Los niños sin tumba – Federico Vegas

Los niños sin tumba - Federico Vegas
Cortesía: La Gran Aldea

En aquel discurso inaugural de 1999, Chávez contó de niños que no tenían tumbas que limpiar. Hoy tenemos niños que no tienen tumbas donde descansar. Mientras los soberanos de la fosa y el laberinto nos miran como a pájaros o peces que están por devorar, hay niños que flotan inertes en el mar Caribe, a donde llegaron aturdidos y hambrientos. En un país tan enfermo como el nuestro preferimos la prognosis a la diagnosis. ¿Quién no prefiere la ilusión de un pronóstico a la masoquista derrota de un diagnóstico? En ambos casos conviene tener claro qué significa estar enfermo.

Publicado en: La Gran Aldea

Por: Federico Vegas

Max Brod coleccionaba detalles sobre la vida de Kafka, incluyendo hechos que ocurrían en la oficina de patentes donde Franz trabajaba, escenas de su vida en familia, secretos sobre sus tensas relaciones amorosas, como el romance con Felice Bauer que extendió a lo largo de setecientas cartas hasta lograr confesarle cuánto no la amaba.

Uno de esos dramas comienza cuando Kafka decide ser vegetariano. En esos días de fanática iniciación visita con una amiga el acuario de Berlín y, para horror de la dama, comienza a hablarles a los peces frente a una vitrina iluminada como si fueran viejos amigos:

-Ahora sí puedo mirarlos a los ojos con tranquilidad. Ya no me les comeré más.

Leyendo estas líneas recordé cuando trabajaba de dibujante en la torre de oficinas de un centro comercial. Me encantaba durante la hora del café bajar a una tienda de animales donde acariciaba cachorros con miradas de huérfanos buscando hogar. Una tarde presencié a un tipo muy alto y  serio que discutía con el dueño:

-¡Pero eso no puede ser! -gritó con cierta prepotencia.

-Pues así es -insistió el dueño de la tienda-, todas las tardes les doy su agua. La pongo en este recipiente y apenas lo ven se acercan.

-¿Y toman únicamente de esa agua?

-Sí, y con muchas ganas.

-¿Usted podría darme una demostración?

El dueño lleno el cuenco de peltre y se dispuso a abrir la jaula de los canarios, entonces exclamó el visitante como si le hubieran hecho trampa:

-¡Ah! ¡Es a los pajaritos! Creí que le daba de beber a los pececitos.

Desde ese día comencé a ver con otros ojos a las jaulas y las peceras, tan iguales, tan distintas. ¿Quiénes serán más felices o menos desgraciados, los que extrañan la inmensidad del cielo o la del mar?

Nunca pensé que mi mundo comenzaría a reducirse en la dimensión más sencilla y amada, la de mi ciudad y la de un país que he recorrido obsesivamente. Hoy vivo bajo el peso de cuánto me cuesta volver a lugares que eran tan míos como la piel de mi cuerpo. Estoy sometido a una asfixiante atmósfera donde se asientan mi pesimismo y falta de esperanza. Siento que actúo en el escenario de una derrota que amenaza con extenderse al resto de los años que me quedan por vivir.

Nuestra condición es cada vez más precaria. La sensación de pérdida y encierro la relaciono más que con el aire, con un agua que se va quedando sin oxigeno y sin agallas que lo aprovechen. Es tan evidente que la dictadura nos está matando de hambre física y espiritual, castigando especialmente a los más débiles.

Ahora les ha dado por perseguir a la institución “Alimenta la Solidaridad”, dedicada a ofrecer diariamente un almuerzo balanceado para 25.000 niños en hogares de sus propias comunidades. La labor es amplia: Organizan a agricultores que traen sus legumbres frescas a Caracas y a madres que cocinan en la propia sala de sus casas, mientras se van convirtiendo en profesionales de las artes culinarias y los principios de la nutrición.

Frente a la escala del problema el aporte es modesto en cantidad, pero cualitativamente la propuesta es formidable al rescatar e instrumentar el recurso que más necesitamos: Una solidaridad que entiende a la pobreza como punto de partida hacia la superación en base a las cualidades y el potencial de sus propios protagonistas.

Debo insistir en que la antítesis de esta iniciativa son las bolsas CLAP, las cuales nada tienen que ver con los productores venezolanos. Ni enseñan ni promueven una alimentación saludable. Intente encontrar una zanahoria o una fruta en una de esas bolsas. La mentalidad tras las bolsas CLAP considera a la pobreza como una fase terminal e irrecuperable. A la larga, a quien realmente benefician es a las mafias que las manejan. Equivalen a alpiste para el pájaro o esas substancias que espolvorean en el agua de las peceras.

Para dar otro ejemplo, ayer en los titulares de prensa volvió a ser noticia que la dictadura se opone a que la ONU, con su “Programa Mundial de Alimentos”, ayude a enfrentar la desnutrición de más de nueve millones de venezolanos. El ministro de Relaciones Exteriores, Jorge Arreaza, con su usual adormilada frialdad, declaró que se niegan a recibir ayuda de quien no reconozca la soberanía de Venezuela. Arreaza es incapaz de entender que la principal y fundamental soberanía es la alimentaria, no la del control de quienes comen y quiénes no.

“Nuestra condición es cada vez más precaria. La sensación de pérdida y encierro la relaciono más que con el aire, con un agua que se va quedando sin oxigeno”

A las enfermedades les toma tiempo revelar su verdadera naturaleza. Un leve dolor de barriga o de cabeza es un síntoma que puede tener varias causas. A medida que el dolor aumenta se va haciendo cada vez más factible ofrecer un diagnóstico. La muerte comprueba que diagnosticar resulta más fácil mientras más grave es la enfermedad.

