente, las celebraciones privadas, sin mucha tecnología pero interactiva, que se trasmiten por las redes. Las informaciones de la red de Cáritas y las Pastorales Sociales, con programas de alimentación y entrega de medicinas, que son un gesto, incompleto, insuficiente, pero que genera confianza en la población.
Al término del tiempo cuaresmal, la presencia en lo social, incluyendo ayudas y subsidios, por ejemplo, en el campo educativo, en la atención psico-social para las personas más afectadas o solas, en sincronía con organizaciones privadas, sin el sello religioso o partidista es una experiencia enriquecedora, de lo que se puede hacer con “los santos de al lado”, para usar la expresión del Papa Francisco.
¿Ha conseguido la Iglesia como institución visibilizar bien su lucha contra la pandemia a través de los grandes medios de comunicación?
En un país donde han desaparecido gran parte de los medios privados, y donde la cobertura de los medios oficiales (TV, radio, redes) es enorme, se ha logrado hasta el momento disposición de los medios para trasmitir eventos estrictamente religiosos y mensajes (micros, campañas concientizadoras), que llegan a la población. No siempre es fácil, porque el fluido eléctrico es precario en buena parte del país, pero en las horas en las que hay conexión, se aprovecha para estar informados. Una campaña para educar en el uso racional de los medios, con sentido crítico, se está llevando adelante, porque la sobreinformación se convierte fácilmente en desinformación. La gente se vuelca a conocer la opinión de la Iglesia, porque sigue siendo la institución más creíble y confiable, con un porcentaje muy elevado respecto a otras instituciones. Es un reto, pues supera la capacidad real de la Iglesia ya que no cuenta con una infraestructura suficiente para cumplir dicha misión.
¿Cree usted que la Iglesia institucional va a formar parte del nuevo contrato social que parece estarse tejiendo?
La tarea subsidiaria, y el papel de facilitador para que las partes involucradas se pongan de acuerdo, constituyen un desafío enorme para la Iglesia. En los momentos de dificultades, siempre se ha recurrido a la Iglesia, y nunca nos hemos negado, pero con la conciencia muy diáfana, de que no somos los que tenemos la solución en la mano. No tenemos oro ni plata, sino la capacidad de actuar samaritanamente, con misericordia y paciencia, tarea cuesta arriba, pero que no se puede esquivar.
En la línea de lo que el Papa ha venido señalando machaconamente, después de esta pandemia, las cosas no pueden, no deben, seguir igual. Tejer ese nuevo contrato social es una necesidad y no podemos estar al margen de la vida, de la sobrevivencia, ni de la búsqueda de una sociedad que sea más igualitaria y en la que “la periferia” se convierta en el centro. No se puede buscar una solución que pase por poner los sacrificios en los más pobres.
El verdadero reto es, será, lograr la suficiente claridad y desprendimiento, para que la renuncia o la disminución de los beneficios económicos, no se vean como pérdida, sino como un nuevo orden que no puede tener como centro decisorio la economía, sin que otras coordenadas jueguen también un papel importante. Lo ético no puede estar ausente. Sería correr la arruga de los déficits sociales que ha puesto a flor de piel la aparición de esta pandemia mundial.
¿La crisis del coronavirus está haciendo aflorar el lado religioso de mucha gente, hasta ahora escondido o tapado? ¿Los indiferentes religiosos volverán al catolicismo o se irán definitivamente en busca de nuevas espiritualidades?
El dicho popular de que nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena, tiene mucho de verdad. Lo religioso en la sociedad postmoderna ha estado, para decir lo menos, devaluado. La fragilidad y fugacidad de la vida, la humana y la del planeta, pone el interrogante de si hay algo más que tomar en cuenta. La trascendencia no es un juego, es distintivo de la racionalidad, que nos distingue del resto de los seres vivos.
Ciertamente, esta necesidad ontológica, religiosa, ha aflorado de alguna manera en los que estaban fuera o indiferentes. Pero ha aflorado también en los de casa, en los que se confiesan creyentes. Porque no se puede ser creyente simplemente porque se cumplen ciertas normas o ritos. Las grandes religiones tienen la obligación de replantearse su papel, su autenticidad, que va más allá de aceptar un credo o unos mandamientos. Toda adhesión que no pase por ver a Dios no como una idea o un ideal moral, sino como la presencia que anima la vida, lo que llamamos mística, unir la fe con la vida cotidiana, no será auténtica fe, sino una creencia que me tranquiliza y hasta me seda, dejándome indiferente a lo que pasa alrededor.
El peligro real es la abundancia de ofertas pseudoreligiosas que pululan en el mercado mundial. Hay que estar ojo avizor porque no faltan quienes saben aprovecharse, para su propio peculio, de la necesidad de búsqueda de seguridades, soluciones mágicas o tranquilizadoras del espíritu, que lamentablemente abundan y arrastran a más de uno.
