El futuro, ¿el futuro? – Fernando Rodríguez

El futuro, ¿el futuro? - Fernando Rodríguez
Cortesía: El Nacional

Publicado en: El Nacional

Por: Fernando Rodríguez

A Héctor Silva Michelena, por la amistad de toda la vida

El futuro como se sabe es el campo de lo posible, de la fortuna o del infortunio entonces. Podría morir de un infarto mañana o consumar una pasión amorosa. Es por esa incertidumbre que es una de las fuentes del miedo y la angustia, sin contar que siempre las películas vitales terminan mal, en la vejez a veces y en la muerte siempre. De allí que los espíritus más estoicos recomiendan vivir en el presente, carpe diem. En el pasado, que ha dejado de existir, solo podemos encerrarnos en una existencia muy degradada como aquella del coronel a quien ya nadie le escribía en la muy bella novela de García Márquez. No obstante, y más allá de este simplificado calendario metafísico, hay que conceder que necesitamos afrontar el futuro porque todo proyecto existencial necesita una dirección, un orden, una finalidad. Como dicen los posmodernos un relato, y mejor un gran relato capaz de dotar de sentido a todas nuestras escogencias, personales o colectivas. La religión por ejemplo o las filosofías de la historia, al menos sentimientos o valores privilegiados que nos motivan, muy egregios o muy perversos.

Si ya no hay grandes relatos, solo el económico-tecnológico que nos arrastra, y en la medida que se multiplica su poder y refinamiento, el conocimiento y manejo de nuestro cerebro, sobre todo, pudiese trasladarnos a ámbitos impensables hoy. Donde podrían estar en juego algunas características esenciales de lo humano.

Pero bueno, sin ir tan lejos, el futuro planetario más inmediato no parece nada halagador. En las democracias avanzadas y no hace poco serenas y prósperas, ayer los Estados Unidos de Trump o Francia, ahora Holanda, se queman automóviles y automercados en sus grandes ciudades o la vena fascista crece y crece en Polonia o Hungría o en partidos en Alemania o España, por ejemplo. Y las guerras internas y entre vecinos se multiplican en África. Y Siria o Yemen o Afganistán o Libia no pueden cerrar sus heridas sangrantes. En América Latina, Venezuela o Nicaragua son nuevos actores de las más viejas tradiciones de dictaduras bananeras hamponiles. O la triunfadora Chile se llena de violencia y el pujante Perú de sucesivos primeros mandatarios corruptos y el virus lo devora. Brasil, no ha tanto entre las diez grandes economías del mundo, la gobierna un descendiente del nazismo. Y otras muchas tragedias y calamidades. Esto podría implicar, lo que dice Harari, el filósofo de moda, la muerte del liberalismo, el último y frágil gran discurso que parecía el único refugio ideológico después de la caída estrepitosa y sorpresiva del comunismo mundial. Lo cual ha dejado un mundo sin norte, sin ideologías, sin saber adónde va, adónde lo llevan fuerzas autonomizadas

A esto hay que sumarle la destrucción económica que dejarán esos enemigos microscópicos y terribles virales que azotan todo el planeta y que todavía no logramos derrotar, a pesar de las vacunas. Esa demolición no ha hecho sino aumentar las desigualdades sociales y entre países y presagia para el planeta de los pobres años de horror que se sumarán a lo que ya padece. La guerra por las vacunas y la postergación del tercer mundo muestra el rostro siniestro de la sociedad del consumo y la felicidad de la psicología positiva.

Por último, nosotros, Venezuela. Somos un andrajo de país, literalmente no tenemos instituciones, se pregunta uno si podremos sobrevivir en ese mundo futuro, algunos de cuyos trazos mayores hemos tratado de mostrar. No creo que ya muchos crean que basta salir de los sátrapas que nos gobiernan para encontrar los senderos de la prosperidad y la paz social. El petróleo va camino de la sepultura producto de la lucha contra el cambio climático. Hemos perdido un espacio poblacional básico para el trabajo productivo con las migraciones. No creo que seamos un paraje demasiado atractivo para inversionistas foráneos. De la industria local no quedan sino algunas ruinas. Reinventar la estructura educacional costará años y grandes hazañas. No tenemos dólares para importar lo que no producimos. Los servicios públicos básicos agonizan desde hace tiempo. Será una dura tarea en medio de un orbe traumatizado por las desgarraduras de la pandemia y la desarticulación social. Es un gigantesco reto, un alucinante y aterrante reto pensar en el futuro. Pero vamos a hacerlo, entre otras cosas porque solo las minorías destructoras pueden desear este siniestro presente.

 

 

 

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