Borges y el niño

Claudio Pérez Míguez y Jorge Luis Borges, en 1982, en Buenos Aires

  Recién se han cumplido treinta años de la muerte de Jorge Luis Borges. Esto ocurrió en 1986. Unos cuantos años antes, a principios de la década de los 80, Borges realizó su última visita a Venezuela. La razón de la invitación era particular. Borges quería ver -es un decir- unos toros coleados. Para Borges era increíble semejante hazaña: que un hombre pudiese derribar a un toro solo jalándolo por el rabo.

  Ben Ami Fihman, que dudo sepa mucho de semejante actividad tan vernácula, pero que si sabe bastante de narrativa, fue el encargado de llevar al maestro Borges a una manga de coleo. Se sentó a su lado, y, suponemos, le narró impecablemente todo lo que iba aconteciendo, porque el maestro salió por demás satisfecho. Sintió, aferrado a su bastón, cómo pasaba frente a él el tropel de caballos y el toro atormentado, y cómo éste terminaba derribado por algún osado criollo de a caballo.

  En ese mismo viaje, Borges fue a un programa de televisión que tenían Carlos Rangel y su esposa Sofía Imber, “Buenos Días”. Recuerdo que me impresionó mucho verle aferrado a su bastón, con la mirada perdida del ciego, en ese aspecto sumamente frágil y débil que tienen los que viven en tinieblas. Pero me llamó la atención que, a la hora de hablar, tenía una voz tan firme, tan madura, tan joven y tan enérgica, que era un contraste absoluto con la imagen que desprendía. En aquel momento estaba secuestrado el padre de Julio Iglesias, y, después de una larga conversación, con preguntas sesudas y densas, Carlos Rangel optó para cerrar una sobre un tema un poco menor. Le preguntó a Borges: ¿Maestro, por qué cree usted que secuestraron al padre de Julio Iglesias? La respuesta de Borges, el ciego desarmado, es una de las mejores humoradas que recuerde. Aferrado a su bastón, el viejito dijo, sin asomo de sonrisa: “Será para que el hijo no siga cantando”. Todavía me produce una gracia inmensa. Después sonrió, claro quién va a resistir un chiste con tanta puntería y malicia.

Claudio Pérez Míguez y Jorge Luis Borges, en 1982, en Buenos Aires
Claudio Pérez Míguez y Jorge Luis Borges, en 1982, en Buenos Aires

  Ese Borges, aferrado al bastón, impecablemente vestido, con la mirada hacia arriba como suelen perderla los que no ven nada, sonriente, es el que aparece publicado recién en la edición de El País de Madrid. El Borges de esta foto publicada en España, es el Borges de 1982, en su casa, y le acompaña un jovencito sonriente, Claudio Perez Míguez, quien en aquel entonces contaba con escasos 15 años. Esta es una entrevista inédita, insólita. El adolescente Miguez tenía que hacer una entrevista como trabajo escolar. Se le ocurrió pedírsela a Borges. Y Borges se la concedió. Vivía en Quilmes, en una población de la provincia de Buenos Aires, a unos 20 kilómetros de la ciudad. Se trasladó hasta la casa del maestro y ha publicado ahora, 34 años después, esta entrevista inédita.

  Siendo la entrevista de un niño hay preguntas a las que Borges se abre con una sinceridad magnifica.

¿Qué estudios realizó usted? Le pregunta el niño.

Pocos. Yo estudié en el Collège de Ginebra, estudié y tengo mi bachillerato. Ahí había dos materias principales, que eran el francés y el latín. Yo comprendí que si estudiaba bien francés y latín podía prescindir de las otras materias, lo cual ha hecho que yo sea extraordinariamente ignorante, ya que estudié física, botánica, mineralogía, zoología, música, gimnasia, química y no sé absolutamente nada de ellas. Historia sí me gustaba. Pero historia en Suiza no es una materia obligatoria.

   De manera que su único titulo, confiesa Borges, es el de bachiller del Collège de Ginebra.

  Ese es el único título que tengo –refvela más adelante-. Los demás son títulos Honoris Causa, que no son más que generosidades.

  Luego le pregunta el niño Míguez:

  ¿Cómo surgen sus obras? ¿Se sienta a escribir sistemáticamente o lo hace cuanto siente la necesidad?

  Eso es muy complejo. Yo siento que hay algo que quiere que yo lo escriba, y yo trato de disuadirlo. Pero si hay un tema que vuelve, un argumento de un cuento o un poema que vuelve, entonces lo escribo. Me parece un error buscar temas, hay que dejar que los temas lo busquen y lo encuentren a uno. Si no salen libros fabricados.

  ¿Cuál de sus libros prefiere y por qué?

Bueno, la mayoría no me gusta. Me resigno a ellos. Aproveché las llamadas obras completas para omitir dos libros. Para mí, mi mejor libro es el que se titula El libro de arena. Es de fácil lectura, es un libro breve, no uso ninguna palabra que requiera el uso del diccionario. Es un libro de cuentos, y otro libro de cuentos que me gusta es El informe de Brodie. El libro de arena es el único del que estoy satisfecho. Tal vez el tiempo juzgue así también y borre los demás, que son realmente borrables borradores.

  Pero el niño, estupefacto, no puede creer tamaño alarde de modestia o de desprecio por su obra. Y le dice:

  Pero hay mucha gente que admira toda su obra…

  Sí, pero yo no me encuentro entre ellos. Eso es un error, y no sé si agradecerlo, porque no sé si hay que agradecer los errores.

¿Cómo se definiría a sí mismo?

Si yo tuviera que definirme diría un escritor, aunque tal vez sería mejor decir un lector, ya que yo creo ser mejor lector que escritor.

  ¿Cómo trascurre un día en la vida de Jorge Luis Borges?

  Y, en un alarde ternura, Borges le dice:

  Bueno, por la mañanas, si tengo suerte, vienen a verme periodistas de Quilmes  en alusión al adolescente que le entrevista-. Pero generalmente mis días no son tan favorables, luego duermo una siesta y escribo algo.

  Así, de algo en algo, Borges llegó a escribir una de las obras literarias má solidas y contundentes en cualquier idioma, desde que tenemos literatura.

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