Escritores y libros de la década prodigiosa de los años 20 del siglo XX que cambiaron la literatura – Winston Manrique Sabogal

Escritores y libros de la década prodigiosa de los años 20 del siglo XX que cambiaron la literatura - Winston Manrique Sabogal
Libros de la década de los años 20 del siglo XX. Cortesía: The Huffington Post

Publicado en: The Huffington Post

Por: Winston Manrique Sabogal

Y después del horror de la Primera Guerra Mundial, la vida se abrió paso y mostró sus diferentes rostros tradicionales y nuevos a través de su grandeza literaria en los años veinte del siglo XX con obras en diferentes idiomas cuyo fulgor, adelanto, hondura e influencia no deja de descubrir caminos a escritores y emocionar a los lectores con títulos que casi todos han escuchado más de una vez y forman parte de la biografía literaria y personal de muchas personas:

La tierra baldía, La señora Dalloway, Romancero gitano, El proceso, La montaña mágica, Ulises, Seis personajes en busca de autor, El maestro y Margarita, El gran Gatsby, Tirano banderas, Tractatus logico-philosophicus, Hay quien prefiere las ortigas, El ruido y la furia, Doña Bárbara, Nadja, El lobo estepario, La conciencia de Zeno, La vorágine, Trilce, Veinte poemas de amor y una canción desesperada, El amante de Lady Chatterley, Adiós a las armasEn busca del tiempo perdido

La década prodigiosa de la literatura fue la de los años veinte del siglo XX. Los libros publicados en este periodo cambiaron para siempre el arte de escribir y sus autores confirmaron un lugar en el canon y en el imaginario universal. Una quincena de obras fundamentales y una treintena más constituyen esa biblioteca de los años veinte creada por autores de diferentes países e idiomas.

WMagazín, con el apoyo de Endesa, empieza con esta introducción la serie Los prodigiosos años 20 del siglo XX para la literatura en la que cada semana de lo que resta de 2021 dedicará un artículo a varios libros agrupados por nombres, temas, géneros o idiomas en los que intervendrán escritores e incluirá pasajes de dichos títulos para recordar la importancia de su estilo.

Esa década prodigiosa fue la consagración definitiva de autores como Marcel Proust con la continuación de los volúmenes 3, 4, 5, 6 y 7 del memorable En busca del tiempo perdido, T. S. Eliot con La tierra baldía, James Joyce con Ulises, Thomas Mann con La montaña mágica, y Junichiro Tanizaki con Hay quien prefiere las ortigas.

Fue el esplendor creativo de escritoras como Virginia Woolf con La señora Dalloway, Al faro, Orlando y Una habitación propia; de César Vallejo con Trilce, de Walter Benjamin con Capitalismo como religión, Diario de Moscú y Las afinidades electivas, de Luigi Pirandello con Todo sea para bien, Seis personajes en busca de autor o Vestir al desnudo; de Willa Cather con Uno de los nuestros, Una dama perdida, La casa del profesor, Mi enemigo mortal y La muerte llama al arzobispo; de Ramón María del Valle Inclán con piezas como Luces de bohemia y Tirano banderas; de Herman Hesse con Siddhartha y El lobo estepario; de Eugene O’Neill con Más allá del horizonte, Anna Christie o Extraño interludio.

Fue la confirmación de nombres como André Gide con Los monederos falsos y Si la semilla no muere, de John Dos Passos con Manhattan transfer; y de Alfred Döblin con Berlín Alexanderplatz.

