Publicado en: Prodavinci
Por: Mari Montes
―¡Venezuela era un país donde los sueños se hacían realidad!
Nicolás Pereira soltó esa frase con la convicción de tener su vida como prueba.
El primer sueño lo tuvieron sus padres, Elba y José, cuando decidieron huir de la dictadura militar que se instauró en Uruguay. Ella estudiaba derecho y había salido a protestar. Él era contador con una buena posición en un banco, pero la situación política los hizo salir a buscar un mejor futuro para sus hijos, Nicolás y Valentina. Hicieron sus maletas y partieron rumbo a Venezuela.
La descripción que hace Nicolás de ese país al que llegó la familia Pereira es tan brillante como la luz de aquella Caracas que los recibió, al pie de El Ávila.
―Yo tenía 3 años en 1973. Llegamos a una Venezuela pujante, a un país con muchas oportunidades. Siempre tuve gran curiosidad, y he tenido la oportunidad de conversarlo con mis padres, ya de mayor, por saber cómo fue el proceso y cómo fueron las decisiones, muchas de ellas forzadas por necesidad y también por ser inmigrantes. Veníamos de un pueblo, Salto, en Uruguay. Yo era un niño muy pequeño, pero El Ávila siempre fue muy importante para nosotros. Recuerdo que en todos los lugares donde vivimos era importante tener vista a esa montaña. Para mi papá siempre fue algo que le causó gran placer y algo que, hasta el sol de hoy, ha sido una marca en mi vida. Cuando pudimos, nos mudamos al pie de El Ávila. Yendo al Club Altamira, que tiene una de las vistas más privilegiadas que hay en Caracas, se reafirmó eso. Para mí fue muy importante, porque fue un cambio radical. Recuerdo que en el avión de Montevideo a Caracas un señor me estaba intentando enseñar a silbar. Venezuela fue un cambio que marcó mi vida, llegar a un país con todas las posibilidades que me dio, que me abrió las puertas y donde encontré todos los apoyos que me han traído a esta silla donde estoy sentado hoy.
Desde hace más de 20 años, Nicolás Pereira es comentarista de tenis, staff de ESPN para Latinoamérica y el primer latino en Tenis Channel. Es el único comentarista que transmite en tres idiomas. Lo ocurrido en ese trayecto que lo ha mantenido en el deporte que tanto ama fue el tema de nuestra conversación.
Su historia como inmigrante lo ha hecho reflexionar en estos días.
―Ha sido algo que me ha dado mucho que pensar, porque mis padres nunca habían ido a Venezuela, son gente de 5 o 6 generaciones en un mismo pueblo, Salto. Llegar a aquel país, que en ese momento era el país con mayor progreso económico en el mundo entero, sin yo saberlo, obviamente, significó el gran cambio que viví después para mi infancia, mi juventud y adultez. Ese fue un momento que marcó una dirección en mi vida, del que estoy sumamente agradecido. Significó la esperanza de una familia que emigró a un país desconocido.
Llegaron a trabajar, con el firme propósito de cristalizar el sueño de prosperidad en libertad. Seguir ese sueño los hizo dejar Uruguay.
―Mi mamá comenzó dando clases en un bachillerato nocturno, para adultos. Era un país donde la educación era algo importante, la preparación de las personas. Venezuela era un país en el que los sueños se hacían realidad, se hicieron realidad para mucha gente. Muchos de esos alumnos a quienes mi mamá les dio clases, ya adultos, terminaron siendo personas de mucho éxito. Mi mamá estudiaba leyes cuando la dictadura militar, razón por la que se fueron huyendo. En una manifestación le cayeron a palos. Mi abuela, que era una familia del campo, era marchante de arte, iba a Europa a comprar las obras. Mi mamá estaba preparada para dar historia del arte, y el único trabajo que pudo conseguir fue ese, dando clases de noche. Nos atendía cuando volvíamos del colegio y cuando llegaba mi papá cambiaban de rol en la parada del carrito.
El trabajo de ambos les permitió ir estableciéndose. Los niños iban a buenos colegios y se hicieron socios del Club Miranda, donde Nicolás dio sus primeros raquetazos. Tenía 6 años cuando apareció la idea de ser tenista.
―Ahí comencé a jugar tenis. Gracias a mi nivel, me dieron un permiso para entrenar en el Club Altamira, donde se jugaba el mejor tenis del país, pero mis padres no tenían cómo ser socios. Tres años después fue cuando pudieron alquilar una acción del club y mudarse a una casa alquilada más cerca de ahí. Poco a poco fueron mejorando.
