Publicado en: El Universal
Los grupos dirigentes de Venezuela, entre ellos notoriamente los intelectuales, son responsables de los más insólitos y auto destructivos hechos de que se tiene memoria: descarrilar las reformas de 1989, elegir primero a un anciano defasado y luego a un golpista revolucionario, para la Presidencia de la República, ambos apoyados por el “chiripero”, una colección de grupos de la izquierda fracasada. Como analistas, se puede decir que tenían la sutileza crítica y la capacidad de observación de Luisa Lane.
La babieca de tales eventos, que son la verdadera explicación de lo que pasa hoy, (no Colón, ni Páez, ni Guzmán Blanco) es que se producen luego de que el comunismo yacía bajo los ladrillos del Muro de Berlín, pero nuestros pensadores no hicieron sinapsis, no se dieron cuenta. Había que tener un pensamiento demasiado primitivo para confundir el agusanado cadáver revolucionario con una esperanza.
Naturalmente que todos tenemos derecho a equivocarnos y arrepentirnos, pero verlos callar sus propias culpas y lanzarlas sobre los partidos, la ignorancia del pueblo, la perversidad de la democracia, la corrupción, o taras históricas de la sociedad, es desopilante. En estos episodios monstruosos la responsabilidad de los intelectuales fue dramática. Pero ellos tenían razón cuando apoyaban la revolución y también tienen razón cuando no la apoyan.
No fue el pueblo ignorante quién desarticuló la democracia, sino los cultos y famosos. Quien desempolve la carta de recibimiento a Fidel Castro en 1989 y vea que prácticamente toda la (supuesta) élite intelectual lo firmaba, podía tener claro qué clase de dinosaurios estaban al frente de la conducción moral del país, qué poco valía nuestro pensamiento. Con una clase intelectual así, que besaba la hebilla de Castro, había pocas luces qué buscar.
Costumbristas hegemónicos
Autores de crónicas costumbristas y culebrones, lazarillos, maritornes, trotaconventos, se convirtieron en ductores, conciencias críticas del país, sus faros de Alejandría. Veintiún años después de comenzada la pesadilla anacrónica del siglo XXI que destruyó a Venezuela, y en esa tradición, hay un nuevo arquetipo: la viudita de Marx, aunque comprensiblemente con pocos lectores de sus bodrios intragables.
Basta revisarlos, tan pobremente hechos con hilachas de pensamiento, tapas de refrescos, cojines desechados, colillas de cigarros, latas, espinazos oliscos de atún, conchas de plátano y atestados de lugares comunes. Hace bastantes años, Carlos Alberto Montaner decía que se puede cuestionar libremente al Heidegger, Kant, Platón y Aristóteles, o a cualquiera, sin que nadie se ofenda, pero que, si se hace con el espectro de Tréveris, aparece alguna viudita furiosa por la ofensa.
Luego del Muro, las viudas se hicieron menos violentas, ya no a la ofensiva, pero no por ello silentes. En todas partes aparece alguna, salida de un pasillo oscuro y telarañoso de alguna universidad, o del castillo de Drácula, blandiendo la reliquia, unos pelos de la barba de Marx, una donación para él firmada por Engels, un manuscrito de 1869 donde aclara algo que escribió en 1844.
Su trabajo es defender una ortodoxia imaginaria y fracasada, velar al lado del féretro polvoriento esperando que Lázaro resucite. Estupidizar a los estudiantes con ideologías derogadas. Marx tomó la prédica contra el kapitalismo de los llamados por él socialistas utópicos y dedicó su pensamiento a demostrar el principio de Proudhon de que “la propiedad es un robo” escondido en lo que él llamó la plusvalía, que los kapitalistas esquilman a los trabajadores.
Ver cine cursi
Dada la enorme difusión que alcanzó su pensamiento, entre otras porque se basa en darle jerarquía intelectual al resentimiento, la miseria moral, la envidia y el odio, inoculó una poderosa corriente reaccionaria al pensamiento político y económico occidental. Enseñó al sistema político la idea perversa de que quienes crean empresas productivas de bienes, servicios, alimentos, son paradójicamente enemigos de aquellos a quienes saca del desempleo y la miseria.
El remedio entonces sería que la propiedad-control de los medios de producción estuviera en manos de los propios trabajadores. Como su tesis de la dictadura del proletariado carecía de pies ni cabeza, la más absoluta utopía, en todas partes la dictadura revolucionaria fue sobre el proletariado, como la llamó Trotsky. Y al aniquilar a la burguesía por robar el producto del trabajo obrero, como hizo media humanidad en el siglo XX siguiendo a Marx, produjo desde China hasta La Habana, sin excepciones, la más catastrófica cadena de desgracias voluntarias, crímenes y genocidios de la historia.
Nuestra viudita no pudo trascender su única fuente de información sobre la revolución industrial kapìtalista que vio en películas de Hollywood o Gaumont elaboradas sobre culebrones impresos de la época. Versiones divulgativas de Los miserables, Oliver Twist, Naná, El vientre de París, son la estructura conceptual que sostiene la gravedad de su entrecejo, su vocecita engolada, su corbatica de los 90 y su inescrutable estilo literario, para cuya lectura se requiere la colaboración de expertos en criptografía de la CIA, Scotland Yard y la KGV.
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