Publicado en: Hispano Post
Por: Blanca Vera Azaf
Michael Penfold le huye a la retórica, se niega al discurso apocalíptico, analiza en frío y a profundidad, pero sobre todo evita las visiones que califica de “infantiles” y que se centran en la lucha por alcanzar el poder y no de generar los cambios. Esto, en su opinión, ha fortalecido a Nicolás Maduro, quien gobierna en la práctica.
Egresado de la Escuela de Ciencias Políticas de la Universidad Central de Venezuela y doctor en Ciencias Políticas de la Universidad de Columbia en Estados Unidos, ha dedicado gran parte de sus horas de estudio a entender el proceso político derivado del surgimiento del chavismo.
Destaca con pesar que la oposición venezolana se burocratizó cuando su principal figura, Juan Guaidó, prefirió usar corbata, caminar alfombras rojas y centrar su estrategia en la presión internacional. Sostiene su argumento señalando que todo el liderazgo logrado por la oposición se lo dio la gente al entender la necesidad de defender la institucionalidad democrática alrededor de la Asamblea Nacional, y esa fue una lucha interna en las calles venezolanas.
Le preocupa la retórica belicista de salidas exprés y aboga por la necesidad de recuperar un espacio de entendimiento que conduzca a la reinstitucionalización del país, a través de una fórmula que perfectamente puede ser la negociación impulsada por Noruega.
-En las últimas semanas el lenguaje político opositor y de Maduro se ha vuelto particularmente violento. Pareciera que hay una puja por demostrar quién puede hacerle más daño al otro. ¿Acaso murió el ejercicio político en Venezuela?
-Es evidente que el país enfrenta un deterioro económico, político y social tan pavoroso -cuyo origen está en una revolución que quiere aferrarse al poder a cualquier costo- que hace que la dinámica de supervivencia del régimen y la política de una parte importante de la oposición de promover un quiebre interno por la vía de la fuerza nos haya terminado llevando cada vez más cerca de una espiral de violencia política. Lo preocupante es que esa dinámica muy probablemente se mantenga por un tiempo, pues nadie tiene incentivos reales de abandonarla mientras este conflicto político continúe teniendo un carácter existencial y el país continúe en una dinámica de grandes ganadores y grandes perdedores.
El problema central que tiene Venezuela es que el régimen percibe que no tiene más opciones que resistir en el poder y que eso tiene menos riesgos que abandonarlo; y la oposición piensa que la única forma de lograr una transición democrática es por medio de crear capacidades que hagan que las amenazas sean creíbles o simplemente incrementando el costo de sostenerse a través de más sanciones.
Estamos viviendo literalmente una guerra de supervivencia política. El problema es que esa dinámica, cuya principal causa fue el desmontaje de toda la institucionalidad democrática del país y el haber cerrado las salidas constitucionales y electorales para sostener por la fuerza a la revolución, hizo que el costo social y económico de este proceso sea el mismo que el de un país con una guerra civil. El tema no es retórico.
El lenguaje político de guerra tiene consecuencias, y lo viven los venezolanos con una crisis humanitaria como nunca la ha tenido América Latina; y esa es quizás la peor herencia del chavismo, el haber concebido la política de esa forma. Todo o Nada. Amigo y Enemigo. Revolución o Muerte.
La oposición tampoco ha sabido responder adecuadamente frente a esa dinámica del lenguaje. Guaidó llegó donde lo hizo no solo por la presión internacional exclusivamente. Antes de que Guaidó ascendiera a la presidencia de la Asamblea Nacional, ya había mucha presión internacional, pero todos pensaban que la oposición venezolana estaba liquidada. Ese diciembre fue probablemente uno de las más tristes de la historia contemporánea.
