Publicado en: ABC Internacional
Por: David Smolansky
La crisis de migrantes y refugiados venezolana alcanzó la dramática cifra de 5.6 millones de personas. El legado de Hugo Chávez y Nicolás Maduro ha sido náufragos y caminantes. El flujo de desterrados más grande del continente no ha sido causado por una catástrofe natural ni una guerra convencional, sino por una tiranía responsable del hambre, miseria, violencia y crímenes de lesa humanidad. Los venezolanos en Colombia representan la cuarta ciudad más grande de ese país y Lima es la ciudad con más venezolanos fuera de Venezuela, con más de 800.000 personas. El total de los desplazados venezolanos en todo el mundo supera la población de países como Noruega, Irlanda, Costa Rica o Nueva Zelanda. De hecho, el 15% de la población de las islas de Aruba y Curaçao que conforman el Reino de los Países Bajos, es venezolana. Y el 80% de las mujeres que están dando a luz en el Hospital Erasmo Meoz de Cúcuta son venezolanas, mientras que el 70% de las que dan a luz en el principal hospital de Boavista, Brasil, también son desterradas. Las estadísticas de este deslave humano podrían ser infinitas en cuanto a su impacto y dimensión, pero quedarse solo en datos y cifras sería muy frío para este flujo migratorio que proyecta ser en unos meses el más grande del planeta.
¿Qué tanto te tiene que arder el estómago del hambre para lanzarte al agua en busca de comida? ¿Qué tan colapsado tiene que estar el sistema de salud público para que cientos de miles de madres vayan a parir a otros territorios? ¿Qué tanto habrán torturado y reprimido a jóvenes y estudiantes para que con una mochila decidan caminar todo un contienente desprendiéndose de sus padres? Es el horror que se vive hoy en Venezuela. Según la Declaración de Cartagena, un refugiado es aquel que huye de su país por alteración del orden público, violencia generalizada, violación a los derechos humanos y agresión extranjera. Todas éstas, incluida la agresión extranjera (hay al menos 20.000 cubanos en Venezuela), aplican para quienes huyen de Maduro. Los venezolanos necesitan protección. Merecen oportunidades para estudiar, emprender y trabajar. Se les debe garantizar sus derechos, como el acceso a la salud, más aún en tiempos de pandemia. Integrar a los refugiados venezolanos no solo les beneficiaría a ellos, sino también al país receptor, ya que su economía se vería impactada positivamente, como estudios del Banco Mundial lo han reflejado, lo que no es un tema menor por la recesión que viven muchos países a raíz del Coronavirus.
Precisamente la semana pasada hubo una Conferencia Internacional de donantes para dar respuesta a la crisis de refugiados venezolana. Se logró recaudar 1.500 millones de dólares entre cooperación para 2021, más préstamos y créditos en el mediano plazo. Una estimación que hemos hecho en el Grupo de Trabajo de la OEA es que vacunar a los venezolanos contra el Covid en América Latina y el Caribe costaría 165 millones de dólares, apenas 11% de lo recaudado. Es decir, no debería haber excusa para inmunizarlos sin discriminación por su nacionalidad ni estatus migratorio. Además, los importantes procesos de regularización que implementan países como Colombia, Perú, Brasil o República Dominicana podrían agilizarse después de la conferencia y replicarse en la región. Así como también es imperativo un mayor esfuerzo para erradicar la xenofobia donde todas las autoridades, desde las locales hasta las nacionales, promuevan políticas que eviten agresiones, insultos u ofensas hacia estas personas.
La prolongación del régimen ilegítimo ha hecho que Venezuela pasara de ser una nación receptora de inmigrantes a una exportadora de refugiados. Durante la segunda mitad del siglo XX, se estima que cerca de 4 millones de inmigrantes encontraron en Venezuela una nuevo hogar donde estudiaron, trabajaron e hicieron familia. Un país que siempre les abrió las puertas a europeos que huyeron de la Segunda Guerra Mundial o el comunismo y a latinoamericanos y caribeños que huyeron de dictaduras y conflictos armados. Ahora son los venezolanos que necesitan un nuevo hogar sin que el mundo olvide que la única solución para frenar este monumental flujo migratorio es restableciendo un sistema democrático, con plenas libertades, Estado de derecho y seguridad.