En un país tan enfermo como el nuestro preferimos la prognosis a la diagnosis. ¿Quién no prefiere la ilusión de un pronóstico a la masoquista derrota de un diagnóstico? En ambos casos conviene tener claro qué significa estar enfermo. El diccionario define “enfermedad” como una “alteración leve o grave del funcionamiento normal de un organismo o de alguna de sus partes, debido a una causa interna o externa que es difícil de combatir o eliminar”.

Ya quitaría ese exceso de opciones y me quedaría con “alteración del funcionamiento normal de un organismo”. Ante la enfermedad de una nación conviene tener una visión integral de la levedad y la gravedad, las partes y el todo, las causas y las consecuencias, lo externo y lo interno, lo fácil y lo difícil, el combatir y el eliminar.

Más que la definición me atrae la etimología, que en este caso es elocuente: Enfermedad viene de infirmitas: “Falta de firmeza”. ¿De dónde proviene y a qué se refiere esta firmeza? Si continuamos en la onda del latín vemos que firmus tiene que ver con “bien asentado y sujeto”, y hurgando un poco más llegamos a “soportar”, “sostener”.

Tiene sentido. Las enfermedades suelen ser consecuencias o manifestaciones de algo que no soportamos, algo insostenible y a veces inexplicable. Para ser más específicos: El país está enfermo porque no soporta a unos dictadores que pretenden controlar y aprovechar la enfermedad que ellos mismos han generado.

El 2 de febrero de 1999, Chávez inició su presidencia jurando sobre una Constitución a la que calificó de moribunda, sin imaginar la extensa e insondable agonía que su gesta iba a profundizar. En su primer discurso en el Congreso, cada una de las frases con que describe a la Venezuela de hace dos décadas, palidece ante el desastre que han multiplicado él y sus herederos:

Es una necesidad imperiosa para todos los venezolanos buscar en las raíces de nuestra propia existencia, la fórmula para salir de este laberinto terrible en que estamos todos”.

Cuando revisamos nuestra historia reciente, Venezuela bien pudiera estudiarse como un caso y sacar experiencias de aquí. Somos un ejemplo de lo que no debe ocurrir más nunca, ¡Jamás! ¡Nunca jamás!”.

Nuestra Patria hoy está herida en el corazón, nosotros estamos en una especie de fosa humana. Por todas partes hay niños hambrientos. Uno llora cuando consigue los niños limpiando las tumbas de los cementerios, porque de eso viven, como vi en Barinas el 2 de enero cuando fui al cementerio a ponerle una corona a mi abuela Rosa Inés y salieron unos niños a decirme: «Chávez, no hay tumbas para limpiar, tenemos hambre»”.

La frase con que Chávez inicio ese discurso es de Simón Bolívar: «Dichoso el ciudadano que bajo el escudo de las armas de su mando convoca a la soberanía nacional para que ejerza su voluntad absoluta». Veinte años después se hace dolorosamente evidente que son las palabras de un militar. Quien en 1999 estaba convocando la soberanía nacional no lo hacía bajo el escudo de las armas de su mando, sino elegido por el voto popular.

Ese mismo Chávez cuenta que ha estado repitiendo esa frase durante toda su campaña, y uno se pregunta: “¿Desde cuándo la estaría repitiendo?”. Yo creo que desde que dio un golpe a la democracia en 1992. De haber triunfado, la frase habría tenido algún sentido.

De hecho, cuando Bolívar inicia su discurso con esa misma frase ante el Congreso de Angostura de 1819, es un dictador que viene de hacer una campaña militar triunfante y va a entregar su cargo. Él es ese dichoso ciudadano que bajo el escudo de las armas de su mando convocaba la soberanía nacional:

Cuando cumplo con este dulce deber, me libero de la inmensa autoridad que me agobia, como de la responsabilidad ilimitada que pesaba sobre mis débiles fuerzas. Solamente una necesidad forzosa, unida a la voluntad imperiosa del pueblo, me habría sometido al terrible y peligroso cargo de Dictador Jefe Supremo de la República.

Hay una inmensa diferencia entre el Bolívar que viene de ser un dictador y el Chávez que comenzará a serlo. Chávez mismo proclamó hasta el cansancio que gobernaría hasta el 2021. Ojalá en esto tenga razón y terminé lo que no debe ocurrir más nunca, jamás.

Lo ocurrido en estas décadas ha sido tan trágico que pareciéramos ir hacia el horror de donde Bolívar venía. Él nos describe lo que había vivido la República antes de 1819 y no debía repetirse, pero lo estamos reviviendo dos siglos después:

Ya respiro devolviéndoos esta autoridad, que con tanto riesgo, dificultad y pena he logrado mantener en medio de las tribulaciones más horrorosas que pueden afligir a un cuerpo social. No ha sido la época de la República, que he presidido, una nueva tempestad política, ni una guerra sangrienta, ni una anarquía popular, ha sido, sí, el desarrollo de todos los elementos desorganizadores: Ha sido la inundación de un torrente infernal que ha sumergido la tierra de Venezuela.

Acabamos de conocer otra desgracia más en esa inundación de un torrente infernal. En ese discurso inaugural de 1999, Chávez cuenta de niños que no tenían tumbas que limpiar. Hoy tenemos niños que no tienen tumbas donde descansar. Mientras los soberanos de la fosa y el laberinto nos miran como a pájaros o peces que están por devorar, hay niños que flotan inertes en el mar Caribe, a donde llegaron aturdidos y hambrientos.

 

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