Curiosamente, su sorpresivo ascenso en enero de 2019 se logró porque se había realizado un trabajo previo en el plano doméstico de muchos meses y contra grandes intereses políticos. Se cerró filas alrededor del pacto parlamentario, se logró enmarcar la crisis institucional alrededor de la falta de legitimidad de los comicios presidenciales de mayo de 2018, se logró denunciar el cerco institucional a la Asamblea Nacional y se movilizó a la sociedad para restaurar el orden constitucional y buscar una salida democrática. Solo luego vino el apoyo internacional. En el fondo, se trazó una línea política orientada a construir una coalición nacional por la democracia.
Sin embargo, muy pronto, ese objetivo fue sustituido por una estrategia de ambivalencia que se resume en “todas las opciones están sobre la mesa e incluso debajo de la mesa”, que subrepticiamente volvía a privilegiar lo internacional y la fuerza por encima de lo doméstico; lo cual le ha permitido a grupos avanzar con iniciativas que han sido muy problemáticas como la del puente Simón Bolívar o el 30 de abril o con la construcción de amenazas creíbles, como el TIAR, que han terminado siendo muy contraproducentes, o esta última exploración que hace quedar a grupos internos muy radicales, que parecieran operar incluso fuera del G4, explorando salidas insurreccionales financiadas quien sabe cómo.
Tampoco ha ayudado creerse en la práctica que se es un gobierno cuando no tienes de facto control sobre el territorio. A mí me parece que la imagen de Guaidó saltando una verja para entrar a la Asamblea Nacional es mucho más poderoso como político que un Guaidó en flux con una bandera de Venezuela luciendo como un presidente que en la práctica no existe o caminando por alfombras rojas por todo el mundo.
La oposición al aceptar ser gobierno se burocratizó, al ponerse a gastar se arriesgó a escándalos por corrupción, al no montarse sobre el tema humanitario se volcó sobre las sanciones, se olvidó que estaba liderando una rebelión democrática, y social y se montó en una retórica también muy belicista (de más sanciones, narcoestado e incluso intervención) auspiciada por diversos factores nacionales e internacionales.
Lo que quiero decir es simple: la oposición debe volver a construir su estrategia sobre sus verdaderas fortalezas y no sobre unas debilidades en las que nunca va a poder superar al régimen. Y esas fortalezas vienen dadas por la amplitud de una coalición política y social; por su capacidad de movilizar a la población para buscar una salida electoral; apuntalando la única institucionalidad democrática que queda en el país que es la Asamblea Nacional; conectándose socialmente con los problemas de la gente y las regiones; impulsando la legitimidad que tiene la demanda social de restaurar el orden constitucional y democrático y alineando a toda la comunidad internacional detrás de ese objetivo y no solamente fijando una política exterior perfectamente acorde con los intereses, muchas veces electorales, de Estados Unidos por más importante que ese apoyo pueda resultar.
-¿Qué tan popular y exitoso puede ser para la oposición y para Maduro centrar la diatriba política en enemigos y aliados externos?
-Yo creo que la pregunta es qué tanto interés tiene ese tipo de actores externos en resolver de una forma adecuada el problema venezolano. Y yo te diría que es interesante verlo de esa manera para comprender porque son relevantes para ambos en su diatriba. Te pongo dos ejemplos: Rusia y Estados Unidos. En el caso de Rusia, el conflicto venezolano lo ha beneficiado desde todo punto de vista. Nosotros en el fondo competimos con Rusia como país petrolero, lo cual hace un poco contradictorio verlo como un aliado permanente. En la práctica, Rusia se ha visto beneficiado por el simple hecho de que Venezuela salió casi por completo del mercado petrolero, debido al pésimo manejo de la industria y también de las sanciones impuestas por Estados Unidos e incluso se ha quedado con parte de su mercado.
