Alberto Barrera Tyszka: “La ceguera emocional de la política es un virus voraz” – Entrevista por Ariana Basciani

Alberto Barrera Tyszka: “La ceguera emocional de la política es un virus voraz” - Entrevista por Ariana Basciani
Cortesía: Vasco Szinetar

Publicada en: The Objective

Por: Ariana Basciani

‘Mujeres que matan’ es la nueva novela del escritor venezolano, donde se comprimen un thriller distópico, un club de lectura de mujeres y varios asesinatos dentro de un país colapsado.

Alberto Barrera Tyszka: “La ceguera emocional de la política es un virus voraz” - Entrevista por Ariana Basciani
Cortesía: Vasco Szinetar

La obsesión del escritor venezolano Alberto Barrera Tyszka (Caracas, 1960) sea posiblemente la enfermedad o, incluso, la muerte. En 2006 ganó el Premio Herralde por la novela La enfermedad.  En 2015 el Premio Tusquets por Patria o muerte, una novela que se hilaba a través de la enfermedad del presidente venezolano Hugo Chávez.

Tanto en la España de 2019 como en Latinoamérica, los narradores venezolanos se han visto popularizados por premios o traducciones: es el caso de Rodrigo Blanco Calderón al ganar la polémica Bienal de Literatura Vargas Llosa y de Karina Sainz Borgo por las 26 traducciones de su primera novela: La hija de la española. Para ambos autores la crisis del país es el epicentro. El caso de Barrera Tyszka con su nueva novela podría parecer lo mismo, sin embargo, el país queda como personaje secundario y sigue siendo la obsesión lo que atrae, la que genera la narración: la enfermedad y la muerte como billete de huída de un país opresor. 

Mujeres que matan (Literatura Random House, 2019) es la nueva novela de Alberto Barrera Tyszka, donde se comprimen un thriller distópico, un suicidio, un país colapsado en manos de un alto mando populista y un club de lectura donde las mujeres pueden llegar a matar para no morir de, lo que podríamos decir, enfermedad social. 

La narración comienza con el suicidio de Magaly Jimenez, ahogada en su bañera, como lo ilustra la portada del libro, y continúa con su hijo Sebastián buscando respuestas a la muerte de su madre. El autor introduce, además, preguntas claves como cuán injusto puede llegar a ser un país violento para las mujeres; también aborda el género de la autoayuda y cómo este se convierte en  una especie de populismo narrativo que se impone comercial y empáticamente frente a la “alta literatura” y, a su vez, cómo ese populismo narrativo puede ser tan válido para un lector como un libro con altos recursos literarios. 

Alberto Barrera Tyszka: “La ceguera emocional de la política es un virus voraz” - Entrevista por Ariana Basciani

Mujeres que matan reivindica principalmente lo femenino y dos de sus polos: la sensibilidad y la rabia. La narración nos comprueba que todo aquello que callan las mujeres un día puede volcarse en violencia y, a su vez, en liberación, generando así cuestionamientos éticos para los personajes. 

A horas de distancia entre Barcelona y Ciudad de México entre correos de pregunta y respuesta con el escritor venezolano, intentamos constatar que las enfermedades sociales están en todos los discursos, ya sean políticos o literarios, entendiendo así que la mayor obsesión del autor podría no ser la enfermedad o la muerte, pero sí, quizás, la ética.

Del premio Tusquets con Patria o muerte a Mujeres que matan sigue existiendo un hilo conductor en las temáticas de tus novelas: Venezuela, la crisis social, política y económica. ¿No te da miedo llegar a repetirte? ¿Cómo manejaste o decidiste que ibas a repetir una temática y un lugar en Mujeres que matan

Yo no estoy seguro de que en Mujeres que matan se repita la misma temática que en Patria o Muerte. Son dos relatos distintos.  Suceden en el mismo país, es cierto, pero en tiempos y en contextos distintos. De hecho, creo que incluso siendo un mismo referente, en el texto son dos países distintos.  Pero, igual, en cualquier caso, pienso que es algo que no se decide de manera deliberada. Cada quien tiene sus obsesiones y es inevitable que estas aparezcan de manera constante. Para eso se escribe, para organizar un ansia, para darle forma a lo que duele, para tratar de comprender lo inexplicable.

En Mujeres que matan el hecho que desencadena la novela es el suicidio de Magaly Jiménez y cómo su hijo intenta resolver ese acertijo. Siendo una novela que obviamente se recrea en la Venezuela actual, ¿es Magaly Jiménez un síntoma o una consecuencia de lo que sucede en el país?

Podría ser. Esa es una lectura posible. Pero hay un viaje soterrado en la novela que a mí me interesa particularmente. En el inicio, el suicidio de Magaly está asociado a lo que ocurre en el país. De hecho, incluso se menciona un dato real: el aumento de suicidios en la Venezuela de la crisis actual. Pero al final de la novela, la indagación termina en una territorio mucho más ambiguo: en la falta de una causa intensa, de un motivo determinante, que ayude a entender este acto. La investigación lleva a hablar del suicidio como una forma más natural del verbo matar. 

Aunque toda la novela sucede en Venezuela, cruzas a México y le das unos pocos párrafos a los muxes, esos indios zapotecas, travestis prehispánicos. Afirmas que los muxes al convertirse en mujeres o querer serlo son relegados al igual que las mujeres. Viviendo entre México y Venezuela, ¿se podría diferenciar entre el machismo que viven las mujeres en cada país o en esencia es el mismo?

No sé si tengo elementos como para analizar y sacar conclusiones sobre realidades tan complejas. El machismo es en esencia el mismo en todos lados pero, a la vez, se desarrolla y ejecuta de manera distinta en cada país.  Depende de muchas variables pero el denominador común sigue siendo el mismo. México, fatalmente, tiene una estadística que establece una diferencia fundamental: los feminicidios. 