Lo que sí creo está claro en la Iglesia católica de hoy, es que no hay que ver esta coyuntura como una oportunidad para el proselitismo. Una cosa es despertar el auténtico sentido religioso y otro el querer sumar adeptos a la propia causa. En esto es claro el pensamiento y la actuación del Papa Francisco, y el tipo de reformas o de conversión que está proponiendo, que ahora, luce más claro que ese es el verdadero camino de la oferta cristiana. Ser sacramento, no la salvación.
“Hay que estar ojo avizor porque no faltan quienes saben aprovecharse, para su propio peculio, de la necesidad de búsqueda de seguridades, soluciones mágicas o tranquilizadoras del espíritu”
¿El miedo a la muerte que ha recorrido el cuerpo social ha encontrado en la Iglesia sentido, consuelo y esperanza? Sin posibilidad de realizar funerales, ¿ha perdido la Iglesia el último rito de paso que le quedaba?
Las sociedades modernas han manejado con cierto éxito el cubrir con un “velo piadoso”, por decirlo ingenuamente, el tema de la muerte. No es algo que hay que ocultar, pues no somos inmortales, somos seres llamados a resucitar, es decir, a superar la enfermedad y la muerte, desde una perspectiva distinta, humanizadora. Es el mensaje cristiano y el sentido correcto de la resurrección.
El fatalismo de la muerte, en el que el consuelo y la esperanza no están presentes, es un vacío existencial que tiende a llenarse de otra forma. El licor, la droga, el desenfreno por vivir y aprovechar el presente, produce una sociedad enferma en la que el individualismo y el egoísmo nos hacen insensibles ante el mal ajeno. Retomar el sentido más auténtico de acompañamiento en todas las etapas de la vida a las situaciones límites o no deseadas, es tarea cristiana, para no priorizar el desprecio a la vida no nacida, a los discapacitados, a los enfermos terminales o a los ancianos que son una carga y no seres productivos económicamente. Pone al descubierto la barbaridad de las leyes que aprueban, sin más, los abortos, la eutanasia o la muerte asistida.
Es duro el tener que despedir a los seres queridos sin saber ni siquiera donde están. Los testimonios que oigo a personas amigas de España o de Italia llaman a reflexión. Los velatorios en buena parte, han constituido una ocasión privilegiada para cumplir socialmente y para disfrutar reencontrar a personas que hacía tiempo teníamos olvidadas. Solo el círculo más íntimo de los “deudos”, lo vive de manera diferente. Me golpean las escenas de Guayaquil, donde los familiares de los muertos reclaman de manera casi agresiva, el derecho de saber adónde llevan los restos de sus seres queridos. Tenemos derecho a vivir humanamente y también a morir humanamente. No somos un saco de basura que cuando expiramos lo tiramos al vertedero de los desechos.
En el baúl de mis recuerdos, saco a relucir una anécdota de un eclesiástico venezolano que vivió en tiempos de la dictadura gomecista (1909-1936). Los cadáveres de los presos políticos eran conducidos al cementerio, de forma privada, y sin conocimiento de sus seres queridos. Entre quienes preparaban los cadáveres, había gente con sentimientos religiosos que lo llamaban y le comunicaban la hora y el recorrido del carro fúnebre para que este buen sacerdote se apostara en una esquina y le rezara un responso al paso del cortejo. Vivir situaciones límites obliga a una pastoral que habíamos olvidado y que exige algo más que la realización de un rito. Receta no hay pero hay que “primerear e involucrarse” como nos dice Francisco.
¿Se ha consagrado Internet (otrora demonizado por muchos clérigos) como un gran medio de humanización y de evangelización?
Los creyentes tenemos la tentación de ver en toda novedad, primero los peligros y luego la posible utilidad. No hay realidad humana que no sea ambivalente. De lo más ingenuo podemos hacer mal uso, como de lo que parece nefasto se puede sacar sano provecho. El internet y los medios digitales no escapan a esta ambivalencia. Me sirven para el bien o para el mal. Depende del uso que queramos darle. El proceso educativo y la cultura de buscar en cualquier medio lo realmente saludable y no solo lo que llena mis apetitos, es un camino a recorrer.
Qué bueno que la pandemia, como cualquier otra calamidad, tiene su lado positivo: ayudar a descubrir las virtualidades que tienen las nuevas tecnologías, para lo que creíamos imposible. El internet y los otros medios digitales no son, no deben ser, para las emergencias. Han demostrado que pueden ser compañeros de camino para la vida cotidiana y sus exigencias de servicio a la comunidad.
¿Cómo será la Iglesia del postcoronavirus? ¿Qué características tendrá? ¿Hacia qué líneas de fondo apuntará? ¿Afectará a las reformas del Papa Francisco?
