Publicado en: El Nacional
Por: Fernando Rodríguez
La derrota de Trump no es cualquier cosa. Para usar el lugar común digamos que era el hombre con más poder en el mundo, ya que mandaba en el país con la economía y el armamento mayores del planeta. Además en una mala hora de la especie en muchos sentidos: sobre todo sin líderes, sin ideas, un individualismo feroz y ciego y preñada de violencia. Por último, devenida en horripilante a partir del coronavirus.
Pocas veces he sentido, o supuesto, un respiro más generalizada en el globo. Y aun en sus fieles ha habido algunas tangibles y diría legítimas conversiones -¿ha leído usted muchos artículos nacionales a favor del derrotado enfurecido, claro sin contar las cloacales corrientes inevitables de las redes?- y eso que abundaban, hasta los que afirmaban que Estados Unidos se dirigía al comunismo y hasta ser una nueva Venezuela grandota (no se ría, es cierto).
Es natural porque esa alegría en tanta oscuridad se debe a que ese cerebro disfuncional y perverso podía hacer mucho mal en la humanidad entera. Desde la hecatombe climática a la precipitación bélica, entre muy muchas. De suyo ya lo había hecho; pregúntenle, por ejemplo, a los centenares de miles de muertos americanos a causa de la “gripecita”. Ahora solo cabe esperar que las obscenidades legales que ha hecho, hace y promete hacer para luchar contra el destino que lo ha vapuleado sean solo dislocadas bravuconadas y despechos inútiles.
Pero de verdad que cantidad de cosas pueden enderezarse casi de inmediato. Ya Biden anunció su vuelta al tratado de París sobre el cambio climático. O promete tomar de inmediato medidas para amainar la confrontación racial. O reinstalar sanas relaciones con los organismos multilaterales que el guapetón había agredido en hechos y palabras. Son asuntos de factible resolución y de no poca monta cuando se tiene mucho músculo.
Ahora bien, es cierto que nosotros, venezolanos, debemos ocuparnos de qué nos va a pasar en esta nueva etapa en que se ha modificado el poder imperial. Y el escenario latinoamericano también. Es un lugar común, común pero muy veraz, que la administración de Obama, del cual no en vano Biden fue ocho largos años vicepresidente, fue bastante indiferente con esta parte del orbe, salvo en el caso de Cuba; no le dio demasiada importancia a fenómenos que terminaron en tragedia, y que él pensaba que se arreglarían solos, por pura inercia. Por ejemplo, Venezuela.
Quisiéramos estar seguros de que no va a repetirse esa actitud. El nuevo presidente ha afirmado su deseo de mantener una beligerante posición para que el destino no nos devore más de lo que ya lo ha hecho, tantísimo. ¿Cómo será esa política? La imagino poco, pero sí fantaseo algunas cosas. Que somos nosotros quienes deberíamos proponerla en primer término y no depender en exceso, como lo hicimos de los aliados internacionales. Mucho menos de una estrambótica claque de desorientados y mentirosos, como Pompeo y Abrams. Otra obviedad es que debe ser unitaria, del país entero como tanto hemos invocado. Y para no quedarme en perogrulladas diría que si se va a volver al espíritu de Obama con relación a Cuba, o algo parecido, lo cual no me parece ilógico después de más de medio siglo de fracaso de la línea dura, podría haber un camino que muchos han sugerido y que yo sepa no se ha experimentado. Estados Unidos tiene demasiado que ofrecerle a Cuba, los años blandos de Obama y los duros de Trump se lo han debido demostrar muy fehacientemente, y si Cuba es nuestro ilimitado señor, cosa que siempre he creído bastante hiperbólica, pues podría cambiarle Estados Unidos mucha remesa y turismo e inversiones porque Maduro se vaya a un lindo bohío en Varadero y que se lleve el traje de baño y las chapaletas.
Como soy propicio a las buenas nuevas, ¡al fin!, no tanto porque haya ganado Biden sino porque haya salido Trump, me entusiasma también que parece que están llegando a la meta las vacunas exterminadoras del virus maldito. Es otra liberación inmensa, aunque no hay que olvidar que la vida puede ser tan torcida que a lo mejor uno se inmuniza y al día siguiente se muere de un infarto o de viejo.
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