Publicado en: Blog personal
Por: Ismael Pérez Vigil
Los principales sectores políticos ya han definido su estrategia con respecto al proceso electoral parlamentario del próximo mes de diciembre. Hay pocas dudas acerca de que la posición de la oposición democrática será la de no participar y solo esperamos que finalmente sea anunciada en los próximos días, de manera oficial, y que expliquen al país que forma adoptará esa “no participación”.
Cabe entonces empezar a preguntarse –y reflexionar– acerca de cuáles son los riesgos y beneficios de las decisiones respectivas, las adoptadas por cada sector.
Sabemos que el objetivo del régimen es recuperar el control de la Asamblea Nacional (AN), que perdió en 2015. Para atenuar esta “pérdida”, el régimen inhabilitó a los diputados de Amazonas; desconoció a la AN con un conjunto de sentencias dictadas por su obsecuente TSJ; le quitó recursos y el financiamiento que le corresponde; trató de oponerle otra figura equivalente, la ANC, que no logró suficiente apoyo interno ni internacional; se dedicó a perseguir, inhabilitar, forzar al exilio y apresar diputados y dirigentes opositores; y por último intento la chapuza de aliarse con unos diputados acusados de corrupción para nombrar una directiva dócil y proclive a sus intenciones.
Ante el fracaso, optó por seguir la “vía electoral” que contempla la Constitución, previo amañamiento del proceso: agenciándose una “oposición dócil”; designando un CNE afecto a sus intereses; modificando el número de diputados, para tener un mayor “botín” que repartir; “robándole” los partidos opositores a sus legítimos líderes; con declaraciones militares tremendistas y amenazantes; modificando la legislación electoral; reubicando periodistas para votar en circuitos que no les corresponden –sabiendo que estos protestarían y abonarían al “¡Viste!, con estas condiciones no se puede votar”– y muchos otros “trucos” que todavía tiene en cartera. Todos ellos para asegurarse –como parece que así será– que la oposición democrática no concurra a votar, que sigue siendo su máximo temor y el mayor riesgo.
Por otra parte, es muy difícil pensar que la “oposición oportunista”, la que se congrega alrededor de la llamada “mesita”, que no cuenta con un caudal electoral de ningún tipo, pueda ser una amenaza que ponga en peligro el resultado electoral al que aspira el régimen. Ni siquiera con el “truco” de incorporar a falsos partidos opositores democráticos en el “tarjetón” electoral podrá el régimen aumentar el caudal de votos de su “oposición leal”. De todas formas, el número de votos que obtenga esa oposición oportunista, será suficiente para que los aparatos propagandísticos del régimen le saquen partido y lo hagan aparecer como una gran participación.
De esta, manera se asegura de eliminar el riesgo mayor –lo dicho, que la oposición concurra unida a votar– en su objetivo de lograr el control de la AN. No es difícil suponer que con un pequeño “esfuerzo” electoral, el régimen podrá tener, sino las dos terceras partes de la AN, al menos una mayoría simple, que con un pequeño esfuerzo o inversión económica posterior a las elecciones, le permita “obtener” el número de diputados que necesite para hacer todo tipo de modificaciones legales y asegurar cualquier tipo de contrato a sus “socios” internacionales, principalmente China y Rusia.
Así que, tenemos claros cuales son los beneficios del régimen, y de paso los de la oposición oportunista, que sin llamar a votar, con un escaso caudal electoral les será suficiente para obtener algunos curules, ya que parece que el país en su gran mayoría se dispone a abstenerse; aun cuando algunas últimas encuestas asoman otra posibilidad. Se nos hace difícil, en este momento, ver algo distinto a una gran abstención en las elecciones parlamentarias, que por ahora le dan la razón a las encuestas dadas a conocer por Datanálisis a principios de julio, que asegura un porcentaje de participación inferior al 10%. (¡Veremos pronto cuales encuestadoras tenían la razón, si es que se arriesgan a publicar sus resultados!)
Por su parte, el sector opositor radical, que no cree en la vía electoral y que pareciera –¡ojo que dije: pareciera! – que se inclina por algún tipo de salida de fuerza, principalmente con intervención externa, no tiene costos ni riesgos en este proceso, aunque se prepara para anotarse los beneficios de una alta abstención, aun cuando no haga nada por organizarla. Lo que me parece curioso –y esto es un comentario marginal– es que a pesar de no creer en vías electorales, algunos proponen y hacen llamados a una especie de consulta popular, que salvo que sea por telepatía, se debe hacer votando por alguna opción o firmando algún tipo de documento; es decir, una acción que de todas formas se parece bastante a unas elecciones.
Los costos de la oposición por no participar en el proceso electoral, los he analizado en varias oportunidades, que no voy a repetir, solo a resumir el principal costo, que es que al no tener el control de la AN, obviamente desaparece la posibilidad de designar un gobierno interino y un Presidente Encargado, que pueda ser reconocido por la comunidad internacional, por otros países, por organismos internacionales.
Lo que aún no vemos muy claro son los beneficios que obtendrá la oposición democrática por seguir la línea de no participar; porque no se puede decir que el llamado sea a algún tipo de abstención, palabra de la que se huye como de la peste, o del coronavirus, para ser más actual. Quizás el que no veamos claro se deba a que aún la decisión no está oficialmente anunciada y cuando lo hagan, es de esperarse que también anuncien cual es la alternativa a esa “no participación”, que no puede ser quedarse cruzados de brazos a esperar que ocurra algo, una reacción espontánea de resistencia, o que la gente salga a manifestar su asombro ante lo que ocurre en el país, o cualquiera de esas cosas, que desafortunadamente solo ocurren en las novelas de Saramago.
No obstante, para no ser mezquinos, yo veo tres beneficios inmediatos, aparte del beneficio obvio de mantener los principios y no legitimar al régimen en su fraude electoral; uno es que sea una posición unitaria, de la mayoría democrática del país, a pesar de todas las adversidades y agresiones sufridas; dos, mantener la posición coherente con algunos socios internacionales que no ven con buenos ojos los sainetes electorales del régimen; tres, otro beneficio es –para mí el más importante– mantener la conexión con ese sector de la población que siempre ha apoyado a la oposición, que resiste desde hace 20 años a este régimen autoritario y que hoy no quiere movilizarse a votar, que esta frustrado por los magros logros obtenidos en las luchas políticas de los últimos años y que espera, ahora, que la oposición le ofrezca una opción, que vaya más allá de considerarlo “opinión pública”, o carne de redes sociales; hoy día la actividad política ni siquiera es por contacto directo, todo es por correo electrónico, mensaje de texto, por Facebook, Instagram. YouTube, WhatsApp o últimamente por Zoom o Webinar, y no es debido a la pandemia, viene ocurriendo así desde hace varios años.
No son poca cosa estos beneficios, en el campo internacional y a nivel interno, después de casi un año de inamovilidad, agravada ahora por la pandemia; la inamovilidad que produce el coronavirus y la que llevamos por dentro, por frustración o desesperanza; por eso no luce que sean suficientes constatar esos beneficios, se necesita un paso más, organizativo, de propuesta al país, para rescatar la democracia y el estado de derecho.
Lea también: “La Resistencia Opositora“, de Ismael Pérez Vigil