Publicado en: El Nacional
Por: Fernando Rodríguez
Una verdad con muy pocos matices es que si la oposición –sin contar meseros y alacranes- no va unida a las eventuales elecciones que se asoman en el horizonte cercano va a cometer uno de sus errores más garrafales, que la alejarán no se sabe cuánto de la democracia perdida hace ya tanto. Y mira que no son pocos sus desatinos del pasado. En el denso silencio que nos envuelve y las enredadas madejas que oculta, en el país y en medio mundo, yo diría que pareciera que aún el camino recto es posible, lo que no es poco. Lo que sí parece breve es el tiempo de las decisiones irrevocables y amenazantes los abismos de los pasos perdidos.
Pero algo más más sencillo de trazar es al menos un mapa muy genérico de un factible sendero a tomar. Uno que parece racional y podría ser decisivo, la llave de los campos, la libertad. Compatibilizar las elecciones regionales de noviembre con un organigrama aceptable del conjunto general electoral. Lo que quiere decir precisamente que el segundo evento comicial debería ser el presidencial –y eventualmente legislativo- y para ello hay una inequívoca formulación constitucional, solo violable con trampas hamponiles, cuyo desconocimiento debería romper cualquier diálogo razonable, invendible a la opinión extranjera, que es el referéndum-revocatorio del año siguiente. Obsequio del comandante eterno, cuando pensaba que era imposible que su causa bolivariana perdiera una justa electoral en las centurias siguientes y para lucir su tramposo y aberrante espíritu libertario.
Pero, por supuesto, hay un enorme obstáculo y es que el presidente Maduro acepte exponer su cargo tan mafiosamente adquirido, antes de su culminación el año 25 –y quién sabe si hasta el fin de sus días-. Asunto que se ha sembrado en la creencia de vastos sectores populares que simplemente dicen: ese tipo no se va, tiene las armas a su servicio de un ejército domesticado a la cubana y le importan un bledo los crecientes y abismales sufrimientos del país, sus migrantes, sus hambrientos, las víctimas de la pandemia, la educación tarada…en tanto que él y su reducido círculo gocen del poder.
¿Pero qué principio impide que alguna vez se gane la batalla decisiva? Claro que los pueblos suelen equivocarse y mucho, ¿no eligieron a Chávez y a Maduro para su suplicio? Pero, lógicamente, pueden acertar, lo han hecho y lo seguirán haciendo. Y hay más de un buen indicio para intentarlo. Guaidó ha dicho, a media voz es verdad, que el orden del mantra puede ser alterado y Capriles se ha sumado al diálogo noruego propuesto por este y que Maduro dice aceptar, por hablar de los líderes. E incluso las regionales pudiesen resultar una reactivación de la energía y la indignación popular, por ende del voto. Y un triunfo apabullante en ese primer episodio sería vital para el segundo y definitivo combate.
De no ser así lo más probable es que la división se consume en el seno del movimiento opositor. Que haya alta abstención, que los amigos de ayer se saboteen, que el gobierno pueda utilizar todos los trucos en que es tan ducho, y aunque necesariamente no sea ganador, habría espacio más que suficiente para poder comerciar muchas de sus tracalerías y miserias.
Una parte de la oposición seguirá haciendo “política”, es decir cediendo paulatinamente. Cediendo hasta por necesidad porque el país no aguanta unos años adicionales de autodestrucción. Y la cercanía crea perdones y hasta afinidades, claudicaciones y bajezas.
Los duros, los abstencionistas, los justos, los internacionalistas, incluso mayoritarios, seguirán su aislamiento, sometidos al martirio por los uniformados y sicarios, condenados a las amarguras y al aislamiento.
Hay que unirse. Y endurecerse. Pronto.
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