Arturo Pérez-Reverte en la Línea de fuego – María José Solano

Arturo Pérez-Reverte en la Línea de fuego - María José Solano

«Según este relato, en la noche del 24 al 25 de julio de 1938, durante la batalla del Ebro, 2.890 hombres y 18 mujeres de la XI Brigada Mixta del ejército de la República cruzaron el río para establecer la cabeza de puente de Castellets del Segre, donde combatieron durante diez días. Sin embargo, ni Castellets, ni la XI Brigada, ni las tropas que se le enfrentan en Línea de fuego existieron nunca”

Publicado: Zenda Libros

Por: María José Solano

Arturo Pérez-Reverte en la Línea de fuego - María José SolanoEl comienzo

Así arranca Línea de fuego, la última novela de Arturo Pérez-Reverte que encontraremos en librerías desde hoy, 6 de octubre. Más de seiscientas páginas de lectura dividida en tres bloques de hazañas, diez días de batalla y una docena de personajes inolvidables construidos por el autor en tan solo diez meses de escritura. La Guerra Civil Española como nunca antes se había contado. Los hombres y mujeres de Línea de fuego luchan como en una crónica de Jean Lartéguy, mueren como en un canto homérico, conversan como en una noche conradiana, sonríen como en una novela de Cervantes. Solamente Arturo Pérez-Reverte (reportero de guerra, novelista y lector) podía construir algo así.

Smell of war. La novela huele a guerra desde la primera línea; sombras agazapadas en la orilla de un río, aún desconocidas para un lector que se adentra junto a ellas arrastrándose sigiloso en el lodo, en dirección a un combate cuya memoria todavía hace sangrar a nuestro país, como carne arrancada por los mismísimos dientes del diablo.

El autor

Arturo Pérez-Reverte comenzó muy pronto a recorrer una geografía de batallas que lo llevaron a cruzar el mundo en llamas durante veintiún años de guerras. El joven reportero con la Eneida o La montaña mágica en su mochila, junto a las cámaras Leica, las libretas de apuntes y la máquina de escribir, cubrió gran parte de los conflictos armados de los últimos cincuenta años: Chipre, Beirut, Sáhara, El Salvador, Malvinas, Eritrea, el Golfo Pérsico y el infierno de los Balcanes, al que llegó con la certeza de que aquel que ha vivido la guerra tiene algo que les falta a los que no han tenido esa experiencia. Durante algún tiempo simultaneó su trabajo de reportero con el oficio de novelista, y así, en breves periodos de descanso en hoteles, trenes y soledades, escribió tres de los grandes best sellers de los 90: El maestro de esgrima, El Club Dumas y La tabla de Flandes. En ninguna de ellas aparece la guerra. Tal vez algún destello, pero estas novelas buscaban el juego literario de lector a lector; apelaban al homo ludens, a limpiar la mirada, a disipar con la escritura ese smell of war inevitable. Antes, eso sí, había escrito una novela breve pero brillante como un casco bruñido: El húsar. En ella, un joven Pérez-Reverte de treinta y pocos años ensaya por primera vez la sensación de volcar su mirada oscura de fantasmas cercanos sobre unos personajes que luchan y mueren en guerras lejanas de época napoleónica, un tema que repetiría en 1993 en la inolvidable La sombra del águila. Dos años después, el periodista se despide definitivamente de su antiguo oficio con un libro inclasificable y magnífico, resumen de su vida de guerra: Territorio comanche. Pero de momento aquella incursión literaria en el campo de batallas de su memoria será solo un paréntesis.

Como suele afirmar el propio autor, nadie pone lo que no tiene, y en los sucesivos años y las diferentes novelas, aquellos lugares terribles cuidadosamente apartados, pero de los que nunca se vuelve, se irán filtrando por entre las rendijas de la voluntad creadora del autor, cada vez más afianzado en la tarea de novelar. Brotaron de su pluma historias inolvidables y grandes éxitos editoriales como La piel del tamborLa carta esférica, La Reina del Sur o la saga del Capitán Alatriste. La guerra no dejaba de latir hasta que, por fin, en apenas cuatro años, de 2004 a 2007, reaparece en todo su esplendor en tres novelas casi simultáneas: Cabo Trafalgar, Un día de cólera El pintor de batallas.

