Por: Jean Maninat
El comunicado de la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV) no tiene nada nuevo, nada que no se haya repetido hasta la saciedad –literalmente- en relación a las posiciones en el polo opositor acerca de participar o no participar en elecciones bajo las actuales condiciones. Reconoce las irregularidades que plagan el sistema electoral, pero llama claramente a recuperar la vía electoral como ruta consensuada para lograr un cambio en la terrible situación que vive Venezuela.
El comunicado de la CEV ha despertado un griterío –no muy divino- donde cual exegetas medievales de textos sagrados cada quien vocea su interpretación particular de lo que en realidad se dijo, no se dijo, o se quiso decir. Si algo ha aprendido la Iglesia Católica en su largo recorrido es a pergeñar textos políticos, terrenales, con suficientes matices como para brindar una integración ecuménica de argumentos y desechar una toma de partido que esquive la complejidad de todo hecho político. (Ejemplo que, por cierto, muchos analistas y practicantes de la política deberían seguir).
En lo que puede haber poca discrepancia es que el documento constituye -sobre todo- una dura reprimenda a la dirección opositora por su incapacidad para encontrar una estrategia que la saque del marasmo en que se encuentra, y le ofrezca al país una alternativa real de poder para enfrentar al régimen, y no una ficción, desconectada de la población y sus tribulaciones reales.
Los obispos manifiestan que: “El momento actual exige la participación plena y libre de todos los partidos y movimientos políticos, junto con el compromiso ineludible de las autoridades y los dirigentes de los mismos de dejar de lado sus propios intereses para promover el bien común y el servicio a todo el pueblo venezolano”. El mensaje no requiere exégesis, es un clarísimo llamado a asumir responsabilidades y debería servir como acicate para dejar de escudarse en la infinita maldad del régimen y la astucia represiva de los cubanos a la hora de excusar los magros resultados de su gestión política en los últimos años.
No se percibe en el ambiente una mínima señal, ni siquiera un parpadeo involuntario, que indique que habría una disposición de asumir una propuesta común como la que llevó al triunfo electoral de 2015. (Hoy parece tan brumoso, como el recuerdo de un cuento infantil para conciliar el sueño). Desde entonces se ha hecho todo lo posible para desmontar (¿desguazar?) lo que tan luminosamente se obtuvo.
La nomenclatura gobernante ha sembrado de conchas de mango el camino al precipicio y se han pisado una a una con altivez y desparpajo de aprendiz de brujo. El resultado está a la vista: desolación.
Ojalá el llamado de la CEV encuentre santuario entre la dirigencia opositora, pero tememos que la jaula donde todos grillan y nadie escucha sea poco propicia para la reflexión y favorecer un cambio de timón decidido que recupere la acción política, desechando el personalismo aventurero y las ficciones designadas que han enterrado la oposición. In God we trust.
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