Rusia tiene un interés muy claro en mantener la crisis venezolana y por eso ayuda a bypasear las sanciones, pero también accede a retirar a Rosneft cuando se ve muy asediado por las sanciones secundarias, pero tampoco hace nada para obligar un desenlace que permita resolver la situación. Mientras Venezuela siga con esta crisis ellos se benefician en el corto, mediano y largo plazo como el segundo país productor más grande en el mundo detrás de Arabia Saudita. En ese sentido, son muy útiles para el régimen como aliado para resistir, pero no para resolver en el largo plazo. La crisis venezolana también le permitió a Rusia debilitar a la OPEP y ampliar su influencia dentro de esa organización, en la que Venezuela antes era uno de los socios más importantes.
En el caso de Estados Unidos es diferente. Venezuela no tiene realmente ningún valor estratégico para ellos salvo por los temas de narcotráfico y por la influencia regional y en especial su competencia con China. Venezuela no tiene un valor estratégico como país petrolero, que lo tuvo y muy relevante, pero lo perdió frente a países como Canadá y a la mayor producción interna de los mismos Estados Unidos.
La decisión de Trump de colocar a Venezuela en un lugar muy alto en su agenda de política exterior obedece a otros factores: Obama había instrumentalizado la relación con Venezuela para favorecer el proceso de paz en Colombia y para negociar el acuerdo con Cuba, por lo que el asunto venezolano le permitía diferenciarse y, en segundo lugar, porque le ayuda mucho electoralmente en Florida y fortalece su relación con distintos senadores republicanos y también demócratas.
¿Le importa tener un triunfo político en Venezuela? Ciertamente, en la medida en que lo ayude en Florida. Pero en Florida lo que ellos quieren percibir es que a Trump le importa resolver los temas de Cuba y Venezuela; pero eso no quiere decir que demanden una acción militar, sino que le basta ver que mantiene una posición de confrontación con Venezuela a través de más sanciones o acciones más focalizadas de otra naturaleza. Y eso pone a Cuba en una posición más defensiva frente a Venezuela, pues sabe que la tiene que proteger a toda costa.
En ese sentido, el único interés político de Estados Unidos es que salga Maduro. Eso sería una victoria. Su victoria no necesariamente es un triunfo en el sentido que eso pase por estabilizar institucional y políticamente al país. Idealmente, quisieran ambas. Pero no van a estabilizar a Venezuela pactando con algo que incluya a Maduro. Al menos no de aquí al momento electoral de finales de año en Estados Unidos.
El riesgo de tercerizar la política exterior de Venezuela, que en parte es lo que viene haciendo tanto el régimen como la oposición hacia este tipo de actores, es que los intereses de estos países no siempre van a coincidir con los nuestros.
-A casi dos meses de cuarentena en Venezuela ha sido imposible que Maduro y Guaidó hayan podido llegar ni siquiera a pequeños acuerdos humanitarios. ¿Esta lucha de poder está dejando de lado a los venezolanos más vulnerables?
-Indudablemente. No hay forma de justificar moralmente que ambos no puedan ponerse de acuerdo en torno a unos mínimos para ayudar a una población que ya ha sufrido innecesariamente. Entiendo que hay grupos que han estado trabajando muy activamente en una especie de tregua humanitaria para permitir la entrada de apoyo internacional y darles mayor espacio a las organizaciones de la sociedad civil a fin de atender el problema sanitario pero también el alimentario. Quizás ahí se pueda iniciar algo que posteriormente ayude políticamente. Me parece que diversos grupos muy heterogéneos han estado impulsando iniciativas muy interesantes. También es importante que ambos dejen a la comunidad científica, médica, farmacéutica y tecnológica asumir el liderazgo en las recomendaciones de cómo seguir abordando los temas de la pandemia. Hay muchas cosas que se pueden hacer.
-La propuesta de gobierno de transición impulsada por Estados Unidos se centra en una salida política en la que no queda claro el papel de la reinstitucionalización. De hecho, ni se nombra. ¿Es ese un talón de Aquiles?
