Dicen los andaluces que el flamenco grita lo que el alma calla.
Gaditana, más bien canaílla, de San Fernando. Tuve la inmensa suerte de verla hace muchos años, en la Expo 92 (en andaluz “espo”), si mal no recuerdo en el Auditorio de la Cartuja en el espectáculo de Manuel Morao. Era una chiquilla de apenas diez y nueve años. Y ya se le notaba a leguas en lo que habría de convertirse.
A las bailaoras hay que verlas, y también escucharlas. Ellas sienten distinto.
He leído casi todas las entrevistas que le han hecho. O al menos lo he intentado. La mejor, hasta ahora, se la hizo Javier Becerra para La Voz de Galicia, en 2015, con ocasión de su espectáculo Voces en el que rindió homenaje a los grandes. En esa conversación con Becerra dijo frases infinitas: “Muchas veces me pregunto cómo se desahoga la gente que no baila…”
Y es cierto. Fuera del escenario, ella es una mujer como cualquiera, que sale al mercadillo a buscar tomates para el gazpacho. Pero cuando está en el tablao, se transforma. Hace suyo ese duende que ya cuenta con muchos siglos de estirpe con tronío.
“El flamenco se escribe con faltas de ortografía y se baila con ellas también”, apunta. Es así. En el flamenco puede ser que parezca que todo esté milimétricamente medido, pero siempre hay espacio a la improvisación, porque el alma se cuela por cada rendija que encuentra. Por eso el flamenco es la más perfecta manifestación de la imperfección.
No solo España se ha rendido ante su magia en el escenario. El mundo entero conoce el éxtasis cuando ella, con su arte pasional, transmite todo el abanico de emociones posibles.
El parón por la pandemia le hizo dejar todo colgado temporalmente en el camerino. Pero pasado el verano reinicia su “Momentos”, que es un viaje por caminos ya recorridos. Siete músicos y cantaores, ocho bailarines, o mejor dicho, bailaores. “Momentos” abrió en el Festival de Pedralbes y llegará a estación final en el festival de Cap Roig en Girona.
“No está en la garganta; sube por dentro desde la planta de los pies”, eso dijo Lorca del flamenco, arte al que le dedicó varias de sus grandes letras.
Sara Baras con su arte hace que recordemos que somos humanos, solamente humanos, y que con eso, pues, tenemos bastante.