Pinta raro el 2021. Más allá del lenguaje empalagoso con el que algunos pretenden inyectarnos esperanza, el año pinta difícil y enrevesado. Con aumento de lo malo y con muchas dificultades para la mejoría de nuestros males. Y confuso, muy confuso.
Los economistas nos dirán que la inversión a borbotones que vamos a observar va a provenir de dineros “de dudosa procedencia” (eufemismo que define a esos miles de millones que nos fueron robados) pero nos apuntarán que esas inversiones son “necesarias” para sacarnos de estas arenas movedizas. Que hay que bien venirlas pues sin ellas no hay paraíso. Nos dirán que esos capitales permitirán que los servicios públicos y privados mejoren y que entonces el aparato productivo tendrá menos obstáculos y podrá arrancar. Nos anunciarán también que el dólar seguirá rumbo arriba y que eso le viene de perlas al régimen, que es el único que opera en bolívares.
Cualquier politólogo con dos dedos de frente nos explicará, sin frases churriguerescas, que absorber las alcaldías (nuevo plan del abigeato político del régimen) no soluciona problemas operativos de los vecinos y que este nuevo espelucamiento no es sino una jugarreta de poder político. Sirve para irritar.
Los sociólogos nos dirán que la migración aumentará. Que para fines de este se habrán ido unos 2 millones más. Y nos explicarán cómo eso es un tremendo dolor de cabeza para los países receptores, sobre todo para Colombia, que no puede rechazar a los migrantes porque muchos de ellos tienen derechos civiles y políticos que no se pueden despachar así nomás, por mucha xenofobia que escupa doña Claudia. Y el asunto no es dato menor considerando que en 2022 hay elecciones presidenciales en Colombia. Como quien dice, a la vuelta de la esquina. Y esos votos valen.
Muchos analistas nos van a explicar, algunos por fortuna en lenguaje comprensible y sin cursis citas en otros idiomas, que sin embargo, aunque por la gritamentazón el régimen no parezca proclive a ella, la negociación entre los apoltronados en Miraflores y cuarteles y la oposición (la de verdad) va a ocurrir. Que no hay de otra. De hecho, está en antesala. Y en este caso nadie será triunfador. Nadie cantará victoria. Y eso hará que las posibilidades de acuerdo aumenten.
Algunos consultores nos anunciarán que los liderazgos cambiarán. Que algunos sobrevivirán pero otros caerán con callos y todo por el barranco, previo ser carcomidos por las hordas. Y vaticinarán que aparecerán nuevos actores, tanto en un bando como en otro.
Alguien declarará que sin los militares, sin Cuba, sin la Unión Europea y sin los países de América Latina, no hay acuerdo posible. Y a pesar de correr el riesgo de ser acribillados en las redes, algunos puntualizarán una verdad difícil de tragar: que cuando se está en una situación tan grave, ningún bando tiene “irrenunciables”, porque ambos necesitan sobrevivir.
¿Qué puede estar al final de este año? Quizás un gobierno transitorio, mixto, medio extraño y que en realidad guste a pocos, con inversión privada pero manteniendo la propiedad del estado. Sí, con muchas cosas a media luz y con muchas más a medias. Y con muchos y variados atajaperros.
Los extremistas de uno y otro bando terminarán desactivados. Este país ya no tiene los recursos que tuvo en abundancia en el siglo XX y ya no hay cómo creer en pajaritos preñados volando en retroceso. El país ya no tiene cómo ni con qué apalancar fantasías. Muchos países que no tienen recursos naturales saben trabajar sin recursos. Nosotros no. Pero lo aprenderemos. Maestra vida.
La menguada clase media venezolana sufre todavía de delirios de grandeza. Pero a punta de coger más palos que gata ladrona agarrará mínimo y entenderá que tiene que dejar de mirarse el ombligo.
Tenemos que vernos a nosotros mismos como un país pequeño, un bueno, pujante, progresista. Que dé pasos pequeños pero seguros, que abandone la visión de héroes, gestas, batallas y la cambie por ese aburrido asunto de la rutina. Menos altibajos. Con buenas aspiraciones pero sin delirios de grandeza.
Los nuevos jóvenes lo tienen clarito. Me refiero al país que será, al país que quieren que sea para ellos, para sus hijos y sus nietos. Incluso los jóvenes de la Revolución. Un país pequeño, multiproductivo, con un estado eficiente, con equidad social. Si sentáramos en una mesa a Guaidó y a Héctor Rodríguez nos sorprendería la cantidad de cosas en las que coinciden. Cuando se quitan las etiquetas babosas y se deja de hablar para los titulares, ajá, ahí surge el encuentro que deshace el desencuentro. Pero tienen correas que los restringen. Porque cada uno depende de apoyos. Si patean a sus respectivos apoyos, pierden. Todavía hay mucho vetusto en ambos bandos.
Esa nueva Venezuela la lideran los jóvenes. Hay que escuchar a los jóvenes metidos en política, a eso que tienen menos 50 años. Esos son los constructores.
Los políticos construyen la infraestructura para que la sociedad pueda producir. La carrera más importante en Japón es la educación. Y la segunda más importante es la política.
El mayor error de la oposición en Venezuela no ha sido los traspiés que ha dado; ha sido el comunicar más los horrores del régimen y no enfocarse en vender su propuesta, que la tiene, estructurada y escrita. Cualquiera sabe más de los horrores que dice y hace el régimen que de la propuesta de la oposición. Y eso es un disparate.
Hay que comportarse como alternativa, no como oposición. El ser “anti” sirve un rato, unos meses. Luego hay que conquistar.
En Venezuela a la oposición le va a caer la locha; va a entender que no sirve ser oposición, sirve ser la alternativa. Y para ello tiene que conquistar más o menos unos 3.3 millones de venezolanos que no están con el régimen pero que no apoyan a la oposición.
La señora Venezuela si no le gusta un marido y tampoco le gusta el otro, va a buscar un tercer marido.
En fin, año difícil. Sí. Pero, sobreviviremos.
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