Los dictadores no tienen imaginación – Karina Sainz Borgo

Karina Sainz Borgo: “No creo en las literaturas nacionales” - Rafael Osío Cabrices

Publicado en: ABC

Por: Karina Sainz Borgo

 

En la víspera del Festival Centroamérica cuenta, la Fiscalía de Daniel Ortega acusa a Sergio Ramírez por delitos de odio y menoscabo de la identidad nacional. El viejo repertorio de la satrapía, otra vez

La próxima semana está previsto que el escritor nicaragüense Sergio Ramírez converse en Madrid con el Nobel Mario Vargas Llosa para dar inicio al Festival Centroamérica Cuenta, un encuentro que busca proyectar la cultura iberoamericana y propiciar las relaciones entre creadores, y cuya víspera coincide con la acusación por delitos de odio y menoscabo de la identidad nacional de la Fiscalía de Daniel Ortega contra Sergio Ramírez.

El hecho confirma que los dictadores carecen de imaginación, tal y como aseguró el escritor en un comunicado que leyó en un vídeo compartido en redes sociales nada más conocerse la acusación de Ortega. Tiene razón el novelista: los que desprecian la ley y la democracia recurren al manoseo y la trompetería de la patria y lo soberano para cometer sus satrapías. Una historia antigua, tanto como la piedra o la rueda.

Sergio Ramírez abandonó por un tiempo su carrera literaria para incorporarse a la revolución sandinista que derrocó a la dictadura de Anastasio Somoza. Apoyó al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y formó parte de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional. En 1984 fue elegido vicepresidente de Nicaragua como compañero de fórmula de Daniel Ortega, con quien al poco tiempo se mostró crítico hasta alejarse definitivamente de aquel proyecto político e ideológico.

No pudo explicarlo mejor en ‘Adiós muchachos’, su memoria personal de una lucha política fallida: eso que llaman Revolución no es más que un sumidero para que corra la sangre de alguien más. Por eso Nicaragua -y la pervivencia de la libertad y la democracia- ha sido el hilo conductor de su obra. Cuatro años después de dejar la política, Ramírez volvió a la literatura con ‘Castigo divino’ (1988), a la que siguieron ‘Un baile de máscaras’, ‘Margarita, está linda la mar’, ‘Sombras nada más (2002), ‘Mil y una muertes’ (2005) y ‘El cielo llora por mí’ (2008), donde apareció el inspector Dolores Morales, ex guerrillero sandinista que él usará como espejo de un país que sigue alojado en su mente, y que reaparecería en ‘Ya nadie llora por mí’.

Cuando se convirtió en el primer escritor nicaragüense en recibir el premio Cervantes, en 2018, Ramírez dedicó sus palabras y el premio a los más de 300 ciudadanos asesinados en esa fecha por protestar contra Daniel Ortega y sus reformas a la fuerza, su gobierno a la fuerza, su democracia a la fuerza. Había tragedia y belleza en aquel discurso: un hombre que ha dedicado una vida entera a las palabras, las mismas que retomó cuando dejó de lado las armas.

“Cervantino y dariano”, así se definió entonces refiriéndose a Miguel de Cervantes y al poeta Rubén Darío. Su obra respira esa mezcla, la encarna. En sus libros, ensayos, poemas, relatos y novelas, Ramírez estruja la pulpa política de toda literatura que se precie de serlo. No porque las novelas que ha escrito o las que le quedan por escribir las haya creado a favor o en contra de alguien o algo, sino porque las palabras que de él se esperan siguen nutriéndose de la realidad, la misma que, en ocasiones, actúa a cerrojazos y empellones.

La literatura es la desgracia y la vida abriéndose paso, a la vez, en la historia fracturada de las naciones y las ficciones, la misma que Sergio Ramírez ha retratado en su obra. “No hay nada que pueda y deba ser más libre que la escritura, en mengua de sí misma cuando paga tributos al poder el que, cuando no es democrático, sólo quiere fidelidades incondicionales», leyó Sergio Ramírez en el paraninfo de la universidad de Alcalá de Henares.

Tres años después de aquellas palabras, Daniel Ortega mantiene el poder de una Nicaragua exhausta, a la que reprime ahorcándola sin tregua hasta dejar centenares de muertos, miles de desaparecidos, decenas de encarcelados, además de 80.000 personas exiliadas. Con esta nueva orden de encarcelación al escritor, que se suma a la ola de la revancha y persecución de sus opositores, confirma lo que ya Ramírez nos ha explicado: los dictadores no tienen imaginación y repiten sus mentiras.

Hay sociedades expuestas a la destrucción y a las que sólo queda la elipsis de la ficción como verdadera y única creación en medio de la oscuridad. Sergio Ramírez, como pocos, ha cultivado el lento y persistente acto de imaginar, como si creando el relato de un país reconstruyera al que ya no existe y sembrara la semilla del que podría ser. Es, pues, la mayor creación. La obra de un hombre libre. De eso Ortega sabe bastante poco.

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