Y fue el debut de grandes escritores que ya se quedarían para siempre en nuestras bibliotecas como Federico García Lorca con Canciones, Poemas del cante jondo Romancero gitano;

Jorge Luis Borges con Fervor de Buenos Aires, Luna de enfrente e Inquisiciones;

Pablo Neruda con Crespusculario, Veinte poemas de amor y una canción desesperada o Residencia en la tierra;

Francis Scott Fitzgerald con A este lado del paraíso, Hermosos y malditos y El gran Gatsby;

Mijaíl Bulgákov con Morfina o El maestro y Margarita publicada en 1966;

William Faulkner con La paga de los soldados, Mosquitos, Sartoris y El ruido y la furia;

André Bretón con Campos magnéticos, Nadja y su Manifiesto surrealista;

Ernest Hemingway con Aguas primaverales, Fiesta y Adiós a las armas;

Rómulo Gallegos con Reinaldo Solar, La trepadora y Doña Barbara;

Ludwig Wittgenstein con Tractatus logico-philosophicus;

Agatha Christie con El misterioso caso de Styles, El misterioso señor Brown, Asesinato en el campo de golf, El asesinato de Roger Ackroyd;

Thomas Wolfe con El ángel que nos mira;

Aldous Huxley con Los escándalos de Crome, Danza de sátiros, Arte, amor y todo lo demás y Contrapunto.

Pero, ¿Qué tienen estos escritores y estas novelas, poemarios, ensayos, obras de teatro y cuentos que los hacen tan trascendentales? ¿Por qué en ese momento de la Historia? ¿Por qué esa milagrosa coincidencia de nombres hoy indiscutibles?

Todo sucedió después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) cuando la percepción sobre la vida, el vivir y la muerte cambió para siempre y ya nunca nada fue igual: la política y sus gobernantes mostraron su lado más terrorífico con la conflagración bélica, se aceleró el cambio de la era de la industrialización, se jubiló el sistema social y burgués reinante, el triunfo de los bolcheviques en la antigua Unión Soviética (1917) impuso el comunismo, el mundo renació con la proliferación de la modernidad cotidiana de los autos, los aviones, los teléfonos, el cine; la muerte de Dios proclamada por Nietzsche a finales del siglo XIX siguió su evangelización, el existencialismo afianzó sus pasos, la idea del Yo y lo individual siguieron sus conquistas, el legado de Freud y Jung se expandió, la mujer empezó su liberación, la idea de felicidad cambió y se vendió al alcance de todos, las vanguardias en el arte diversificaron sus rutas, la cultura como entretenimiento e industria apuntaló sus grandes pilares…

Con todo eso, y otros elementos, hubo más conciencia que nunca de que la vida es corta. Vida y muerte, tristeza y felicidad, razón y sentimientos y todos los binomios en tensión empezaron a convivir en una oscilación mientras el horizonte de la existencia se amplió y con él las luces y sombras de la condición humana quedaron expuestas a los creadores para ser vistas y analizadas desde la innovación de múltiples formas y fondos literarios. La ruptura fue total.

Como en el asomo que condensa la tradición y se adentra en el futuro literario que escribiera T. S. Eliot desde el comienzo de ese monumento que es La tierra baldía:

Abril es el mes más cruel: engendra
lilas de la tierra muerta, mezcla
recuerdos y anhelos, despierta
inertes raíces con lluvias primaverales.
El invierno nos mantuvo cálidos, cubriendo
la tierra con nieve olvidadiza, nutriendo
una pequeña vida con tubérculos secos.
Nos sorprendió el verano, precipitóse sobre el Starnbergersee
con un chubasco, nos detuvimos bajo los pórticos,
y luego, bajo el sol, seguimos dentro de Hofgarten,
y tomamos café y charlamos durante una hora.
Bin gar keine Russin, stamm’aus Litauen, echt deutsch.
Y cuando éramos niños, de visita en casa del archiduque,
mi primo, él me sacó en trineo.
Y yo tenía miedo. Él me dijo: Marie,
Marie, agárrate fuerte. Y cuesta abajo nos lanzamos.
Uno se siente libre, allí en las montañas.
Leo, casi toda la noche, y en invierno me marcho al Sur.

 

 

Este artículo se publicó originalmente en la web de WMagazín, la revista literaria online dirigida por el periodista Winston Manrique Sabogal, un espacio para conversar con sosiego sobre literatura, donde él es cronista de encuentros, reportajes y entrevistas a ambos lados del Atlántico, y los lectores son los coautores, con sus lecturas y comentarios

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