-Yo leo esa propuesta de la siguiente manera. Primero, tiene el visto bueno tanto de Estados Unidos como de la oposición en su conjunto. En ese sentido está bien coordinada y busca un quiebre interno en el chavismo. Sin embargo, dudo mucho que lo logre por diferentes razones, entre ellas, que ese anuncio vino acompañado de los “indictments” y de la movilización militar en el Caribe, que son acciones que más bien cohesionan al chavismo y a los militares. Y en ese sentido es muy contradictorio, pero muy consistente con el lema de todas las cartas están sobre la mesa.
Debido a ello, ni el chavismo ni los militares confían realmente en que tienen verdaderas garantías por parte de Estados Unidos, quienes siguen privilegiando el uso del garrote, y hace por lo tanto que chavistas y militares decidan mantenerse donde están.
En segundo lugar, el hecho de que hablen de una salida negociada me parece positivo, pero yo pienso que es poco realista pensar que vas a tener una negociación sin Maduro. En el fondo la oferta es la siguiente: el chavismo remueve o convence a Maduro que salga del poder, controla la transición con algunas figuras opositoras a través de un Consejo de Estado (que es una figura constitucional de difícil interpretación para ese papel), mantiene intacta a las Fuerzas Armadas y es posteriormente cuando se negocian los términos de la transición para, eventualmente, convocar a elecciones.
El mayor avance aquí es que Estados Unidos es muy claro en la secuencia de eventos para desmontar las sanciones tanto económicas como individuales y acceder a ayuda de los multilaterales. El problema es que esa secuencia de eventos es más un deseo que cualquier otra cosa.
En este sentido, la propuesta es muy problemática a mi juicio por otra serie de elementos. Asume que Maduro no es una parte del chavismo. Y creo que eso es difícil en la práctica traducir en acciones concretas, pues Maduro existe en el chavismo así haya mucho descontento dentro de sus filas con su talante y su desempeño.
De modo que la idea que existe una negociación sin Maduro, después de tantos errores y en un momento en que el chavismo se percibe fortalecido a pesar de la crisis económica y social, es un tanto utópico. Tampoco ayuda que los “indictments” hacen que la negociación cambie completamente y obliga incluso, tal como ocurrió con las FARC en Colombia, a que la negociación tenga que ser previa, pues se necesita amarrar todas las garantías -tanto constitucionales como legales- antes de si quiera entrar en la transición.
Con esas acciones, ningún factor de poder dentro del chavismo ni dentro del mundo militar va a aceptar nada sin haber amarrado todo previamente. Incluso, aquellos que nunca han estado de acuerdo con la idea de la negociación, con esta propuesta de Estados Unidos y con la activación de los “indictments”, van a tener que aceptar que la única salida es negociada. Y en esa negociación, las garantías, es decir, el tema institucional pasa a ser central.
-¿Cuál es la razón por la que se habla tanto de cese de la usurpación, cambio de gobierno y elecciones libres, pero no de una estrategia plausible que priorice a las instituciones como vía del rescate democrático?
-Idealmente eso podría funcionar, pero lamentablemente los sueños no empreñan. ¿Por qué habría el chavismo de remover del poder a otro chavista y compartir el poder con la oposición y otorgarle unas instituciones electorales que les permitan ganarles unas elecciones y luego barrerlos políticamente? La oposición tiene que poder presionar y tratar de obtener las concesiones suficientes para garantizar unas elecciones competitivas, pero es difícil pensar que eso lo va a obtener sin entregar concesiones y garantías muy importantes y que eso lo vaya a poder lograr sin pelear ella misma por esas condiciones.
La realidad es que en Venezuela no quedan instituciones y que el sistema electoral venezolano está completamente destruido en cuanto a su credibilidad y muy debilitado en cuanto a su infraestructura. Pero eso no quiere decir que ese no sea el centro de una estrategia unitaria. Maduro quiere unas elecciones parlamentarias, y la verdad es que tocan, pero esas elecciones son una oportunidad para abrir una negociación, que evidentemente el chavismo no quiere, sobre el tema de las garantías institucionales y las mismas elecciones presidenciales. Ese era el centro de la discusión en Oslo y creo que era la discusión correcta. Lamentablemente ese proceso fue bombardeado por distintos grupos, pero toca retomarla.
