Lecciones de la Operación Gedeón – Ismael Pérez Vigil

Ismael Pérez Vigil

Publicado en: Blog personal

Por: Ismael Pérez Vigil

Sobre la fracasada aventura de la Operación Gedeón, el llamado “macutazo, es difícil que sepamos más de lo que ya sabemos y al menos por un tiempo difícilmente podremos averiguar más; por lo tanto, hay que dar por suficiente lo que ya sabemos y sin dar más vueltas al bochorno, sacar algunas enseñanzas.

El régimen ha alardeado y admitido que sabía lo que se estaba planificando y sin duda alguna lo estimuló y financió. No existen “mercenarios pro bono”; es obvio que de alguna parte salieron los recursos para montar la trampa en la que cayeron varios y que ahora el régimen está aprovechando para ganar más control, incrementar la represión y desprestigiar a la oposición, con una campaña muy bien orquestada contra la Asamblea Nacional, los partidos del llamado G4 y Juan Guaidó, campaña a la que, como siempre, se prestan algunos “opositores”.

Una consecuencia de lo ocurrido es el debate, por mampuesto, que se ha generado sobre la estrategia de la oposición, calificándola también de fracasada. Fracaso es el término de moda; pero, cuando la discusión se profundiza, las vías para resolver la crisis en la que nos consumimos, que plantean los diversos grupos opositores, aunque variadas y con matices, se resumen en dos opciones generales: Una, la salida de fuerza, con intervención militar, interna o externa; se objeta, con razón, que esa es una vía que no nos garantiza la solución del problema y que además no controlamos como sociedad civil, ni en su alcance, ni en sus resultados, ni es una vía en la que la mayoría del pueblo pueda participar. Y dos, hay quienes preferimos un proceso de negociación que confluya en un proceso electoral libre, pero se nos objeta –aunque la evidencia histórica e internacional desmienten el argumento–  que dictadura no sale con votos y que la de Venezuela ha demostrado no estar dispuesta a reconocer ni permitir procesos electorales limpios y neutrales. La pregunta sigue siendo entonces: ¿Por cuál opción se decanta cada quien y cuánta carne está dispuesto a arrimar al asador? Es decir, en cuál de las dos opciones se está dispuesto a participar, activamente.

La discusión continua, pero en lo que no hay duda es en que la oposición venezolana carece de una fuerza coercitiva similar a la que tiene el régimen –FANB, aparato policial y represivo, milicias, colectivos armados, etc.– y tampoco contamos con una fuerza militar externa, multilateral, para “retirar”, derrocar u obligar al régimen a renunciar o tan siquiera negociar su salida. La comunidad internacional –vale decir Europa, Grupo de Lima y sobre todo los EEUU– ha dicho claramente que la solución que apoyan es una negociación que conduzca a unas elecciones para superar la crisis venezolana. Lo que nos queda, por tanto, es basarnos en el apoyo internacional y la movilización interna en el país para obligar al régimen a negociar y buscar un proceso de transición.

Por supuesto, ambas vías contemplan tiempos de desarrollo que, aunque diferentes, la opción de la negociación/elecciones es obviamente el camino más largo. Eso está reñido con la mentalidad cortoplacista de muchos venezolanos, que no toleran diálogos, procesos de negociación, organizar la resistencia y la protesta o los procesos electorales, pues quieren una “solución ya”, “mañana”, todo lo más “pasado mañana”. Pero, demás está decir que la mayoría de esos que no están dispuestos a “esperar” tampoco están dispuestos a hacer nada en favor de la “vía más rápida”, a lo más que llegan es a criticar, desesperarse, desanimar a los demás o a buscarle una solución individual al problema.

Aunque sin éxito, se han hecho muchas cosas en estos 21 años, no hemos estado cruzados de brazos; en lo electoral se han obtenido algunas victorias importantes, pero parciales y muy limitadas; se ha movilizado multitudinariamente a la gente, en cuyo saldo solo lamentamos unas centenas de muertos, detenidos, perseguidos y exilados; se han intentado procesos de negociación, con diversos apoyos y mediadores internacionales –el Vaticano, el reino de Noruega–; se han intentado algunos procesos de “fuerza”, por llamarlos de alguna manera, que tampoco han resultado y aunque tenemos también logros internacionales, que han conducido a diversas sanciones, personales o contra empresas del gobierno; nada de eso ha conducido a resultados significativos, en el sentido de debilitar al régimen al punto de obligarlo a negociar. Cabe un angustioso ¿Por qué?

El por qué sin duda se debe, además de lo ya señalado más arriba, a que no contábamos –ni nosotros ni nuestros aliados internacionales– con la naturaleza del régimen al que nos enfrentamos, calificado de narco régimen, sin duda militar, autoritario y ya con claros visos y rasgos totalitarios y que algunos comienzan a llamar “sultanismo”; pero que incluso los que inventaron ese término – Juan J. Linz y Alfred Stepan– dicen que del “sultanismo” no se sale por vía pacífica, ni por vía negociada, ni siquiera por vía de golpe militar, lo que nos deja entonces con una gran incertidumbre, pues se agotan las vías convencionales y se abre espacio para las violentas, para el aventurerismo tipo Operación Gedeón en Macuto.

Como es usual, todos tenemos claro el diagnóstico del problema, que se resume en que hay una falta de conexión con la realidad que vive la mayoría de los venezolanos, en una falta de respuesta política a la crisis humanitaria que nos agobia y en que la estrategia definida en enero de 2019 por la Asamblea Nacional, encabezada por Juan Guaidó, la del llamado mantra –cese a la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres– no dio una respuesta a las expectativas generadas y por eso hay que revisarla, discutirla, criticarla.

En mi opinión, criticar esa estrategia, no necesariamente es equivalente a negar sus objetivos. No creo que nadie niegue que si queremos un gobierno de emergencia o de transición –propuesta de Guaidó y norteamericana– obviamente tiene que cesar el gobierno de usurpación actual y se deben convocar unas elecciones libres, con iguales condiciones para todos e internacionalmente supervisadas. Lo que está cuestionado no es el “mantra” como objetivos de la lucha, lo que esta cuestionado es que nunca se definió o no se logró una estrategia exitosa para lograr esos objetivos.

Discutir esa estrategia, aunque la abandonemos como eslogan, para mí significa definir cómo vamos a hacer para lograr los objetivos que se planteaba el “mantra”; como organizamos para eso a los partidos de oposición y demás organizaciones políticas y de la sociedad civil; cuáles son los cambios que los partidos y organizaciones políticas deben introducir en su dinámica interna y sobre todo en su relación con la gente; cuáles son las características de un nuevo pacto social entre partidos y sociedad civil, para derrotar a este régimen de oprobio.

Las movilizaciones cesaron a finales de febrero de 2019, por agotamiento o decepción de los participantes; la estrategia se centró entonces en fortalecer la posición a nivel internacional, en los diálogos en Barbados y Noruega, y más allá de los fracasos de esos diálogos, la estrategia internacional fue un éxito; pero sin actividad interna, ya vemos que no se logra mucho, ni siquiera con algunas de las acciones que podemos llamar de fuerza, menos aun con la retórica de los discursos y proclamas radicales en redes sociales. La suma de todo eso no nos han traído muy lejos. Hay que recomponer el rumbo.

 

 

 

 

 

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