Publicado en: Polítika UCAB
Por: Trino Márquez
En días recientes, en el portal de Bloomberg fue publicado el artículo “Los símbolos de Hugo Chávez y el socialismo se borran del horizonte de Caracas”. El trabajo aparece firmado por Fabiola Zerpa y Ezra Fieser. En pocas páginas, ambos periodistas muestran cómo la capital ha ido perdiendo los rasgos de esa sociedad confesional, similar a los antiguos ‘socialismos reales’, que quiso imponer Hugo Chávez –y también Nicolás Maduro al comienzo de su mandato- con numerosas imágenes de Fidel Castro, el Che Guevara, el propio Chávez, y otras figuras de la iconografía revolucionaria. Esos símbolos austeros y adustos de la revolución bolivariana han sido sustituidos progresivamente por avisos luminosos en los cuales se estimula el apetito consumista de los venezolanos. Los cambios han ido acompañados con cierto embellecimiento de la ciudad, especialmente en el casco central, donde el Gobierno nacional y el municipal han elevado la inversión con el fin de recuperar esa zona, abandonada por ellos desde hace bastantes años.
El gasto en ornato en el área central no logra disimular el desastre de los servicios esenciales como el Metro de Caracas; o el caos del tránsito automotor por la desaparición, en los hechos, de centenas de semáforos dañados, o la eliminación de los fiscales de tránsito, que algún orden les imponían a los motorizados y a los chóferes irresponsables, que abundan. Tampoco sirve para esconder los huecos, en realidad cráteres, que abundan en la mayoría de las calles y avenidas; o la escasez de agua en casi toda la ciudad.
Es cierto lo que apunta el trabajo publicado en Bloomberg: la ciudad ha cambiado en muchos aspectos. Buena parte representan trasformaciones positivas. El país, igualmente, se ha trasformado. Venezuela ya no es esa nación en la cual escaseaba el papel higiénico, la harina PAN, el aceite comestible y la gasolina. La gente obligó al Gobierno a levantar progresivamente los controles que asfixiaban la economía, constituyendo la causa fundamental del desabastecimiento, la escasez y la inflación. Los controles de precio y de cambio fueron languideciendo, la Ley de ilícitos cambiarios fue engavetada, y buena parte de las restricciones para emprender nuevos negocios fue ignorada, no porque el régimen girara de forma espontánea su visión del curso de la economía, sino porque los ciudadanos asumieron el reto de desconocer las penas aplicadas por los organismos encargados de velar por el cumplimiento de las leyes punitivas que paralizaban la economía. La tenaz resistencia de la población obligó a Nicolás Maduro y su gente a cambiar el enfoque económico. De repente, el régimen ha actuado de forma más pragmática, no tanto porque los nuevos asesores económicos le hayan recomendado virar la política hacia posturas más cónsonas con la economía de mercado, sino porque el Gobierno y sus asesores tuvieron que rendirse frente a la perseverancia de la gente que decidió quedarse en el país y sobrevivir en las mejores condiciones posibles.
Entonces, es verdad que el Gobierno de Maduro ha cambiado. La Ley antibloqueo y la Ley de zonas especiales, que buscan atraer inversiones foráneas y nacionales, forman parte de las modificaciones que se han dado. Sin embargo, el mérito fundamental de las reformas no recae en el régimen, sino en los propios venezolanos, quienes fueron convenciéndose de que el socialismo del siglo XXI solo ocasionaba miseria y destrucción. A partir de esa convicción, entendida por algunos personajes del régimen, los venezolanos se convirtieron en la fuerza que detuvo la caída del PIB, desaceleró la inflación y permitió que Venezuela iniciara una fase de recuperación que atenuó la crisis tan profunda atravesada por el país entre 2014 y 2020.
El nuevo entorno nacional obliga a la oposición a revisar su política y sus posturas ante Maduro. En el pasado reciente era muy fácil articular un discurso crítico frente a su gestión. Eran tantos y tan graves los daños provocados por las expropiaciones, las confiscaciones, los ataques a la propiedad privada y el intervencionismo desaforado del Gobierno, que las razones para reclamar eran evidentes. A Maduro solo había que recordarle que Venezuela forma parte de un mundo globalizado e interconectado, donde los derechos de propiedad y la seguridad jurídica son sagrados, pues lo que más le interesa a los inversionistas es resguardar su patrimonio. Sólo había que refrescarle que ninguna economía crece de forma sostenida si no hay una ingente inversión privada, tanto foránea como autóctona. Únicamente había que señalarle que con los cubanos no llegaría a ninguna parte, porque son parásitos que se enquistan en todos los cuerpos ajenos que pueden poseer. Ahora, el mandatario parece haber aguzado el intelecto y comprendido que su sobrevivencia depende de aplicar el sentido común y la lógica aristotélica a la economía.
En los nuevos tiempos hay que ejercer una crítica más aguda. Sin ser alabardero, no conviene oponerse con posturas estridentes a los cambios modernizantes que están impulsándose. Maduro seguirá tratando de perpetuarse en Miraflores desconociendo las conquistas democráticas logradas en el pasado por los partidos, sindicatos y gremios democráticos. Su objetivo no consiste en lograr una distribución más equitativa de la riqueza y del crecimiento económico, y construir una sociedad más igualitaria y libre, con gobiernos alternativos, sino favorecer a la camarilla que lo rodea y a los pequeños grupos que podrían beneficiarse del crecimiento. La crítica tendrá que ser más social y política que económica.