-Hay quienes señalan que Nicolás Maduro no tiene suficientes incentivos para negociar, pero las dificultades económicas son enormes a lo que se añade la escasez de combustible. Hay quienes apuestan que esto impulsara su salida y otros piensan que más bien se perpetuará. ¿No llegó el momento de comenzar a ver soluciones a la crisis desde otra perspectiva?
-La verdad es que las soluciones a la situación económica y social de los venezolanos tiene básicamente tres requerimientos: acceso a financiamiento masivo por parte de los multilaterales, la ejecución de un plan que permita retomar el crecimiento y acciones inmediatas para reestablecer los servicios públicos básicos. De modo que no hay muchas alternativas. Y satisfacer esos tres requerimientos va a depender de la posibilidad de remover las sanciones internacionales, reconstruir el sector petrolero, impulsar la actividad privada y atender la emergencia social. Pero nada de eso se puede dar sin que el país resuelva su problema institucional, que en el fondo es una grave crisis de gobernabilidad y de libertades.
Dada esa realidad, ¿tiene Maduro incentivos para negociar? Yo pienso que no la tiene en el sentido de buscar acuerdos integrales, pero sí puede tener incentivos para acuerdos incrementales que lamentablemente no van a resolver ninguno de los problemas estructurales del país.
Maduro hoy se siente más fuerte y el chavismo rara vez negocia en un momento de fortaleza. En ese sentido, Maduro va a buscar acuerdos parciales como lo puede ser un acuerdo humanitario, las elecciones parlamentarias, el Consejo Nacional Electoral y lo tratará de hacer puntualmente. Pero nada de eso va a resolver el tema de las sanciones ni la escasez de gasolina ni va a permitir reactivar económicamente al país ni atender integralmente la emergencia social.
Yo creo que Maduro va a esperar también a los resultados de las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Mientras tanto resistirán. Sin embargo, no hay duda de que la situación externa -y en especial las sanciones- los obliga a explorar seriamente algunas soluciones. El tema está en que el chavismo muy pronto hará una propuesta similar a la de Estados Unidos, pero a la inversa: descabecen a Guaidó de la Asamblea Nacional y hagamos una transición a la medida con una parte de la oposición. Y eso tampoco va a volar como no voló con la mesita, que era un mal chiste, ni funcionó tampoco con la Asamblea ilegítima de Parra.
En el fondo aquí hay combinación de gula por el poder, muy propia del chavismo, y de infantilismo político, muy propio de un sector opositor relevante, que impide aceptar lo inevitable: retomar las negociaciones con el apoyo de Noruega para buscar una solución integral. Mientras tanto el costo social de esa dinámica política continuará siendo extremadamente alta.
-Hasta el momento el gobierno interino de Juan Guaidó basa su legitimidad, fortaleza, y liderazgo en el gobierno de Estados Unidos, pero ¿qué pasaría si Donald Trump pierde las elecciones presidenciales?
-La política de Estados Unidos hacia Venezuela es bipartidista, aunque hay distintos bemoles en cómo se debe resolver el problema. Ya Biden ha dicho abiertamente que si gana va a retomar el acuerdo de Obama con Cuba y va a centrar su política hacia Venezuela, sin necesariamente eliminar las sanciones, en tratar de buscar una salida electoral que permita restaurar el funcionamiento del Estado de Derecho. Eso se traduce en que probablemente Estados Unidos esté más dispuesto a alinearse con Europa y con otros países latinoamericanos en buscar una solución más política. Pienso que Biden también va a instrumentalizar la apertura a Cuba a cambio de una salida democrática en el país. Sin embargo, Biden no creo que vaya a bajar la guardia en cuanto a su interés por el tema venezolano ni va a bajar necesariamente la presión externa.