Esa invitación fue una consecuencia de una de las primeras competiciones donde fue sobresaliente.
―Cuando gané el Mundialito que se jugaba en el Club Altamira, el gerente y un par de socios le ofrecieron a mis padres que me llevaran a entrenar en las tardes. Pasé a ser del equipo de interclubes y fuimos campeones por mucho tiempo. Valerio Boccito, Ricardo Segovia, Harold Castillo, Héctor Castillo, los hermanos Ruah…
Nicolás Pereira se dio cuenta, muy temprano en la vida, de que el talento y la dedicación serían clave para conseguir mejores oportunidades para desarrollar al máximo sus cualidades.
―Gracias a una familia del Club Altamira, los Ruah, pude venirme a los Estados Unidos, a los 12 años. Fue una cadena de posibilidades que pude disfrutar gracias a la situación económica de Venezuela. En Uruguay nadie me habría podido enviar a Estados Unidos. La familia de Maurice tenía una casa en Florida, en Coral Springs y me invitaron a venirme un verano. Yo era mayor que Marurice y jugaba muy buen nivel. También estaba Dan Levy, que hoy es un profesor de Harvard, un genio, primo hermano de Maurice. Me vine ese verano y la academia donde estábamos empezaba un programa. Le ofrecieron a mis padres la mitad de la beca, recuerdo que eran 1000 dólares mensuales. Iba al colegio en la mañana, me recogían en una camioneta en la casa de la familia que me recibía, entrenaba y me llevaban de vuelta.
―Yo extrañaba a mi familia. Recuerdo llorar dormido. Fue una decisión muy importante porque era mi sueño, yo les imponía a ellos lo que yo quería. El Club Altamira me pagaba la otra mitad de la beca. Mis padres me mandaban 30 dólares al mes para que me comprara un helado, alguna chuchería. Los gastos eran muy restringidos, tanto que hablábamos cada 15 días unos 10 minutos. Pasamos la Navidad juntos en Venezuela y yo regresé en enero y me quedé hasta el siguiente verano. Fue el año del Viernes Negro, y el Club Altamira no pudo mantener su apoyo. Ya yo tenía un nivel superior y salté a otra categoría con muchachos que eran 2 años mayor que yo, y así comenzó el ascenso en la escalera del progreso. Para ese entonces yo había visto otro mundo, había visto a Arthur Ash, tenía otra noción del tenis, ya mi tenis había agarrado alas. Entonces puse gasolina de avión. Con 10 años de edad, pude ver en el Club Altamira a Björn Borg, a Vitas Gerulaitis, a los mismos que yo leía en el periódico. Los vi jugar y eso me permitió soñar. Vi jugar a Jorge Andrews y a Humphrey Hose. Si yo no hubiera llegado a Venezuela no habría tenido esa oportunidad.
Avanzaba en su nivel de juego, se iba acostumbrando a la dinámica de la competencia y quería más. Quería tanto, que debía dedicarse de lleno, y eso implicaba dejar de estudiar. Lo único que necesitaba, lo obtuvo: el apoyo de su familia.
―Yo los empujaba. Tenían esa filosofía que yo aplico hoy a mis hijos: los apoyo, eso sí, deben entregarse al cien por ciento. Eso fue lo que me dijeron en la casa. Fue un sacrificio y una cosa que en Venezuela no se veía, incluso a muchos compañeros con los que jugaba no los dejaron cumplir sus sueños, y eso lo conversamos después de todos estos años. Hasta ese momento estudiaba y jugaba tenis. Le aposté a mi papá que sería campeón mundial. Una vez salió Björn Borg en la revista Time, donde él dijo que cuando fue campeón mundial él dejó los estudios para dedicarse al tenis. Y yo le hice esa apuesta a mi papá, él me dijo que sí, que por supuesto, y al año siguiente, cuando tenía 14 años, fui campeón mundial. Dejé los estudios y eso no se discutió. Me dediqué al tenis y mis padres fueron criticados por eso. Fueron muy pioneros y muy únicos en el apoyo a los sueños de un hijo, por lo que les estaré eternamente agradecido. Sé que no fue fácil.
El desempeño y los resultados de Nicolás solo ratificaron que había tomado la decisión correcta. No parecía descabellado cuando obtenía trofeos como la ensaladera del Orange Ball, el torneo más importante de ese momento.
El tenis se convirtió en una forma de vida para él desde que entró a una cancha. Es su hábitat. Primero al pie del Ávila, y luego el mundo entero.
