Por: Jean Maninat
Según las agencias noticiosas el milagro de la vacuna del Covid-19 estaría rondando la realidad, a punto de llegar como regalo navideño y mientras llega habría que apretarse el cinturón del confinamiento y rogar que el milagro se produzca. La verdad, uno se rasca la cabeza con recelo cuando se entera que vendría de Rusia, o de China, o sería producida por México y Argentina of all places.
Seguramente, son los tantos años de creer en los avances de los grandes laboratorios farmacéuticos occidentales que nos hace desconfiados, algo indecisos ante la posibilidad de poner una extremidad o un glúteo al servicio del avance de la ciencia emergente. Mejor esperamos tantito a ver el efecto en otros bípedos.
La política se divide en los pro y los anti mascarilla, como antes entre proletarios y burgueses, y la solidaridad intergeneracional no resiste un reguetón a buen volumen y bien regado. Los máximos decisores de países importantes minimizan la pandemia mientras miles de sus compatriotas mueren bajo sus efectos. No es para tanto argumenta quien preside el mayor foco de contagio en el mundo y le hacen coro los presidentes de dos de los países con más decesos por el virus de Latinoamérica. Esperan obrar el milagro.
(En esa comarca librada a su buena suerte llamada Venezuela ya hay suficiente experiencia con los vendedores de milagros, bien sea en un puesto fronterizo, a la orilla de una autopista, o en una piragua armada como para seguir creyendo en prodigios bienhechores. Hasta una declaración de los representantes de Dios en la tierra sobre asuntos tan mundanos como votar causa consternación y desconfianza desmesuradas y desata las más increíbles teorías conspirativas. Mientras la población marcha cada día más desprotegida. Hay que reinventarse es la respuesta desde la cúspide opositora).
La política mundial ha caído en manos de fanfarrones que recuerdan aquella película de Kubrick, Dr. Strangelove, con los geniales Peter Sellers y George C. Scott a la cabeza de una serie de personajes estrafalarios con acceso a la bomba atómica. De no ser por las miles de víctimas que su irresponsabilidad ha causado, los actuales parecerían igualmente ridículos en sus poses y desplantes. Y la neta, no dan risa.
Seguiremos recluidos a la espera de la bienaventurada dosis en contra del Covid- 19, no queda de otra y hay que conformarse. Sería un abuso exigir que también se patente una vacuna contra la estupidez humana.
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