Dilemas – Jean Maninat

Jean Maninat

Por: Jean Maninat

El gran logro de los autoritarismos de nuevo cuño ha sido el de poner a los sectores democráticos de espaldas a su historia, forzándolos a armar, ladrillo a ladrillo, su propio sotierro, su encierro en vida, su auto-liquidación, asistidos por su ineptitud para defender con pertinencia el más endeble de los grandes logros de los bípedos torpes y pensantes que pueblan las ciudades del mundo: la democracia.

Si en la díscola tómbola de la política nos toca un desaforado charlatán sin escrúpulos, alguien que en los subsuelos de la vida democrática esperó con amargura su momento, el vigilante siempre presto a hacer justicia por su propia mano, y si además ese eufemismo que llaman “el pueblo” lo aclama con entusiasmo y lo elige para que lo gobierne, siempre habrá quienes estimen que mejor pegarse a su vera a ver si lo domeñan, y como “con modo todo se puede” lo ponen a su servicio. Fatua pretensión.

Así pensaron quienes apoyaron a Hitler en su delirio racista, a Mussolini en su costosa ópera bufa, y a tantos otros, que, como en la endeble tradición democrática latinoamericana, no le aguantan un gruñido a un macho alfa, disruptivo y por demás galáctico, con ganas de cambiarlo todo. Sus enemigos descubrieron que la democracia asume desprevenida sus antígenos, sin percatarse de que esa es quizás la mayor de sus fortalezas, si sabe generar los anticuerpos democráticos a tiempo.

El dilema democrático lo padecimos en Chile entre un bucólico progresista Boric, y un doctrinario conservador Katz, entre un enigmático Petro y un repugnante Hernández en Colombia, y lo haremos en unas cuantas semanas en Brasil, entre un estropeado Lula y un energúmeno Bolsonaro. ¿A quién irle en cualquier batalla de sobremesa familiar, o entre amigos y conocidos? ¿Por quién abogar en un artículo sin redundancia alguna sobre los resultados? La dictadura del menos malo trastabilla el juicio democrático… por su endiablada pertinencia.

En esa lamentable disyuntiva se consumen las opciones democráticas, incapaces -la mayoría de las veces- de presentar una plataforma común, de estructurar un discurso democrático que plante cara a la poderosa conseja populista, que tiene la fuerza de la rabia, la decepción y el desengaño con la política y quienes la ejercen. Esa ausencia de juicio, esa ineptitud para defender o reconquistar la política ha sido su perdición. (Cualquier parecido con la realidad venezolana… tralala, tralala).

Mire que aun si uno no hubiese tenido la dicha de tener amigos que lo incitaron- hace siglos- a escuchar a María Betania y a la Creuza, a Vinicius de Moraes y a Chico Buarque, a leer a Jorge Amado y Drummond de Andrade, o animarnos a tropezar con la obra de Niemeyer y Burle Marx, aun así, en esa inopia cultural, no nos habría trastornado el juicio la tentación de aupar a un troglodita, émulo de Trump, y símbolo de lo peor que ha engendrado la antipolítica en este desdichado continente, por más que se opusiera a la nomenclatura gobernante en Venezuela.

Entre Bolsonaro y Lula, no hay dilema posible…

 

Etiquetas:

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.