La banalidad no es sólo para una película – Andrés Cañizález

La banalidad no es sólo para una película - Andrés Cañizález
Cortesía: El Estímulo

Es una banalidad que una parte sustantiva de la discusión pública en Venezuela se concentre en el tema de un local de café, en un país donde el 95 por ciento de la población no come completo o sencillamente pasa hambre. Eso deja ver una sola cosa: la banalidad no tiene lugar solo en la película Don’t look up. La tenemos en la vida diaria del país.

Publicado en: El Estímulo

Por: Andrés Cañizález

Ha generado mucha polémica, en estos días de navidad, la película de Netflix Don’t look up (No mires arriba). Por la pléyade de estrellas de Hollywood que participan en el filme, estamos sin duda ante una producción de peso dentro de la oferta audiovisual, y de hecho figura entre sus 10 producciones más costosas.

Don’t look up retrata la banalidad que envuelve a la comunicación audiovisual masiva y a la discusión pública que transcurre por las redes sociales. Ambas dimensiones parecen retroalimentarse. Las redes dan temas para una agenda banal en los medios masivos (la vida escandalosa de las estrellas, affaires, etc.), y una vez que la industria cultural procesa mediáticamente tales tópicos, estos son devueltos a la suerte de torre de babel que son plataformas como Twitter, Instagram o Facebook.

No ahondaré en la historia del filme. En muy breve tiempo ha logrado levantar oleadas de aplausos e insultos de forma simultánea, con lo cual tiene éxito comercial garantizado. Yo mismo, no tenía mucho interés en ver la película hasta que leí un mensaje de un periodista que quiere parecer siempre sesudo, profundo, haciendo trizas a la producción de Netflix. En ese momento decidí verla.

La banalidad no tiene lugar solo en la película. La tenemos en la vida diaria de Venezuela.

Durante una semana un tema recurrente, en redes sociales y medios digitales, estuvo en torno a la apertura de un café en Caracas que usaba el símbolo de la cadena estadounidense Starbucks. Hubo esfuerzo periodístico, seguimiento casi que, en caliente, entrevistas, testimonios, búsqueda de referencias sobre la legalidad o no de esta acción. Esa fue una parte sustantiva de diversos portales, periodistas reconocidos y lo que se ha venido en catalogar de influencers.

Durante algunos días Raimundo y todo el mundo, especialmente en Twitter, devino en experto en marcas, derecho comercial o catadores de café. Como suele suceder en esta red social, una mayoría generalmente silenciosa se suma a la ola del tema de moda, para dar RT, me gusta a las opiniones que comparte o para descalificar o insultar a tuiteros con posiciones contrarias.

Por más que muchos parecían rasgarse las vestiduras durante los días más intensos del affaire Starbucks, en general lo consideré una discusión banal. Según el diccionario, calificamos de banal a aquello que carece de sustancia, es superficial o resulta insignificante.

Me pareció banal que se dedicara tanto tiempo, esfuerzo, denodado interés a un asunto que, desde todo punto de vista, en una sociedad como la nuestra, no tuvo ni tendrá repercusión en la vida de la mayoría.

Es una banalidad que una parte sustantiva de la discusión pública se concentre en el tema de un local de café, en un país donde el 95 por ciento de la población no come completo o sencillamente pasa hambre. El otro 5 por ciento de la población además de tener alimentos garantizados, está formado por quienes, gracias a tener servicios públicos más o menos constantes (electricidad, Internet), pueden estar discutiendo en redes sociales.

Venezuela, el país donde durante una semana un tema posicionado era Starbucks, es el segundo país del continente con mayor número de presos políticos, sólo superado por la dictadura cubana. Según la ONG Foro Penal existen 244 presos políticos en Venezuela hasta este 27 de diciembre.

Recientemente, la agencia de Naciones Unidas para los refugiados ACNUR estimó que cada día unos 1.000 venezolanos salen del país cada día para no volver. Unos 6,5 millones de venezolanos están fuera del país, en un éxodo que se ha acentuado a partir de 2015 y que ni siquiera la pandemia y el cierre de fronteras ha detenido. En esta navidad en cada casa del país sentimos una o varias ausencias.

Allí tenemos, quienes participamos de la discusión pública, grandes temas que nos desafían. Hablar de estos presos, hablar de los derechos humanos, no naturalizar que vivimos bajo una dictadura, hablar de los migrantes, no dar por normal la huida de millones. No es éste un tiempo para banalidades.

Uno de los días que estaba como tópico más visto y discutido el tema de Starbucks, en Venezuela, supimos del fallecimiento de otros dos niños por falta de trasplantes en el JM de los Ríos. Aunque estaba igualmente en Twitter, este tema pasó por debajo de la mesa. Así funciona la banalidad y no ocurre sólo en las películas.

 

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