Por: Jean Maninat
Alguna vez los sandinistas fueron un grupo de jóvenes, aguerridos pero alegres, que habían logrado capturar la simpatía mundial y revivido la saga cubana con verde oliva incluido. Eran nueve los comandantes representando tendencias, matices ideológicos o apetitos personales que se mantenían a raya mutuamente para impedir el surgimiento de un caudillo omnipotente tipo Fidel el que asome la cabeza plomo con él. En el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) convivían marxistas-leninistas, prosoviéticos vía la Habana y maoístas preparados para la lucha popular y prolongada, socialdemócratas y valedores de la teología de la liberación, unidos por el empeño de poner fin a la dictadura dinástica de los Somoza representada por el tercero y último de los dictadores de esa estirpe, Anastasio.
Entre el grupo de comandantes y dirigentes civiles descollaba uno, con el aire de intelectual que suelen otorgar los lentes, una sonrisa franca y generosa, y cierto aspecto campechano que contrastaba con la pretendida solemnidad de los otros dirigentes revolucionarios. Sin querer queriendo se convirtió en el rostro amable de la Revolución Sandinista: Daniel Ortega.
Primus inter pares, logró surfear sobre las tendencias civiles y militares, le correspondió coordinar la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional junto -entre otros- a Sergio Ramírez. Es candidato por el FSLN en las elecciones presidenciales de noviembre de 1984, y las gana sobradamente. Luego de un gobierno traumático se realizan elecciones generales en febrero de 1990, el FSLN pierde con Ortega de candidato, gana Violeta Chamorro y contra todo pronóstico el FSLN reconoce la victoria y entrega el gobierno como si de Suecia se tratase. Hasta aquí un parcours bastante decente a pesar de la llamada piñata sandinista.
¿En qué momento un joven e idealista revolucionario se convierte en un déspota cruel, en cabeza de una dinastía afianzada a sangre y fuego el poder? ¿En qué momento se transforma en Somoza, cuáles son los resortes psicológicos que lo transforman en un personaje torvo, paseando paranoico en dupla con su mujer por palacio? Aislado en su miedo ha descabezado a sus antiguos compañeros de lucha y la sangre insomne de sus víctimas no se lava de las manos.
Ahora ha arremetido en contra de la candidata opositora Cristiana Chamorro y otros opositores con el pretexto de una recién aprobada Ley de Defensa de los Derechos del Pueblo a la Independencia, la Soberanía y Autodeterminación para la Paz, un esperpento jurídico para cazar y detener opositores con vista a las elecciones presidenciales de noviembre. La Iglesia y el empresariado que una vez lo apoyó porque garantizaba la seguridad ciudadana o el derecho a la vida, deben mirar aterrados al tirano que una vez los embrujó.
No hay bosque de Birnam que lo aceche en Managua, tan solo volcanes por ahora callados. Pero Macbeth no duerme tranquilo.
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