Cartas – Jean Maninat

Jean Maninat

Por: Jean Maninat

Tu silencio me acongoja, me preocupa y predispone, aunque sea con borrones, escríbeme, escríbeme…

 

(Escríbeme, bolero de Guillermo Castillo Bustamante, de preferencia en la versión del gran Javier Solís).

Las cartas son casi un motivo fósil, una costumbre, un hábito, una práctica que se cuela de una época a otra y convive en su atavismo con usos más “modernos”, tecnológicamente al dente,  vertiginosos en su capacidad para cambiar y dejarnos siempre un paso más atrás.

¿A quién se le ocurre escribir una carta en plena dictadura del Twitter, el Tik-Tok y la lenta decadencia de Facebook Instagram como centros de narcisismo planetario? Sin duda alguna, a los miembros de una resistencia cultural indoblegable y soldada a sus costumbres con la soldadura de los siglos: los irredentos abajo firmantes.

¡Ojo! El género epistolar en la literatura, y otras formas de expresión escrita, ha sido fundamental en la construcción de la cultura occidental, no nos engañemos. Ya el apóstol Pablo había utilizado la epístola para ordenarles las ideas a los cristianos de Corinto, algo díscolos y desnortados en cuanto a la doctrina que el magistral ideólogo venido de Tarso estaba elaborando. Hernán Cortés le escribió al emperador Carlos V las Cartas de relación describiendo la marcha de la conquista de México y sus tribulaciones, nunca fueron respondidas por el monarca.

Y qué decir de la desternillante carta de Groucho Marx a Warner Brothers en respuesta a una demanda judicial de los estudios hollywoodenses por utilizar el nombre Casablanca en su película Una noche en Casablanca, como si la compañía cinematográfica fuera dueña de la mítica ciudad marroquí por haber filmado allí el clásico homónimo que a todos nos encanta.  O de la extensa y habitualmente fastidiosa correspondencia entre tantos creadores que ocupan volúmenes y más volúmenes que pocos leen, salvo los pasajes eróticos. ¿O sí?

La sampablera que se armó con la misiva que un grupo de influyentes personalidades venezolanas le enviara al presidente Biden y a congresistas norteamericanos solicitando la modificación de la política de sanciones a Venezuela, vino a recalcar el estado de agotamiento mental y político en que se encuentra la ajada oposición rancia-radical dentro y fuera del país.

El argumento central de quienes más vehementemente denigran la iniciativa -todos los conocemos de sobra en su estrepitoso fracaso- sostiene que procurar cualquier desahogo económico para la población venezolana es hacerle el juego al Gobierno y asegurar su permanencia en el poder. Calculan que mientras peor la pasen sus compatriotas, mejor para ellos, pues abunda en el martirologio con el que fundamentan su razón de ser política, su buena conciencia y su alivio económico. Bienvenido el sufrimiento de los otros si beneficia mi condición personal.

La carta de la discordia, abogando atinadamente por revisar las sanciones, podría ser refinada, rasurada de cierto tono conminatorio, desprovista de presunciones taxativas como la de que “el 75 % de los venezolanos rechaza contundentemente las sanciones sectoriales y apenas el 10% quiere se mantengan” una precisión de bisturí láser que abruma.

En todo caso, quienes la firmaron estaban en todo su derecho a redactarla, firmarla y distribuirla. Las cartas abiertas no son de nuestra predilección pues está visto que el abajofirmantismo es un ejercicio riesgoso y una caja de PandoraPero, en fin, los abajo firmantes de esta ocasión expresan una posición creciente en la sociedad, así sea a través de un medio decimonónico y un tanto pavoso, como lo es la carta abierta.

Son tus cartas mi esperanza…escríbeme, escríbeme…

 

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