No pretendo ser adivino ni pitoniso, pero me atrevo a decir que si la Iglesia del postcoronavirus vuelve a ser lo de antes, no tiene futuro. Es un kairós para poner en marcha la “conversión pastoral”, “la Iglesia en salida” y la centralidad de las “periferias”, para usar el vocabulario bergogliano. Afectará las reformas del Papa Francisco pero de manera positiva. Pone en evidencia que lo que tanto ha predicado e impulsado en estos años es, debe ser, el camino a seguir.
Pongo a consideración una reflexión reciente que quiero compartir con mi clero, en la búsqueda de líneas de fondo que debemos buscar sinodalmente: Si la Iglesia es “Semper reformanda” como señalan desde hace siglos los santos padres, es porque “resucita” continuamente a la vida, a ejemplo y por la virtud de una gran memoria actualizada, particularmente en estos días: la de Jesús muerto y resucitado por nosotros en el Espíritu. En consecuencia, hay que poner la lupa en el discernimiento permanente para cotejar si lo que hacemos está en consonancia con la fe y los tiempos, o se trata, de dar satisfacción a lo que ya tenemos como definitivo en nuestras mentes.
¿Podrá seguir manteniendo su actual estructura económica, territorial y funcional?
Si la sociedad toda tiene que hacer “reingeniería” de la política, de las empresas, de la economía, de la estructura social, etc., la Iglesia no va a ser una excepción. También tiene que “reinventar” su actual estructura. Todo cambio provoca resistencias pero hay que frecuentar el futuro. La reforma que el Papa está llevando a cabo en la Iglesia toda, tropieza con la inercia de siglos. Pero no hay que desmayar. Profundizar los cambios como un proceso saludable para servir mejor tiene que ser el objetivo de lo que se proponga, abriendo paso a una diversidad creativa. “Una excesiva centralización, más que ayudar, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera” (EG 32).
¿La pandemia ha despertado en el laicado la conciencia de su ser ‘pueblo sacerdotal’ y, por tanto, la exigencia de asumir ministerios ordenados?
Desde el Concilio Vaticano II se ha puesto de relieve la condición de bautizado, de pueblo sacerdotal de todos los creyentes. Lentamente, no sin tropiezos, se despierta el reconocimiento de la condición del laicado. El clericalismo, -mal tanto de los clérigos como de los laicos-, ha sido una rémora en el protagonismo auténtico de los diversos miembros de la Iglesia. El documento final del Sínodo de la Amazonía y la exhortación Querida Amazonía del Papa tocan el tema sin tapujos. Cada quien juega un rol y tiene unas competencias concretas. No se trata de arrebatárselas al sacerdote para que la asuman los laicos. Hay un camino por recorrer que todavía no está maduro. Los sacramentos muestran y comunican al Dios cercano. No es válida una disciplina que excluya y aleje, porque así se convierte la Iglesia en una aduana. “La Iglesia debe tener un especial cuidado para comprender, consolar, integrar, evitando imponer una serie de normas como si fueran una roca…” (Querida Amazonía, 84). No hay que dar saltos en el vacío, ni cerrar puertas o poner muros. Las experiencias pastorales irán indicando y dando luces para que, sobre todo la eucaristía, no esté negada a muchos. El tiempo es mayor que el espacio, y los frutos no están todavía maduros pero hay que cultivarlos para que sazonen.
¿Habrá que revisar la actual praxis sacramental, especialmente de la eucaristía y de la penitencia?
Mucho hay que revisar en la actual praxis sacramental. No sólo de quien puede o no “ejercer” o “presidir” la eucaristía y la penitencia. Percibimos que en la actualidad no llenan las ansias de lo que deben ser. La pandemia pone sobre el tapete la pregunta sobre el valor de la eucaristía a distancia, digitalmente. La falta de confesores, por la inamovilidad forzosa en resguardo de la salud, plantea si el perdón se da o no, sin el gesto sacramental. Aquí tenemos una muestra de miles de cosas que surgen de los signos de los tiempos, en los que hay que descubrir cuáles son los auténticos signos de Dios. Tarea para los pastores, los teólogos, los laicos… Hay que caminar y escrutar sinodalmente, sin imposiciones, los nuevos derroteros. Como al final del llamado concilio de Jerusalén. Que sigan adelante las experiencias diversas, sólo evitar comer lo de los ídolos y no olvidar el servicio a los pobres.
Cardenal Baltazar Porras consagró su sacerdocio y su vida episcopal al #NazarenoDeSanPablo. Su presencia en la Basílica de Santa Teresa este #MiercolesSanto marcó el inicio de la ruta del Limonero de Miracielo por toda #Caracas @Pontifex_es @honeggermolina @bepocar pic.twitter.com/VOnQkDak3O
— Arquidiócesis de Caracas (@ArquiCaracas) April 9, 2020