Esta última constituye un verdadero hito en su carrera como escritor: bellísima, potente y letal como el resplandor de una trazadora en la noche, esta novela es también un ensayo de la memoria de guerra contada de manera calibrada y eficaz. La mirada del veterano reportero rodeado de héroes cansados había vuelto para quedarse, cristalizando en un diamante literario llamado Sidi, una novela a modo de precuela de la leyenda de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, héroe español de la Edad Media, publicada hace apenas un año.

La novela

Las armas de la escritura están más que afiladas, el momento es propicio y parece haber una historia que reclama la atención por encima de todas las que constantemente bullen en la cabeza de un creador. Como en otros tiempos, el veterano reportero acude profesional a la llamada; prepara meticulosamente su mochila, esta vez con las cosas que llevaban los hombres que lucharon: cansancio, lealtad, pólvora, sudor, miedo, valentía, muerte, vida, guerra. Luego, en mitad de una pandemia mundial y frente a una biblioteca personal de más de 30.000 volúmenes, el novelista se sienta a escribir Línea de fuego.

El resultado es una historia de la Guerra Civil Española que transciende su profunda españolidad, pues los hombres que viven y mueren en estas páginas podrían ser soldados de la Ilíada. La narración extensa de diez días de combate en un pueblo imaginario a orillas del Ebro, Castellets, no deja tregua al lector, que vive una lectura de acción sin respiro, moviéndose constantemente a un lado y otro de la trinchera, entre grupos de hombres enfrentados entre sí con diferentes ideologías pero con idéntica manera de afrontar la lucha y de anhelar la vida: republicanos, carlistas, requetés, nacionales, brigadistas internacionales, legionarios, reporteros de guerra, veteranos curtidos, jovencitos asustados, hombres, niños y mujeres. Todos ellos construyen esta historia sobre lo humano donde la narración épica se propaga sobre el fuego y la sangre, elude el horror explícito y construye una crónica monumental de la realidad que implica ser lúcido y ser español.

Esta novela coral es, además, otras cosas: un manual de armamento, una recreación de la memoria y una mirada recuperada a las fotos familiares que nunca vimos o no quisimos ver; pero por encima de todo eso es un magisterio, una lección de cómo se escribe una novela de historia: con respeto, memoria, lecturas y vida. Los lectores revertianos, que son legión, reconocerán con facilidad el retrato inconfundible del héroe cansado que se desarrolla en estas páginas con la objetividad de la crónica y la emoción de la literatura.

El autor no nos da la oportunidad de sentirnos a salvo o juzgar en la lejanía del tiempo, pues de nuevo nos reta a atravesar el territorio Reverte; un documento vivo que obliga no ya a leer, sino a vivir la batalla desde todos los frentes acumulando sensaciones que solo permiten una reflexión pausada cuando, tras el epílogo, el lector cierra el libro y deja de oír por fin, aún sucio de sudor, tierra y pólvora, el zumbido de las balas.

Es la novela, pienso con el último folio del manuscrito en la mano, que no tuvo tiempo de escribir Chaves Nogales; la que hubiese querido escribir Hemingway; la inspiradora del guion para una película dirigida, en riguroso blanco y negro, por Orson Welles.

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El final

Hace unas semanas recibí el manuscrito de Línea de fuego, recién salido de la mesa de trabajo del autor, que me advierte, grave, que aún quedan algunas correcciones por hacer. Unos días después, llamo al escritor para hacerle unas consultas antes de comenzar esta reseña. No se lo dije, claro, pero tenía el final de la inmensa historia anudado en la garganta.

Conciso, casi lacónico en las palabras que profesionalmente escoge para hablar de ella, prefiere que sea el lector el que saque sus propias conclusiones. “Todo está ahí”, afirma. Al final de la breve conversación, concluye con un destello de vehemencia: Han sido diez meses de trabajo duro, pero estoy satisfecho; sobre todo porque es una novela “muy española” ¿no cree?

Al otro lado del teléfono recuerdo mi propia lectura de esta historia tan revertiana y por ello tan naturalmente impregnada de todos esos ecos: la sucia belleza de Goya, la dignidad de Velázquez, la minuciosidad de Galdós, la entonación épica de Ramón J. Sender, la inteligencia estructural de Blasco Ibáñez, la sangre y el fuego de Chaves Nogales, la mirada cansada del capitán Contreras, la elegante ironía de Cervantes, la lucidez amarga de Quevedo.

Sí, le digo. Realmente es muy española. 

 

 

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