―A los 7 años empecé a jugar con mi mamá, y luego a los 8 años, cuando empecé a competir, fue muy fascinante porque yo tenía piedras de tranca, rivales a los que no conseguía ganarles, y buscaba la estrategia, hacía los ejercicios mentales para superarlos y una vez superados no volvía a perder. Ganar da autoestima. Soy una persona tímida, soy solitario, me siento muy a gusto conmigo mismo. El hecho de ganar me reafirmaba que yo estaba en el camino correcto, porque eso es un sentimiento que nunca más va a ser igualado, tal vez el día que nacen los hijos. Pero la primera instancia del éxito es cuando logras superar los obstáculos en la infancia. Nadie nace aprendido, lo revivo con mis hijos. Ganar una competencia por tus propias habilidades es el sentimiento que uno termina persiguiendo el resto de la vida en cualquier cosa. Las ansias de victoria son más miedo a la derrota que ansias de ganar. El competidor nunca se acostumbra a perder. El reto es superar el fracaso y es lo que lo lleva a trabajar más.
Para Nicolás Pereira representar a Venezuela, jugar como venezolano, nunca fue un dilema. Si algo lo hace sentir satisfecho es haber defendido el tricolor nacional.
―Me siento orgulloso de mis raíces uruguayas y mis padres están viviendo en estos momentos en el pueblo donde yo nací, pero yo siempre fui una persona que me considero agradecida, sé de dónde vengo, sé quién me dio la oportunidad y sé quiénes me ayudaron. Mis padres siempre me dijeron que las personas que yo menos pensaba me habían apoyado. Desde que empecé a jugar tenis lo hice con la bandera de Venezuela al lado. Cuando fui campeón nacional, fui campeón nacional de Venezuela. Nunca hubo un dilema, yo fui tenista gracias a Venezuela y nunca tuve mayor problema con representarla. Tuve un episodio muy particular cuando fuimos a jugar la Copa Davis a Uruguay. Le pregunté a mi mamá cómo iba a hacer para lidiar con eso, porque la primera pregunta iba a ser ese tema. En efecto lo fue, y yo respondí que me había ido a Venezuela muy niño, y no me quedaba otra que luchar por defender mi bandera. Eso no cayó muy bien de la manera en la que lo dije, y es algo que en Uruguay nunca olvidaron. Con los años he ido volviendo e hice grandes amigos entre los tenistas uruguayos y no hay problema en cuanto a los colores que representé toda la vida. Me pueden criticar por muchas cosas, pero eso es algo por lo que nunca me van a poder criticar. Siempre representé a la bandera venezolana, a mucha honra.
Ganó Wimbledon, Roland Garrós y USOpen en 1988, fue el número uno del mundo en la categoría juvenil, pero nada le gustaba tanto como jugar la Copa Davis.
De ahí que fuese de mucho impacto para él una situación surgida por un desencuentro con un patrocinador, que desencadenó una serie de consecuencias que terminaron con un veto en la Federación Venezolana de Tenis. Se dijeron y escribieron muchas cosas. Fue descalificado del premio Atleta del Año por haber jugado un torneo en Sudáfrica y lo acusaron de apoyar el apartheid. Es así como él lo recuerda. Visto a la vuelta de los años, Nicolás ubica aquel episodio como algo oscuro que le impidió jugar la Copa Davis, pero que lo motivó a vivir un tiempo en Brasil y en Italia. Así sumó dos idiomas más y sacó importantes lecciones. Aunque hoy reflexiona, ambos debieron haber manejado mejor el desacuerdo, prefiere subrayar el aprendizaje. No hay rencor ahora y no lo hubo nunca. Tristeza sí, pero todo pasa.
―Un amigo canadiense me ofreció todo para jugar con Canadá; era una oferta muy lucrativa, incluso fui a una reunión, nos proponían visas y trabajo a mis padres, estudios a mi hermana y a mí la nacionalidad y mucho dinero. Después de esa reunión, les dije a mis padres: “Yo fui hace unos años a Uruguay a competir por Venezuela, y no tuve problemas, pero yo no podría ir a competir por Canadá contra Venezuela, eso es imposible, después de que tanta gente y tantas instituciones me han apoyado”. No lo pensamos mucho.
Nicolás Pereira regresó a disputar la Copa Davis en 1991. Fueron 2 años y medio execrado. De hecho, no recibió un trofeo de la Federación Internacional de Tenis como el jugador más ganador de Venezuela porque no jugó los años suficientes, solo jugó la Copa Davis 7 años. Ya es una página que pasó hace tiempo. Está convencido de que no vale la pena mirar atrás, con tanto recorrido por hacer todavía. Eso sí, no deja de reconocer lo que significó cada apoyo.
