Aplomo – Andrés Hoyos

Andrés Hoyos

Publicado en: El Espectador

Por: Andrés Hoyos

La virtud del título con frecuencia escasea, sobre todo en los países de la mitad de la tabla. La palabra tiene su origen en la práctica de atar un plomo al final de una cuerda para medir la verticalidad de algo, digamos, de una pared. El ojímetro engaña. Por supuesto que el polémico metal de referencia, gris y pesado, evoca cosas mucho más peligrosas, que suelen volar sin control en muchos conflictos: las balas. Manes contradictorios del ingenio humano.

En los últimos tiempos el aplomo no abunda en la política regional latinoamericana. Aunque yo llegué a pensar que Gabriel Boric se iba a guiar por él una vez en el poder, las cosas se le están saliendo de las manos, pese a unas intenciones en apariencia razonables. Su popularidad va en fuerte bajada, lo que de seguro limitará su campo de acción. Ahora que si la nueva Constitución es considerada inviable por la mayoría de los chilenos, posible resultado dadas varias locuras que han cometido los constituyentes, a Boric le tocaría gobernar con la Constitución de Pinochet y eso daría al resto de su mandato un sabor agudo de derrota. Pasando a Perú, Pedro Castillo fue elegido presidente en 2ª vuelta por un escaso margen. Castillo es un extremista de izquierda que ha padecido reiterados intentos de las mayorías parlamentarias, hasta ahora fallidos, por decretar su vacancia. Eso sí, le han desbaratado varias veces el gabinete, llevando al actual, no solo carente de color político sino de eficacia. Por su parte, AMLO (Andrés Manuel López Obrador) se ha dedicado a irritar a los intelectuales y políticos mexicanos que no comen de su mano. Su impopularidad a la baja no ha pasado todavía la línea roja de los mandatarios ya mencionados, pero los problemas del hermano país están hoy casi todos peor que hace tres años, al comienzo del sexenio.

¿Se están construyendo paredes y columnas torcidas en nuestro subcontinente, en el entendido de que algún día se derumbarán? La gente con frecuencia opta por elegir botafuegos y después quiere que ejerzan con aplomo y espera buenos resultados. O sea que hay pocos colectivos más desorientados que los electores latinoamericanos. Le piden peras al olmo y después se indigestan con el intragable salpicon resultante.

El aplomo debería servir sobre todo para establecer prioridades, pues a ningún mandatario o parlamento elegidos demo cráticamente les es dado tumbar las instituciones y volverlas a construir. Ni siquiera a una Constituyente. Un presidente que llega y empieza a demoler instituciones conduce a una catástrofe como la que causó Hugo Chávez en Venezuela y hoy continúa bajo Maduro.

El peor subproducto de la falta de aplomo es que a veces un caudillo elegido en democracia opta por volverse dictador. Claro, viola lo que dice la Constitución, delito que le da más o menos igual, dado que él viene montado sobre una misión “redentora” y no acepta que la división de poderes lo frene y, sobre todo, le impida quedarse décadas en el poder. Casi por definición, un dictador no necesita aplomo, así con frecuencia prescinda de la ecuanimidad y recurra al plomo. Basta con ver lo que hace Daniel Ortega. El aplomo, según eso, es una virtud democrática, transaccional, útil cuando hay pesos y contrapesos. Sería mejor que los electores no lo olvidaran mientras dan rienda suelta a las pasiones, por lo general irracionales, que surgen del fragor de una época. El tiempo pasa, sí, pero las dictaduras y la falta de aplomo no.

 

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