Por: Jean Maninat
Podría pensarse que obramos el sueño de un chiflado, de un mentecato que toma por ciertas sus fabulaciones, mas no quijotescamente, muy por el contrario, con todo el poder que le delegaron sus conciudadanos alegremente, en esas mareas de estupidez que tan a menudo revuelcan a los pueblos. En nuestra sufrida parcela del mundo lo experimentamos de primera mano cuando las élites -bien y mal pensantes- cayeron de hinojos frente al galáctico que luego las despescuezó con el aplauso del popolo. Hoy lo pagamos muy caro.
Difícilmente se habrán conjugado en un momento histórico tantos díscolos en el poder en países importantes como en el actual. Y ya no se trata sólo de una quincallería tercermundista digna de Carmen Miranda, sino de catiritos bien alimentados, unos más cultos que otros, que a la par de sus émulos mestizos se han dedicado a poner en permanente zozobra al sistema democrático que los llevó a gobernar.
¿Qué hermana a Trump con Bolsonaro, a López Obrador con Johnson? La convicción de que están por encima del común, y el común incluye a la institucionalidad democrática y el respeto por las prácticas que la conforman. Y, por supuesto, la suficiente audacia para patear las formas -y a sus subordinados- como les venga en gana. El autoritarismo congénito que alimenta la vanidad de los iluminados.
Y no nos engañemos, el popolo suele tener una atracción fatal por personajes desfachatados, supuestamente justicieros, que vienen a redimirlo de afrentas seculares o de los cambios que la modernidad y la prosperidad acarrean. Allí se dan codo con codo Iglesias con Le Pen, Evo con Jair. El culto al héroe épico en detrimento del funcionario eficaz y discreto.
La pandemia puso al descubierto la incapacidad de los charlatanes para confrontar situaciones excepcionales. Quienes viven en una campaña electoral permanente, donde todo acto de gobierno es un gesto de vanidad frente al espejo, mal pueden confrontar -al menos con relativo éxito- una situación imprevista que los obligaría a pensar y actuar con seriedad y responsablemente. No tienen lo que hay que tener.
Nada más inútil que darle connotaciones sobrenaturales a hechos naturales. Convertir un terremoto, un tsunami, un virus desatado, en jeroglíficos que anuncian –vía la punición- una nueva era, un mundo mejor. Las lecciones políticas están allí desde hace siglos para quien quiera tomarlas en cuenta. Sólo la reiteración democrática, su ejercicio y promoción bajo toda circunstancia, podrá impedir que tropecemos con la misma piedra autoritaria una y otra vez.
¿Aprenderemos, finalmente, a desechar a los colosos con pies de barro y verbo de confeti? We don´t need another hero al decir de Tina Turner.
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