Reconoce que sucumbió a la presión, tenía 18 años, y perdió el tren como tenista de alto nivel. Hasta ahí iba a la par con Andre Agassi, Jim Courier, Pete Sampras, Ivan Lendl, Stefan Edberg, la élite del momento.
Nicolás salió de la categoría juvenil en marzo de 1988 y ya era el número 80 del mundo, pero había sufrido una lesión en el hombro y estaba sumamente afligido con el tema de Venezuela.
Hoy en día, es miembro del Comité de Tenistas Retirados de la ATP, está en el Comité del Salón de la Fama del Tenis y en contacto con lo que fue su sueño.
Sigue viviendo una historia bonita en el tenis. Le ha tocado ser un cronista en la mejor época de la historia de este deporte.
―Con estos tres fenómenos, Roger Federer, Rafael Nadal y Nova Njocovic. Nadie me va a poder quitar eso aunque yo no narre un partido más en la vida. Estoy narrando en mi tercer idioma, no hay nadie en la historia de la narración tenística que haya narrado en tres idiomas, y eso es algo que me enorgullece. Siento que sigo viviendo un gran momento.
Como comentarista ha sido testigo de lo mejor que ha ocurrido en el tenis en 20 años.
―Yo a Rafa lo pondría como uno de los 10 mejores deportistas del mundo en todas las eras. Es un tipo sencillamente súper profesional, un tipo con un respeto por el deporte, por sus rivales y por el público, excepcional. Lo mismo se puede decir de Federer. Son titanes y, a la vez, son muy humanos a quienes hemos visto hacer cosas sobrehumanas.
Cumplió 50 años el 29 de septiembre y atesora cada experiencia como guarda la pelota que lanzó como pitcheo inaugural de un juego en el Universitario, invitado por Andrés Galarraga.
―Desde que tuve ese encuentro con la fama, y con ser intocable de alguna manera, como juvenil, y haber sufrido esa caída de ser vetado en el equipo de la Copa Davis, que fue el momento más difícil de mi vida, porque perdí la ilusión por lo que hacía, después de haber sobrevivido eso entendí que puedo sobreponerme a casi todo en la vida. La verdad es que he sido muy afortunado.
Es caraqueño y caraquista, ama el béisbol por una de las mejores razones que he escuchado en mi vida:
―El béisbol me encanta. Me acuerdo de la Serie Mundial de 1980, de Manny Trillo, además lo conocí y sigue siendo mi gran ídolo. El béisbol fue un instrumento de comunicación entre mi papá y yo, a través de la televisión, porque en aquella época no pasaban tenis. El béisbol fue lo primero que yo pude explicarle a mí papá, algo que él no sabía, porque él no entendía las reglas, no entendía las estadísticas, las estrategias o a los peloteros, y fue la primera materia con la que yo pude relacionarme con mi papá de igual a igual, de cierta manera. Eso fue lo que más me apasionó y lo que me hizo ser amante del béisbol por el resto de mi vida.
Cuando no está trabajando, está disfrutando de sus hijos: Sofía, de 17 años, hija de su esposa María Fernanda, a quien siente como suya porque la ha visto desde que tiene 1 año de edad, Camila de 12 y Nicolás de 7. Con todos tiene algo especial para compartir.
―A los 16 o 17 años de edad, cuando estaba entrando en la juventud, entendí el concepto del tiempo. Que no se puede recuperar. Soy muy cuidadoso con eso, y me aseguro de dedicarle tiempo a las personas que me lo piden y me importan. A mí nadie me puede dar una excusa peor que “ahora no tengo tiempo porque estoy ocupado”. Si tú de verdad quieres ver a alguien, haces el tiempo para ver a esa persona.
Cuando viaja, le gusta encontrarse con los venezolanos, compartir, escucharlos. Le gusta comer arepas en lugares remotos.
Ama a Venezuela como siempre.
Terminando nuestro recorrido, sentencia:
―No vale la pena mirar hacia atrás y arrepentirse, porque las decisiones que tomamos las tomamos sobre la base de la información que tenías. En la cancha central de Wimbledon, hay una cita de Rudyard Kipling que me gusta mucho: “Cuando te encuentres con la derrota o la victoria, trátalos como si fueran el mismo impostor”.
Me habría gustado tener esta conversación con Nicolás, rodando por la Cota Mil y terminar con un rico café en el Club Altamira.
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