El feminismo actual sigue impulsando el concepto de la muerte del patriarcado. En Mujeres que matan, ¿ese patriarcado estaría en las instituciones, en ese personaje efímero que está siempre presente como un ojo de Orwell, el Alto Mando?

Jamás pensé en esto a la hora de escribir. A la hora de narrar, no tengo conceptos, solo me interesan las historias, las vidas de los personajes, lo que hacen, lo que sienten, lo que piensan. Con esto quiero decir que la novela no tiene, al menos en su diseño y en su escritura, una vocación editorial. Entre otras cosas porque no me siento experto en el tema ni me interesa usar la ficción para transmitir alguna idea. A ver, no sé dónde está el patriarcado en la novela. Tampoco me preocupa demasiado. Me interesa y seduce mucho más hurgar en las formas con las que hemos sido educados para entender y ejercer eso que llamamos lo masculino y lo femenino. Me atrae mucho más desentrañar cómo, desde la intimidad, hemos vivido siglos legitimando la violencia de los hombres y la segregación de las mujeres, por ejemplo.

Unirse a un club de lectura es la recomendación de una psicóloga para Magaly Jiménez ante su desesperación por las formas de opresión en las que vive.  En este caso, ¿es la literatura la que nos salva o es el socializar con otros a través de la transversalidad que puede aportar la lectura?

¿Por qué la disyuntiva? Hay muchas cosas en la vida que no tienen que ser o menos o sino más. Creo que los dos elementos que mencionas no necesariamente se oponen. Más bien, pueden sumarse. 

Sin ahondar en qué sucede en la trama, uno de los personajes de la novela comenta: “Aprendimos a matar y nos gustó”. ¿Es la osadía en esa afirmación una metáfora del miedo al feminismo actual?

Para nada. Más bien creo que en esa afirmación se puede resumir bien el dilema moral que se plantea en la novela, ese límite delgado donde la violencia parece convertirse en una forma de justicia. Creo que es algo inquietante, perturbador. En contexto de opresión e impunidad, cuando las víctimas solo parecen tener la violencia como alternativa, ¿qué pasa con la ética, qué ocurre con las nociones de bien y mal? ¿Hasta dónde somos capaces de llegar?  Todas estas preguntas me fueron surgiendo en la escritura misma de la novela. ¿Qué pasa si descubres que asesinar, en realidad, no es tan difícil y no da tanta resaca?

Desde el inicio de la novela el narrador es ambiguo, quizás es masculino… al principio va argumentando que no sabe sobre aspectos de la feminidad de la mujer pero termina haciendo juicios: “hay que ser mujer para saber que maquillarse no es disfrazarse… cada vistazo frente al espejo establece una forma de intimidad que la mayoría de los hombres ignora”. ¿El narrador se hace más sabio a la vez que las mujeres que protagonizan la novela lo hacen?

No lo sé. Me gustaría creer que el narrador forma parte de ese terreno difuso que son ahora los géneros. Es cierto, al principio necesita evidenciar que no es una mujer. Pero mientras avanza la historia, eso parece importarle cada vez menos.  Puede parecer errático, pero me gusta que sea así. Yo no deseaba una novela redonda, con todas las aristas, las historias y los personajes perfectamente terminados, delineados. En ese sentido, a algún lector la novela puede contagiarle cierta sensación de desorden. Eso no está mal. Así me siento yo también frente al tema. Creo que tenemos que debatir sobre lo femenino y lo masculino de otra manera, con otros paradigmas. Y esto lo digo aparte, más allá o más acá de todas las necesarias y justas luchas reivindicativas de las mujeres. 

Hace pocos días hubo una manifestación feminista en Caracas copiando la viralidad de El violador eres tú, sin embargo, esta fue mermada por la división ideológica y muchas de las chicas que asistieron fueron burladas en redes sociales, inclusive por mujeres. ¿La crisis venezolana también ha cercenado la posibilidad de abrir nuevos diálogos entre mujeres de oposición y chavismo? ¿Dónde puede estar el punto de unión y empatía más allá de la ideología actual?

Es muy interesante este caso que mencionas. El punto de partida del debate ocurrió en la manifestación de mujeres que apoyan al gobierno de Maduro. Querían cambiar la letra de la canción. Sentían que no podían hablar del “Estado violador” porque, como dicta el pensamiento oficial, en Venezuela el Estado está supuestamente en manos de un gobierno supuestamente revolucionario.  En el fondo, es la activación de la fidelidad religiosa. El chavismo ha actuado desde siempre como una iglesia. Estas mujeres, aun antes que mujeres y feministas, son chavistas. No hay más discusión. No hay discernimiento. Esas son las consecuencias de la polarización en nuestras sociedades. La ceguera emocional de la política es un virus voraz.

Así como el caos empodera a muchas mujeres en tu novela, ¿en Venezuela podría liderarse un cambio desde lo femenino o la herida social es más profunda de lo que parece?

Lamentablemente, la ficción consigue heroísmos y desquites que no siempre la vida permite. Más poderosa que la herida social es la represión ejercida sin ninguna contemplación por el gobierno de Maduro, por las policías y los militares. Y la conciencia que tienen las mujeres venezolanas de todo es proceso es terrible. El papel activo de las mujeres en todas las protestas ha sido esencial. Pero también han sido reprimidas. Y han visto a sus hijos, estudiantes, ser detenidos de manera ilegal, llevados a prisión, vejados o torturados de forma impúdica. Han empujado a sus hijos a huir del país. Se han quedado solas, enfrentando a unos militares que ya han demostrado que están dispuestos a ejercer la violencia de todas las maneras posibles. 

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